El 27 de septiembre de 1962, la
bióloga norteamericana Rachel Carson publicó “Primavera silenciosa”, el primer
libro que advertía sobre los efectos perjudiciales de los pesticidas sobre el medio
ambiente. La Sra. Carson alegaba que el empleo del insecticida DDT (Dicloro
Difenil Tricloroetano) podría provocar la extinción de todos los pájaros del
mundo.
A partir de entonces, se inició un enconado debate entre partidarios y opositores
del famoso insecticida, descubierto durante el otoño 1939 por el químico suizo
Paul Hermann Müller. Por este hallazgo, recibió el Premio Nobel de Medicina,
siendo la primera vez en la historia que un “no médico” obtenía tan preciado
galardón.
Los expertos atribuyen a los
plaguicidas el incremento de un 30% en el rendimiento de las cosechas. Las
desastrosas consecuencias económicas, sociales y demográficas de una gran
plaga, como la de la patata, fueron patentes en Irlanda y Suecia durante el
siglo XIX. Los insecticidas también han servido para la erradicación de la
malaria de la mayor parte del planeta. Aun así, sus detractores responsabilizan
a los plaguicidas de unos 200000 fallecimientos anuales.
De nuevo el diletante
Aloysius retoma la paradoja del cuchillo, útil tanto para cortar el pan como
para matar a un prójimo...
En estos días, los medios de comunicación patrios se
han hecho eco de una noticia sobre la relación directa entre pesticidas y Parkinson.
Indudablemente, el hecho de que el estudio que confirmaría supuestamente el
nexo de unión entre producto químico y patología venga firmado por un
investigador español, el gallego Francisco Pan-Montojo, ha podido incrementar
su repercusión mediática en nuestro país.
Conservo una edición facsímil de “An Essay on The Shaking Palsy” escrito en 1817, considerado la gran aportación del
polifacético Dr. James Parkinson (1755- 1824). Es la primera descripción clínica
de los síntomas de una enfermedad neurodegenerativa caracterizada por temblor,
rigidez muscular y lentitud en los movimientos (bradicinesia), y que pueden asociarse
a ansiedad, depresión, trastornos del sueño, déficit cognitivo, alteraciones
sensoriales y dolor.
Los estudios epidemiológicos revelan una incidencia anual
de 18 casos por cada 100000 habitantes, con una patrón más prevalente en
varones rurales y en el hemisferio norte. Antes de los 40 años, su incidencia
es apenas de 1 de cada 100000 habitantes, pero a partir de los 50 años, comienza
a aumentar hasta estabilizarse en la 8ª década de la vida.
La sospecha de la
relación entre el Parkinson con los pesticidas no es nueva, pero el trabajo de Pan-Montojo
quizás haya despertado demasiadas expectativas.
El insecticida estudiado es la rotenona, autorizado en Europa en agricultura ecológica. El modelo de
investigación, una vez más, no es humano, sino que han empleado ratones durante
la vivisección y cultivos de células murinas en las pruebas in vitro. Por último,
recordar que el Parkinson es una enfermedad humana, que no afecta naturalmente
a los roedores, y que fue descrita por lo menos 100 años antes del
descubrimiento del primer insecticida de síntesis industrial.
Como decía Epícteto
de Frigia, la prudencia es el más excelso de todos los bienes.
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