Si fuera posible, que no lo es,
me hubiera gustado conocer la opinión de Marco Virgilio Eurysaces sobre la
utilidad que para su trabajo de panadero le hubieran supuesto los conocimientos
actuales sobre la genómica del trigo y de otros cereales comestibles.
Puestos a
imaginar, como sabiamente nos recomendaba Don Álvaro Cunqueiro cuando afirmaba
que “la verdad no es suficiente”, me gustaría poder probar hoy un pan horneado
en la Ciudad de las Siete Colinas, elaborado con el mejor trigo recolectado en
los confines del Imperio Romano, convenientemente triturado en los viejos
molinos de la confluencia de Requeixo, Deorelle y Queixa, regatos que nutren el
caudal del Río Navea. Por algo sostenía Cunqueiro que “una lengua es buena
cuando sabe a pan… cuando sabe a pan fresco”.
Transcurridos 22 siglos desde el
entierro del celebre panadero romano junto a su esposa Atistia, muy cerca de la
Porta Maggiore de Roma, por encargo de un moderno Eurysaces nacido en Chandrexa
de Queixa, yo, un humilde médico de familia, me atrevo a dirigirme a ustedes
para hablarles de genómica. Espero su indulgencia perdonando semejante
atrevimiento.
El pasado 25 de julio
conmemoramos el nacimiento de Rosalind Franklin; si hoy viviera tendría 93 años.
Esta biofísica y cristalógrafa inglesa, con su famosa Fotografía 51, contribuyó
al descubrimiento de la estructura doble helicoidal del ADN, el código que
contiene las instrucciones genéticas necesarias para el desarrollo y el
funcionamiento de los organismos vivos y de algunos virus, el responsable último
de la transmisión hereditaria. La historia posterior es conocida para todos,
desde el Nobel concedido a Watson, Crick y Wilkins en 1962, hasta la
secuenciación del ADN y el Proyecto Genoma Humano.
Según la genética clásica, la de
las Leyes de Mendel, la mosca del vinagre, las herencias dominantes y
recesivas, la de las mutaciones y la herencia ligada al sexo, durante décadas
los médicos han tratado de estudiar los trastornos genéticos según su fenotipo,
es decir, según sus rasgos físicos y conductuales expresados en un ambiente
determinado; en la mayoría de las ocasiones estaríamos hablando de mutaciones,
y estaríamos intentando descubrir los genes responsables de cada patología.
La genómica supone un avance
crucial, pues trata de predecir el funcionamiento de los genes a partir de su
secuencia o sus interacciones con otros genes. En cierta manera, la genómica
intenta realizar una interpretación más global, incluso holística, apartándose
del reduccionismo propio de otras ramas de la investigación biológica.
Como suele ocurrir siempre que
la ciencia da un paso de gigante hacia delante, la genómica hubiera sido
imposible sin los avances de otras disciplinas como la estadística y la informática.
Aunque actualmente se conocen más
de 6000 enfermedades hereditarias monogénicas o mendelianas, como por ejemplo
la hemofilia A, la fibrosis quística o la anemia falciforme, la mayoría de las
enfermedades hereditarias que nos afectan son poligénicas, es decir, producidas
por la interacción de distintos genes y el ambiente, como por ejemplo la
hipertensión arterial, la diabetes, la esquizofrenia, la enfermedad de
Alzheimer o el asma.
Por otra parte, la genómica
también puede explicar por qué el mismo fármaco puede causar efectos
completamente diferentes en dos individuos. La farmacogenómica será capaz de
conseguir fármacos efectivos para cada enfermedad concreta, sin provocar
efectos secundarios indeseables. Nada de esto será sencillo. Recientemente se
ha descubierto que la mayor parte de las variaciones hereditarias asociadas a
determinadas enfermedades (o al riesgo de contraerlas), se encuentran en los
desiertos genómicos que algunos científicos se aventuraron a denominar “ADN
basura”, y que hasta ahora nadie sabía como interpretar. Esta especie de
materia oscura del genoma humano (un 98.5% de su totalidad) es el objetivo del
programa ENCODE, en el que se han embarcado 400 científicos de todo el mundo.
Se abre ante nuestra asombrada
mirada un futuro excepcional. El conocimiento completo de las secuencias genómicas
permitirá avances hoy en día solamente soñados. Pero, como otros utensilios y técnicas
al servicio del ser humano, cuenta con ventajas e inconvenientes: un cuchillo
sirve tanto para cortar en rodajas los panes de Eurysaces como para herir a
nuestros semejantes. Porque, al fin y al cabo, los médicos que nos sobrevendrán
deberán seguir enfrentándose a las patologías provocadas por los genes, los
panes… y los cuchillos.
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