Destaca el sagaz Aloysius el eufónico
nombre de esta patología, “mal aire”, que sirvió en un principio para designar
una enfermedad típica de las tierras húmedas y pantanosas. Varias especies de un
parásito denominado plasmodio vienen asociándose desde al menos 50000 años con
las hembras de los mosquitos Anopheles para infectar y enfermar a los seres
humanos, con grande y letal éxito.
También conocida como paludismo, los últimos
datos oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos alertan de 219
millones de casos de malaria y 660000 muertes acaecidas a nivel mundial durante
el pasado año 2012. En la actualidad, esta enfermedad infecciosa continúa cebándose
con la población infantil del África subsahariana, Asia y Sudamérica.
El
plasmodio es especialmente escurridizo, dificultando la consecución de una
vacuna y de los medicamentos efectivos. En este aspecto, las inversiones
realizadas en el tratamiento de la malaria crecieron desde los 85 millones de
euros de 1993 hasta los 429 millones de 2009. Hoy en día, existen simultáneamente
50 vías abiertas en la investigación farmacológica contra el paludismo. Sólo 10
países, entre los que se encuentra España, representan el 90% del montante económico
total de las donaciones de fondos públicos para luchar contra la malaria.
La lucha para la erradicación de
los mosquitos representa el segundo frente en esta crucial contienda. En este
sentido, se han desarrollado diferentes estrategias para combatir las larvas
del insecto en las aguas estancadas, su hábitat natural. Los larvicidas han
demostrado gran utilidad, siempre y cuando las ciénagas a tratar resulten
accesibles y las larvas se encuentren en sus estados más primitivos. También resulta
efectiva la pulverización de los interiores de las casas con insecticidas de
larga duración y el empleo de mosquiteros tratados con estos productos químicos.
Uno de ellos fue el polémico DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano), prohibido por
sus efectos perniciosos para los humanos y el medio ambiente. Pero, todavía
hoy, la polémica se mantiene viva. Algunos científicos e investigadores afirman
sin dudar que el DDT permitió la erradicación de la malaria en zonas endémicas
europeas, como Italia y Grecia, y en otras latitudes más lejanas como la India,
Sri Lanka o Bangladesh, donde se han constatado importantes disminuciones en el
número de casos de esta enfermedad.
Del total de las inversiones
económicas realizadas en la lucha contra la malaria, el 38% se viene dedicando a
la procura de nuevos fármacos, el 28% a las vacunas, el 23% se destina a la
investigación básica, el 4% a productos químicos para mantener a raya al
mosquito Anopheles y un 1% a modernas técnicas de diagnóstico. Los expertos
consideran que, para avanzar realmente en este terreno, las inversiones en
insecticidas deberían multiplicarse por 4.
Esperemos, optimistas, el desarrollo
de productos buenos, bonitos y baratos, respetuosos con el medio ambiente y las
especies de insectos apreciados, como por ejemplo las abejas, y cómo no, con
nuestros prójimos. No vayamos a perder la última gran batalla de una guerra que
viene durando algo más de 500 siglos.
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