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21 septiembre 2013

PATOLOGÍA FICCIÓN



Repasando el buzón de mi correo electrónico, ese misterioso espacio virtual que a nada que me despiste enseguida se colma de ingente cantidad informativa, me topé con una reseña del blog “Primun Non Nocere” en la que su autor nos proponía la elección de un día de septiembre para dedicarlo a la Jornada Mundial de las Enfermedades Inventadas. 

Sostiene al respecto el avinagrado Aloysius la bipolaridad de la sociedad moderna occidental que, por un lado parece desvivirse en la consecución de la eterna juventud y la salud permanente, sin escatimar esfuerzos para ello, y por otro, se mantiene empeñada en descubrir una nueva enfermedad cada día, como si no fueran suficientes los males que causan tremendos dolor y mortandad a toda la humanidad. Por ejemplo, si nos referimos a los virus que afectan a los mamíferos, los expertos estiman que podrían existir al menos 320000 esperando su descubrimiento. Con que sólo el 1% de los mismos sea capaz de provocar enfermedades en los seres humanos, echen ustedes la cuenta y verán lo que nos espera.

Una de las enfermedades ficticias más criticadas es, por supuesto, el llamado síndrome post-vacacional, del que alguno de nuestros prójimos afirma no haberse recuperado todavía. Se denomina síndrome porque abarca un conjunto de varios síntomas: desde el malestar general a la tristeza, desde la astenia y la fatiga hasta la incapacidad para concentrarse. A pesar de que esta entidad patológica no cuenta con el reconocimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS), algunos se empeñan en dotarlo de un verdadera entidad patológica. Y donde hay un trastorno, probablemente haya también un remedio, un tratamiento, o varios, y seguramente algún avispado saque suculenta tajada del síndrome o del síntoma en general. 

Si no me creen, enciendan ustedes la televisión o la radio, o naveguen un ratito por la red de redes: Podrán constatar cómo se promocionan sin pudor milagrosas dietas, ungüentos, pulseras imantadas, plantillas para el calzado y hasta complejos y coloridos multivitamínicos personalizados capaces de cambiar unas moneditas por dosis crecientes de bienestar y felicidad. 

Y ¿qué decir de la banalización de la lucha contra el colesterol? Todavía hay quien cree a pies juntillas en las bondades de un pequeño comprimido que le permita seguir comiendo igual de mal que siempre a cambio de unos ajustes en las fracciones buenas y malas del colesterol en su sangre.


El otro día me comentaba un amigo que haríamos mejor en cuidar y mejorar nuestro planeta antes que embarcarnos en locas aventuras siderales para conquistar otros mundos y otros satélites. Quizás tenga razón. Algo similar opinaría él mismo respecto a los esfuerzos dedicados por los sistemas sanitarios para mantener a raya las patologías que todavía hoy continúan azotando a gran parte de la humanidad (cáncer, lesiones cardiovasculares y enfermedades infecciosas) más que en perder nuestro valioso tiempo en la procura de una amplia gama de patología ficción. Al fin y al cabo, ya conocen aquella máxima de los clásicos afirmando que los pacientes se curan, a pesar de los médicos.


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