Repasando el buzón de mi correo
electrónico, ese misterioso espacio virtual que a nada que me despiste
enseguida se colma de ingente cantidad informativa, me topé con una reseña del
blog “Primun Non Nocere” en la que su autor nos proponía la elección de un día
de septiembre para dedicarlo a la Jornada Mundial de las Enfermedades
Inventadas.
Sostiene al respecto el avinagrado Aloysius la bipolaridad de la
sociedad moderna occidental que, por un lado parece desvivirse en la consecución
de la eterna juventud y la salud permanente, sin escatimar esfuerzos para ello,
y por otro, se mantiene empeñada en descubrir una nueva enfermedad cada día,
como si no fueran suficientes los males que causan tremendos dolor y mortandad
a toda la humanidad. Por ejemplo, si nos referimos a los virus que afectan a
los mamíferos, los expertos estiman que podrían existir al menos 320000
esperando su descubrimiento. Con que sólo el 1% de los mismos sea capaz de
provocar enfermedades en los seres humanos, echen ustedes la cuenta y verán lo
que nos espera.
Una de las enfermedades
ficticias más criticadas es, por supuesto, el llamado síndrome post-vacacional,
del que alguno de nuestros prójimos afirma no haberse recuperado todavía. Se
denomina síndrome porque abarca un conjunto de varios síntomas: desde el
malestar general a la tristeza, desde la astenia y la fatiga hasta la
incapacidad para concentrarse. A pesar de que esta entidad patológica no cuenta
con el reconocimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS), algunos se
empeñan en dotarlo de un verdadera entidad patológica. Y donde hay un
trastorno, probablemente haya también un remedio, un tratamiento, o varios, y seguramente
algún avispado saque suculenta tajada del síndrome o del síntoma en general.
Si
no me creen, enciendan ustedes la televisión o la radio, o naveguen un ratito
por la red de redes: Podrán constatar cómo se promocionan sin pudor milagrosas
dietas, ungüentos, pulseras imantadas, plantillas para el calzado y hasta
complejos y coloridos multivitamínicos personalizados capaces de cambiar unas
moneditas por dosis crecientes de bienestar y felicidad.
Y ¿qué decir de la
banalización de la lucha contra el colesterol? Todavía hay quien cree a pies
juntillas en las bondades de un pequeño comprimido que le permita seguir
comiendo igual de mal que siempre a cambio de unos ajustes en las fracciones
buenas y malas del colesterol en su sangre.
El otro día me comentaba un
amigo que haríamos mejor en cuidar y mejorar nuestro planeta antes que
embarcarnos en locas aventuras siderales para conquistar otros mundos y otros satélites.
Quizás tenga razón. Algo similar opinaría él mismo respecto a los esfuerzos
dedicados por los sistemas sanitarios para mantener a raya las patologías que
todavía hoy continúan azotando a gran parte de la humanidad (cáncer, lesiones cardiovasculares
y enfermedades infecciosas) más que en perder nuestro valioso tiempo en la
procura de una amplia gama de patología ficción. Al fin y al cabo, ya conocen
aquella máxima de los clásicos afirmando que los pacientes se curan, a pesar de
los médicos.
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