En televisión. En Facebook. En Twitter. En las fotos de los perfiles telefónicos de WhatsApp. Estos días hemos tenido profusión del color rosa, especialmente en forma de lazos. Por lo detectado en mi entorno, el compromiso ha sido mayoritariamente femenino.
En los países desarrollados, representa el tumor maligno que con mayor frecuencia afecta
a las mujeres, aproximadamente el 30% de todos los cánceres en ellas
diagnosticados. En nuestro país, su tasa de incidencia se sitúa en torno al 80 por 100000. Anualmente, 8 de cada
10000 españolas están en riesgo de padecer un cáncer de mama. Respecto al número
de fallecimientos, en este aspecto España ocupa afortunadamente el último lugar
en las tablas europeas ajustadas por mortalidad; aun así, la traducción real de
estos datos y cifras se me antoja elevada: 18 de cada 10000 mujeres pierden la
vida cada año por culpa de esta enfermedad. En Galicia, esta tasa es
ligeramente inferior a la del resto del país. No nos sirve de consuelo.
Indudablemente, detrás de este
supuesto éxito nacional en las listas de mortalidad continental, las campañas
de detección precoz desempeñan un papel fundamental en el control de esta patología.
Permiten detectar este tipo de tumores en etapas iniciales de la enfermedad. Con
el tratamiento adecuado, la supervivencia se incrementa de manera considerable.
En España y en Galicia, resulta muy llamativo el descenso de la mortalidad
obtenido en las últimas décadas, especialmente durante el período abarcado
entre 1992 y 2008.
Está demostrado que la prueba
diagnóstica más eficaz para detectar un cáncer de mama que todavía no haya dado
síntomas es la mamografía. Y su eficacia para reducir la mortalidad es tanto
mayor si se realiza en el grupo de mujeres con edades comprendidas entre los 50
y los 69 años. Siguiendo las recomendaciones internacionales al respecto, todas
las comunidades autonómicas han puesto en marcha programas de detección precoz
del cáncer de mama.
Con esta finalidad, la primera unidad de exploración mamográfica
en Galicia data de 1992, contando entonces con la colaboración de la Asociación
Española contra el Cáncer (AECC). En 1998, apenas 6 años después, este programa
se había extendido abarcando al 100% de la población
diana. El papel de los médicos de atención primaria promocionando que las
mujeres sigan participando en esta actividad preventiva resulta fundamental,
porque la supervivencia de las pacientes con cáncer de mama así detectado es
superior a la de aquellas otras cuyo diagnóstico fue incidental.
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