La salud y la
enfermedad de los millares de refugiados que continúan agolpándose a las
puertas de la vieja Europa, escapando de la guerra y la miseria desde Oriente
Medio, Asia y África, representan una nueva preocupación para las autoridades
sanitarias internacionales. La solidaridad y el altruismo, también la
precaución y el instinto de autoprotección, se han convertido en los
principales estímulos motores de estas actuaciones. No debemos olvidar que varias organizaciones
no gubernamentales soportan una parte considerable de tan ingente carga
asistencial, y no sólo en el ámbito médico, psicológico y sanitario.
Otra vez los
Balcanes, todavía pendientes de cicatrización las heridas provocadas por sus recientes bárbaras guerras fratricidas, se han convertido en un camino de esperanza
para demasiados prójimos quizás en la procura de una vida mejor. Y para ellos, lo
mejor significa nuestra normalidad. Según Médicos sin Fronteras, las patologías que
demandan una mayor atención son las lesiones dermatológicas (ampollas y
úlceras) y musculares en las extremidades inferiores y las infecciones
respiratorias que afectan a uno de cada cuatro niños y adultos atendidos. Estas
enfermedades se multiplicarán exponencialmente con la llegada de las lluvias y
las bajas temperaturas, en personas procedentes de tierras mucho
más cálidas. Una incógnita adicional resulta el estado de vacunación de todos estos
niños, especialmente los más pequeños. Y ¿qué podemos pensar de la salud mental
de aquellos que se han jugado la vida a bordo de inestables embarcaciones para
después recorrer a pie incontables kilómetros por rutas nada fáciles ni
amistosas, con una alimentación y unas reservas de agua más bien escasas, expuestos a todo
tipo de maltrato y violencia?
Además de los
problemas materno-infantiles y de las patologías crónicas que puedan afectar a
las personas mayores, las organizaciones sanitarias se deben enfrentar a una
elevada incidencia de enfermedades infecciosas, algunas de ellas supuestamente
controladas en nuestro entorno, como la tuberculosis, por otra parte endémica
en varios países de procedencia de los refugiados. Los expertos sanitarios
recomiendan una estrecha vigilancia especial para esta patología, sobre todo en
los casos de tuberculosis latente, cuando el individuo está ya infectado pero todavía
no ha desarrollado la enfermedad, especialmente en los niños y los
adolescentes. Tales directrices deberían aplicarse desde el primer momento de
la acogida, mediante un diagnóstico y tratamiento precoces que impidan la progresión
de la enfermedad, su diseminación y futuras
secuelas.
La tuberculosis es solo un ejemplo, pero como ella hay muchos más. El
Comité Regional de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya se ha puesto
manos a la obra. Buena falta nos hará, porque ni la enfermedad (ni la muerte) distinguen
de fronteras. Tampoco las detienen las más sofisticadas barreras de cemento,
alambre y concertinas.