Fotografía de Adrián Duchateau
Se llama Valery Spiridonov y es
ruso. Padece una grave enfermedad neurodegenerativa conocida como Atrofia
Muscular Espinal (AME). En el 98% de los casos, se asocia a un trastorno genético
localizado en el cromosoma 5. Afecta a las neuronas motoras del asta anterior
de la médula espinal, provocando una debilidad muscular progresiva, altamente
invalidante y a corto plazo incompatible con la vida. No tiene cura. Spiridonov
trabajaba como programador informático. Conocedor de la gravedad de su patología
y del futuro que le espera, se ofreció voluntario para un experimento que podría
cambiar el curso de la Medicina.
El 18 de febrero de 1848 unos visionarios
intentaron llevar a cabo una singular experiencia. El afamado pintor y
retratista belga Antoine Wiertz junto a un misterioso hipnotizador conocido
como “Monsieur D”, subieron al patíbulo para intentar demostrar que las cabezas
cercenadas por la guillotina continuaban con vida durante unos instantes,
siendo capaces de seguir pensando. Por supuesto, gozaron con el permiso de las
autoridades penales y estuvieron acompañados por una mujer, testigo a la sazón,
por el verdugo y, por supuesto, por los dos asesinos condenados a la pena
capital.
La tradición adjudica a un médico,
al Dr. Guillotin, la supuesta paternidad de la macabra, pesada y afilada
cuchilla que pretendía proporcionar ejecuciones rápidas e indoloras. En
realidad, durante la Revolución Francesa, Joseph Ignace Guillotin fue uno de
los diez diputados parisinos de la Asamblea Constituyente. El 10 de octubre de
1789 propuso la decapitación como un método sencillo para administrar la pena de
muerte a los convictos. Hasta la invención de la guillotina, el sistema utilizado
era el hacha o la espada, que se aplicaba a la nobleza con resultados harto
dispares. Para el pueblo llano, se empleaba la horca o la terrible rueda, donde
se ataba a los desgraciados convictos que abandonaban este mundo con grande
tormento y sus articulaciones quebrantadas por el mazo ejecutor. Probablemente
así se gestó la clemencia del Dr. Guillotin, empeñado en su cruzada a favor del
ajusticiamiento imperceptible.
Retomando a Antoine Wiertz, según su propio
testimonio, mediante hipnosis consiguió introducirse en la mente de uno de los
ajusticiados justo antes de morir. El relato del horror provocado por la
decapitación ha quedado recogido para la posteridad en la biografía del
artista. ¿Sugestión o morbosa imaginación? El caso es que no ha sido el único
en interesarse, de una manera más o menos científica, en lo que le ocurre a una
cabeza cuando es separada de su cuerpo.
El Dr. Sergio Canavero es miembro del
Grupo de Neuromodulación avanzada de Turín. Asegura que las barreras que hasta
ahora impedían un trasplante de cabeza, más exactamente un trasplante cerebral,
serán pronto superadas de tal manera que permitirán, no más allá del año 2016,
el éxito en este tipo de intervenciones. Valery Spiridonov se mantiene a la
espera.
Si nada detiene a la técnica, las cabezas elegirán cuerpos, los cuerpos
elegirán cabezas, y el tratamiento de muchas enfermedades neurodegenerativas
tendrá un enfoque completamente diferente. Porque como alertaba Nietzsche, si
no mantenemos sujeto el corazón, cuando éste se libera, podemos perder la
cabeza.
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