En bastantes ocasiones, diversos autores nos vienen alertando sobre la consideración de la diabetes mellitus como
la verdadera plaga del siglo XXI, del que por cierto, llevamos vividos 15 años.
Aunque estos expertos más bien se refieren al tipo 2 de la enfermedad, el que
se desarrolla en la edad adulta, frecuentemente asociada al sobrepeso y a la
obesidad, el problema que representa la diabetes en grupos de edad tan
especiales como la infancia y la adolescencia no resulta una cuestión baladí.
Nos estamos refiriendo a una de las enfermedades crónicas más comunes en los niños,
y a pesar de los grandes avances en el diagnóstico y tratamiento de esta
patología, continúa representando un problema de salud de primera magnitud para
los niños enfermos, sus familias y el sistema sanitario en general. La mayoría
de los pequeños diabéticos padecen diabetes tipo 1, popularmente conocida como
diabetes dependiente de la insulina. A corto plazo, el objetivo médico que se
intenta conseguir se centra en
evitar la aparición de hipoglucemias, los temidos bajones de azúcar, así como
un estado especialmente peligroso conocido como cetoacidosis.
Sin embargo, a la
larga, pacientes, padres, médicos y enfermeras, pero también maestros,
cuidadores y educadores debemos concentrar nuestros esfuerzos en la prevención
de aquellas complicaciones que podrían desarrollarse con el paso del tiempo.
Porque la diabetes es algo más que el descontrol de los valores de glucosa en
sangre. El aparato cardiovascular, los riñones y la retina son órganos que se
pueden ver profundamente afectados siempre que la enfermedad no esté
correctamente tratada y controlada. En la diabetes infantil y juvenil la
educación sanitaria y el fomento del autocuidado resultan fundamentales para
que estos niños y jóvenes puedan llevar una existencia completamente normal,
realizando las actividades de ocio y deportivas que sus facultades físicas les
permitan en todo momento.
Hoy en día podemos asegurar, sin temor a
equivocarnos, que existen suficientes conocimientos sobre la patogenia de la enfermedad,
es decir, sobre los mecanismos bioquímicos que llevan a la aparición de la
diabetes. Y esta comprensión de las causas permite el incremento de nuevos
tratamientos destinados a prevenir sus indeseables secuelas.
Y ¿qué decir de los adolescentes
diabéticos? Diferentes modernos estudios han revelado la importancia de ciertos
factores en el control de esta patología, desde el entorno familiar hasta la
influencia medioambiental. Porque estamos hablando de una etapa de la vida complicada,
repleta de cambios fisiológicos, psíquicos y sociales, cuya confluencia de factores
puede afectar de forma negativa al adecuado control de la enfermedad.
No
resulta comparable la responsabilidad y la confianza que pueda tener en los profesionales de la
salud un diabético tipo 2 adulto que un adolescente que debe inyectarse varias
veces al día sus correspondientes dosis de insulina. Para la historia quedarán
los fracasados intentos de administrar esta vital hormona por vía intranasal.
Cada vez se diagnostican más casos en un colectivo comprendido entre 10 y 24 años,
que representa la cuarta parte de la humanidad.
Y es que en estos casos, tan
importante como la dieta y la insulina resultan la legislación antitabaco y el
acceso a la sanidad de los colectivos más desfavorecidos, por poner dos
ejemplos. Obviar esta realidad es actuar negligentemente.
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