Mientras la policía
rumana ha detenido al presunto asesino de Marina y Laura, las desdichadas amigas
de Cuenca que ni siquiera la muerte ha sido capaz de separar, resulta que un
tercio de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años considera aceptable el
control de los horarios y de las compañías de sus parejas, a pesar de que el
92% de estos jóvenes varones considere inaceptable la violencia machista.
Sostiene Aloysius que nuestra sociedad sigue teniendo esta asignatura pendiente.
No sabemos cuántas convocatorias habremos de pasar para conseguir el aprobado. Y
nada decimos del notable, el sobresaliente o la matrícula de honor, por
considerarlos utópicos, de momento. Por desgracia, pero así de cruel se nos
antoja la realidad que nos toca vivir.
Pero no todo es
violencia machista física y psicológica. La brecha en la igualdad entre mujeres
y hombres se ensancha en tantos otros aspectos, en otras latitudes. Pongamos
por ejemplo, el acceso a los servicios sanitarios básicos o al agua potable. A
pesar de que en muchas partes del mundo el acarreo de agua para el consumo y
las tareas domésticas continúa siendo una actividad típicamente femenina, en
este aspecto la desigualdad campa a sus anchas. Existen estudios que demuestran
que las mujeres son más susceptibles a determinadas enfermedades transmitidas
por la contaminación fecal de las aguas, como diarrea crónica, tracoma y
diversas parasitosis intestinales. No existe premio alguno para el esfuerzo
físico y psicológico que supone para las mujeres conseguir agua en determinadas
lugares. En demasiadas ocasiones, además del cántaro con ese preciado líquido
dudosamente salubre, la mujer ha de cargar con un feto en sus entrañas y algún
que otro bebé de corta edad a sus espaldas.
En algunos parajes de
África y de la India, ir a buscar agua lejos de sus hogares se convierte en una
peligrosa cuando no mortal aventura para miles de mujeres jóvenes y
adolescentes: raptos, vejaciones, agresiones sexuales, violaciones, asesinatos.
NI siquiera hay piedad a cambio de unos tragos de agua. La escasez también
implica una higiene inadecuada, lo que se traduce en el incremento de las
infecciones genitales y urinarias femeninas. Si no hay agua para beber o
cocinar, mucho menos habrá para lavarse o bañarse. ¿Se imaginan el ciclo de las
aguas fecales y residuales en este tipo de economías?
En diversas ocasiones
hemos defendido que los mayores logros en salud se consiguen gracias a los avances
en salud pública. La potabilización del agua y las letrinas alargan más la vida
humana que las innovadoras avanzadas y sofisticadas técnicas quirúrgicas. Por
esa senda deberán encaminarse los permanentes esfuerzos de las autoridades
políticas y sanitarias. Escuchemos las voces de las niñas y las mujeres, aunque
aparentemente no podamos oírlas. Porque igualdad significa menos muertes y
mucha más vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario