El 15 de noviembre de
2005 contábamos la historia del que nos parecía el hombre más triste del mundo.
Ocurrió en Tarragona. Alguien decidió suicidarse dejando abierta la espita del
gas. La tremenda explosión provocó el derrumbe de su vivienda sobre el piso de
abajo, donde descansaban una madre con sus tres hijos, el menor un bebé de apenas
mes y medio. Toda la familia pereció en esa desgracia. Excepto el padre, porque
unos instantes antes de la deflagración había salido al balcón para tomar un
poco el fresco. Escribíamos entonces que la tristeza buscada es aquella que
permanece para siempre, sin solución, la pesada losa que sella la tumba de los
enterrados en vida, aquellos incapaces de arrebatarle siquiera una tímida sonrisa
a las princesas de los cuentos.
Con frecuencia, psicólogos y psiquiatras han de
enfrentarse a una circunstancia conocida como duelo patológico. El
fallecimiento de un ser querido suele sumergirnos en una tristeza pantanosa.
Pero, a pesar del intenso sufrimiento inicial, el dolor irá remitiendo a medida
que transcurren los meses, mientras la vida va normalizándose de nuevo. La
mayoría de las personas no necesita ayuda para superar este tipo de duelo.
Cuando esto no ocurre, debe recurrirse a un especialista. La Doctora Katherine
Shear dirige un estudio en la Universidad de Columbia sobre esta particular
forma de sufrimiento complejo. Asegura que la prevalencia es mayor en los
mayores de 65 años, porque probablemente hayan tenido que enfrentarse a la pérdida
de seres queridos en diversas ocasiones.
Los clásicos
distinguían entre duelo crónico, aquel que dura más de un año, provocando
ansiedad cuando se recuerda la pérdida, duelo retrasado o pospuesto, cuando
transcurrido ya un cierto tiempo una carga emocional intensa consigue reabrir el
desconsolador recuerdo, duelo exagerado, cuando la persona afectada desarrolla
conductas de evitación para mitigar las penosas reminiscencias, buscando
refugio en el consumo de alcohol, fármacos, drogas, incluso en el aislamiento
de su entorno, y finalmente el duelo enmascarado, donde las somatizaciones
físicas se convierten en la punta del iceberg de una situación que
inconscientemente se mantiene irresoluta.
Todavía conmovidos por el drama de
los refugiados que huyen de Siria e Irak empujados por el odio y la muerte que
se ha instalado en sus propios hogares, la imagen del pequeño sirio-kurdo Aylan
Kurdi exánime sobre una playa de Turquía, allí donde mansamente las olas se
confunden con la arena, se ha convertido en un sonoro aldabonazo para nuestras anestesiadas
conciencias.
Se pregunta intrigado
Aloysius qué tipo de duelo va a sufrir el padre de Aylan y Galid, candidato al
hombre más triste del mundo, que acaba de enterrar a su esposa y a sus dos
hijos en un túmulo en las convulsas tierras de Kobani. Los expertos aseguran que el duelo prolongado
es más frecuente ante muertes repentinas o violentas y cuando el fallecido es
el cónyuge o un hijo. Opinen ustedes.
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