Sostiene Aloysius que
un anticiclón aposentado sobre el Atlántico es el responsable del frío que
estos días padecemos en la provincia de Ourense. La verdad es que andábamos un
poco desacostumbrados a las nieblas persistentes y al viento gélido soplándonos
en las orejas. Las inclemencias del tiempo nos han traído recuerdos invernales
de una infancia en la ciudad de As Burgas, cada vez más lejana.
Hablando de
frío, hace un mes una adolescente británica de apenas 14 años y enferma
terminal de cáncer, se ganaba en los tribunales el derecho a ser congelada tras
su muerte, con la esperanza de poder ser reavivada en un futuro más o menos
incierto, cuando la cura de su enfermedad fuera posible. A priori, demasiada
incertidumbre. Aunque considerando fríamente esta cuestión nada tendría que
perder, salvo los 44500 euros que ha costado el proceso de criogenización,
asumidos íntegramente por su abuela materna.
Este caso posee todos los
elementos para crear viva polémica: menor de edad, padres divorciados con ideas
contrapuestas, cuestiones médicas, legales y bioéticas…; ahora el cuerpo de la
muchacha no descansa en una gélida tumba, sino que se encuentra custodiado por
una empresa especializada, sumergido en un tanque de nitrógeno líquido a – 196º
centígrados.
A pesar de sus particularidades este acontecimiento no resulta excepcional:
varios seres humanos permanecen aletargados en semejantes condiciones, todos ellos
con el mismo anhelo de resucitar algún día. La criogenización es un lance
aprovechado ampliamente por el cine y la literatura. En estos días terminamos
de repasar la esperpéntica película “El dormilón” (1973) de Woody Allen,
protagonizada por el propio cineasta, personaje que despierta en una sociedad
futura tras haber sido congelado por error dos siglos antes.
Lo cierto es que
la naturaleza ha demostrado que es posible criogenizar algunos animales, como
por ejemplo reptiles, anfibios, gusanos e insectos, pero en el caso de los
seres humanos el proceso de congelación y descongelación posterior provocaría
serios daños en nuestros tejidos y órganos. Más concretamente, para evitar
semejante deterioro serían necesarios procedimientos muy cuidadosos durante la
congelación, con descensos controlados de la temperatura así como el empleo de
sustancias crioprotectoras (sulfóxido de metilo, etilenglicol, glicerina y
propanediol). Los expertos tratarían de evitar la formación de hielo dentro de
nuestras células, causante de la destrucción de las mismas. Deberían emplear un
procedimiento de enfriado rápido denominado vitrificación.
La descongelación no
resultaría menos complicada. Las proteínas anticongelantes desempeñarían una
papel crucial para evitar la formación de hielo durante la resucitación. Si
bien la medicina y la cirugía del frío han obtenido éxitos parciales, las mayores
dificultades se plantearían en la recuperación del cerebro y sus funciones
vitales, haciendo dudar sobre la capacidad para que este órgano regrese intacto
a la vida desde el ultrafrío. Una vez más, tal vez la solución venga de la mano
de la nanotecnología avanzada y de la medicina regenerativa, hoy por hoy en
fase de investigación. En este aspecto, permanecemos helados. El futuro todavía
no está aquí.