Así se titula uno de
mis cuadros favoritos, el pintado por Gustav Klimt entre 1907 y 1908, en un lienzo
con óleo y laminillas de oro y estaño. Tuve la oportunidad de contemplarlo hace
unos cuantos años en el Belvedere de Viena y verdaderamente impresiona. La
sociedad de la época consideraba a este discutido artista un autor de obras
pornográficas. Dice la copla española que un beso de amor no se le da a
cualquiera. Efectivamente, en plena resaca del día de San Valentín (menos mal
que todavía existe un día dedicado exclusivamente al amor), repasamos una
curiosa colaboración del periodista griego Spyros Manouselis en la edición
digital de efsyn.gr preguntándose qué es lo que nos lleva a besar, de forma tan
distinta, a una madre, a un niño o a un amante.
Un simple beso, ese leve
aletear de los labios, tiene significados bien diversos, desde la famosa
traición de Judas en el Huerto de los Olivos, hasta la más tierna prueba de amor
de una madre hacia su pequeña cría. Leales ósculos de amigos, tórridos apasionados
besos de amantes, castos sumisos besos en el dorso de la mano, besos húmedos o
secos, un contacto oral agradable aporta información compleja del intercambio
entre las personas. Y es que un primer beso frustrante es capaz de arruinar el
comienzo de un gran amor.
En la génesis de esta
conducta se entremezclan nuestras emociones, nuestra identidad personal y
nuestra evolución como especie. Los defensores de la teoría del apego insisten
en su importancia a la hora de enamorarnos. En el enamoramiento participan diferentes
hormonas, un cóctel en el que destacan la adrenalina, la dopamina, la
serotonina, la vasopresina y la oxitocina, que ponen en marcha las neuronas
concentradas en tres regiones cerebrales bien concretas: el área ventral
tegmental, el núcleo accumbens y el núcleo caudado. Así lo demuestran
diferentes estudios realizados por solventes científicos internacionales,
alguno de los cuales, a buen seguro, alguna vez habrá tallado a punta de navaja
un corazón atravesado por una flecha sobre la corteza de un árbol.
Además, los
labios se encuentran recubiertos por una fina capa de tejido epitelial que
contiene un asombroso número de receptores sensoriales neuronales. Para algo
estarán ahí, digo yo. Estudios recientes, como el llevado a cabo en EEUU por la
neuróloga Wendy Hill y su equipo, han desvelado que cada beso erótico dispara
los niveles de oxitocina, lo que repercute tanto a nivel de las relaciones
sociales como en la intensidad del orgasmo masculino y femenino.
Repasando a
Manouselis, sostiene Aloysius que los besos no son un privilegio de los
primates humanos, sino que este comportamiento resulta muy común en la mayoría
de los mamíferos. Los que compartimos nuestra vida con perros, por ejemplo,
podemos dar fe de esta realidad, y entre nuestros parientes más cercanos, los
bonobos suelen besarse con lengua para expresar sus sentimientos. No olviden
que el primer beso es mágico, el segundo íntimo, y el tercero rutinario (Raymond Chandler dixit)
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