La influencia del
medio ambiente en la salud de los humanos es conocida desde los albores de la
historia. Ejemplos de ello han sido las recomendaciones sobre higiene personal
y pública de las antiguas civilizaciones china, egipcia, mesopotámica y hebrea.
Posteriormente griegos y romanos, con su expansión colonial e imperial,
contribuyeron a la extensión de infinidad de normas y obras públicas que
intentaban detener o paliar los efectos del entorno hostil e insalubre sobre la
salud de los administrados. El mismísimo Seneca nos advertía del peligro que
para la salud del cuerpo y del alma representaban los lugares malsanos. La
irrupción del Islam supuso aceptar que la salud física, emocional y espiritual
conforman un conjunto inseparable y necesario en las personas sanas. Si una
parte enferma, las otras sufren.
En este sentido, se
mostraba muy preocupado Aloysius tras enterarse por los medios de comunicación
que en la actualidad la contaminación se lleva más vidas por delante que la
malaria y el Sida juntos. Los expertos alertan sobre unos 3 millones de vidas
perdidas prematuramente cada año por culpa de este problema, de ellos 600000
niños, como ha confirmado UNICEF. Ya conocen por otras ocasiones nuestra
opinión al respecto, pues reconocemos que los avances en salud pública son los
verdaderos responsables del bienestar humano. De poco sirven los grandes
avances tecnológicos y terapéuticos si los niños no disponen de agua potable o
redes de evacuación para las residuales en los países en vías de desarrollo. Pero
no solamente es un problema geográfico y económico. Prácticamente el 100% de
las grandes urbes mundiales soporta una contaminación incompatible con los
mínimos estándares de calidad ambiental. En Barcelona, por ejemplo, el análisis
de las primeras aguas recogidas en sus calles tras las lluvias arroja
resultados incluso peores que el de las aguas fecales. En Madrid acaban de
aplicarse por primera vez medidas municipales para restringir el uso de
vehículos a motor que estaban convirtiendo el aire en irrespirable. El pasado
invierno, las autoridades chinas declararon en Pekín la primera alerta roja por
contaminación de su historia. Cerraron las escuelas, limitaron el tráfico y las
obras de construcción quedaron paralizadas. Allí parecen conformarse con que
900000 chinos fallezcan a causa de la contaminación desde hoy hasta el 2030.
En
Latinoamérica, más de lo mismo: 100 millones de habitantes respiran
cotidianamente aire contaminado. Las PM10 y las PM25 son mezclas de partículas
sólidas y líquidas minúsculas que causan inflamación pulmonar y deterioran el
funcionamiento del corazón. El dióxido de nitrógeno, gas generado por la
combustión de los carburantes fósiles, es un veneno para nuestras vías
respiratorias, de la misma manera que lo es también dióxido de azufre producido
en plantas generadoras de energía y grandes zonas industriales. Cantaba la
chica de Mecano:
“era un aire gris oscuro
y con bastante polución,
se notaba en cualquier caso que era aire de ciudad,
que si bien no es el mas sano,
lo prefiere el ser humano”.
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