Algo falla. Alguien
falla. Estamos estremecidos ante el fallecimiento de una adolescente de apenas
12 años tras una intoxicación etílica aguda. Esta desgracia no ocurrió en una
gran ciudad, sino en el pueblo de San Martín de la Vega, a 40 kilómetros de
Madrid. Una muerte muy barata, apenas 10 euros a medias para conseguir unas
botellas de alcohol. Laura se llamaba, y se tomó una botella de ron entera. Sus
amigos la dejaron tirada, porque pesaba mucho y no querían cargar con su
borrachera. Un coma etílico puso el punto y final al botellón de San Martín de
la Vega. Ahora toca llorar y buscar culpables.
Algo falla en las familias, pues
con anterioridad en dos ocasiones Laura fue llevada a casa por la policía en
estado de ebriedad. Dicen los expertos que nuestros adolescentes se inician en
el hábito etílico entre los 13 y los 14 años. Demasiado pronto. Algo falla en
nuestros hogares, donde los padres intentamos mantener la equidistancia entre
el papá colega y amigo y aquel otro progenitor abanderado de la hiperprotección
predispuesto a no dejar pasar ni una.
Algo falla en nuestro sistema educativo,
donde la formación sobre hábitos saludables y la prevención de las conductas de
riesgo (sexo, alcohol y drogas) sigue sin abordarse como una asignatura transversal
adaptada a lo que cada día se enseña en nuestras escuelas, colegios e
institutos. Nos enfrentamos a un verdadero problema de salud pública que se
extiende mucho más allá del mero debate sobre los deberes escolares para los
fines de semana.
Algo falla también, alguien falla en las políticas municipales
y autonómicas, donde todos conocemos de sobra la problemática ocasionada por
los botellones y por el consumo de alcohol de los menores, pero parece que
resulta más progresista mirar para otro lado. Prohibido prohibir. No legislamos
contra el botellón, no vaya a ser que perdamos los votos de los más jóvenes,
pero en cambio multamos sí a los que les echan pan a las palomas.
Alguien
falla, algo falla también a nivel nacional, porque España sigue siendo el país
más atractivo para el turismo de borrachera y donde los actos más
multitudinarios del calendario universitario son macrofiestas en las que
alcohol y otras drogas pasan de mano en mano sin control, que para eso ya
existen ambulancias y servicios de emergencias que nos llevarán al hospital si
nos pasamos.
Algo deberá cambiar, alguien tendrá que actuar, todos tendremos
que tomar decisiones al respecto para que la desgraciada muerte de Laura no se
convierta en poco tiempo en otra macabra anécdota más como la del cadáver del
pequeño Alan Kurdi ahogado en las costas de Grecia o la de aquel otro niño
anónimo africano agonizando por la desnutrición mientras un buitre lo observaba
de cerca. Porque a Laura la llevaron hasta el centro de salud metida en un
carrito de la compra. Qué triste!
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