La inmunoterapia está
triunfando en importantes batallas de la lucha contra el cáncer. Su fundamento
es aparentemente sencillo: potenciar el sistema inmunitario del paciente para
que sus propias defensas ataquen y destruyan las células tumorales, una
estrategia similar a la empleada por la naturaleza para combatir las
infecciones por bacterias y virus.
Existen varios agentes defensivos, pero
nosotros vamos a centrarnos en una especie determinada, los linfocitos T. La
terapia CAR-T (de sus siglas inglesas Chimeric
Antigen Receptor T- cell therapies) consiste en extraer de la sangre del
paciente varios millones de linfocitos T, modificarlos genéticamente,
multiplicarlos en el laboratorio y devolvérselos al paciente por vía
intravenosa. Con este método innovador, un pequeño de 6 años se ha curado de la
leucemia linfoblástica aguda (LLA) que le diagnosticaron cuando apenas tenía 23
meses. Antes de ser tratado con la terapia CAR-T había sufrido 2 recaídas, a
pesar de haber recibido un trasplante de médula ósea.
Estamos ante el primer
paciente pediátrico así tratado a cargo de nuestro Sistema Nacional de Salud
(SNS), un auténtico hito para la sanidad pública española, capaz de abrir un
conflicto entre el Ministerio de Sanidad y las Comunidades Autónomas para designar
qué centros de referencia se encargarán a partir de ahora de aplicar y
controlar estos tratamientos.
Mientras estos avances se están produciendo, en
Florida (Estados Unidos) un juez acaba de ordenar que se trate a un niño de 3
años que también padece una LLA, en contra de la voluntad de sus padres, que
preferían una terapia alternativa, a base de vitaminas, cannabis medicinal y
una dieta específica. El tratamiento queda ahora bajo la supervisión judicial.
Podrá durar hasta 3 años, siempre y cuando los médicos informen positivamente
sobre la remisión de la enfermedad. Estos dos casos no son más que los ejemplos
constatables de un debate generado por los avances técnicos de la medicina que
vendrá, que ya se encuentra entre nosotros, y determinados movimientos
sociales, por suerte minoritarios en nuestro entorno, empeñados en cuestionar
precisamente los progresos de la ciencia.
Los antivacunas, por ejemplo, que tanto daño están
provocando en la salud pública de los Estados Unidos y en algunos países
europeos, constituyen la punta de un peligroso iceberg que puede hacernos
retroceder a los períodos más oscuros y terribles de la humanidad, diezmada por
enfermedades que hasta el día de hoy se han controlado mediante medidas tan
efectivas y valiosas como a buen seguro será también la terapia CAR-T.
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