A mediodía, la ciudad festiva todavía se despereza mientras la luz láctea planea sobre el parque. De pronto, las palomas y las gaviotas se quedan petrificadas, mirando todas en la misma dirección. Sólo tres o cuatro ladroncillos gorriones hurtan unas migajas de pan, moviéndose veloces entre tanto gigante alado inmóvil. Los plátanos de Indias desnudan su pudor invernal y una pareja solitaria se abraza y se besa sentados en un banco. Arropados con sus bufandas tricolores se defienden del aire fresco; por momentos se convierten en los Pablo y Virginia de Bernardino de Saint Pierre; él le susurra al oído: "te amo - eres mi verdadera media naranja".
Bebiendo de las fuentes de Wittgestein, hay quien todavía piensa que el mundo se encuentra conceptualizado a base de estereotipos. ¿Quién le cuenta a este enamorado que su media naranja tal vez pudo haber sido la mujer de 70 años que dentro de media hora sacará a pasear a sus perros en ese mismo parque?; ¿o la desconocida que se cruzó un día con Baudelaire por las calles de París?; ¿o una mulata que en ese mismo instante dormita en La Habana envuelta en el perezoso aroma de un secadero de hojas del tabaco?; ¿o esa niña que nacerá dentro de 300 años en el delta del Mekong o en una colonia espacial de Marte?...
Mientras tanto algunos seguimos enamorándonos de los estereotipos femeninos que nos meten por los ojos desde las pantallas de televisión o desde las revistas de papel couché: ¿son ellas realmente como son o son para nosotros como en realidad las vemos?.
Dentro de mis muchas medias naranjas están la mestiza belleza eslava de Ornella Muti, a finales de los 70, la frígida madurez de Catherine Deneuve, el fuego abrasador de Ava Gadner en "La noche de la iguana"... ¿y qué decir también del debut de la hoy asaz edulcorada Jeniffer López?.
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