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22 septiembre 2006

DESDE NIVARIA


Aventurero incansable, ha encabezado Aloysius una expedición de viajeros accidentales a la isla de Nivaria, inmersa en un conflicto social sin precedentes provocado por el desembarco incesante de inmigrantes ilegales a sus costas meridionales. A esta legión de deteriorados prójimos centroafricanos se añaden ahora las centurias procedentes del subcontinente indio; éstos se encuentran albergados en unas condiciones bastante inadecuadas en una nave almacén puesta a su disposición por las autoridades portuarias locales. Aquí no hay cama pa’ tanta gente, como decía el son del Gran Combo de Puerto Rico.

Todo este panorama me provoca una serie de reflexiones sobre el racismo, concepto económico por antonomasia. Se le cierran las puertas de un sueño equivocado llamado Occidente (como el navío de José Luis Sampedro en “La senda del Drago") a miles de seres humanos que con casi total seguridad pasarían a engrosar las bolsas de pobreza extrema en las naciones de acogida. De otra manera, ¿cómo conseguirían sobrevivir entre nosotros sin oficio ni beneficio conocidos?. Basta recorrer con nuestra mirada las calles de las más populosas ciudades españolas para reconocerlos dedicados a la venta ambulante de los más variopintos objetos, desde tallas artesanales hasta material audiovisual pirateado. Curiosamente los indostaníes casi siempre venden flores. Y todo este fenómeno no es exclusivo de nuestro país. Al caer la tarde, cuando han cerrado los comercios, las calles turísticas de Florencia se llenan de manteros africanos que venden marroquinería barata, especialmente bolsos falsificados. Al mismo tiempo, finalizan su jornada laboral los empleados de seguridad de las grandes firmas de moda. El color de la piel es el mismo para unos y para otros. La diferencia solamente es económica: trajes de Gucci frente a sudados drapeados tradicionales. He aquí el sofisticado toque de nuestra modernidad.

Desde las Canarias, con destino a Senegal, han empezado a partir los vuelos de repatriación a razón de un pasajero deportado por cada policía vigilante. Se podría meter en un brete el gobierno de nuestra desalineada nación si mientras participábamos como observadores en la cumbre de los Países No Alineados de La Habana, a la legión de subsaharianos deportables se les ocurriese amotinarse negándose a subir a los aviones. Algunos de ellos ya han jurado que pese a todo volverán a intentarlo.

Mientras todo esto ocurre aquí, allá en Suazilandia el último monarca absolutista del África subsahariana ha organizado unos fastuosos festejos para elegir su décimo cuarta esposa. La llamada Danza de los Juncos atrajo a miles de muchachas de escasos recursos económicos, con la esperanza de ser la elegida por Mswati III para engrosar su colmado harén. Mientras las chicas suazili bailan con los senos descubiertos y sus coloristas faldas tradicionales, este año han participado mucho más recataditas varias decenas de adolescentes europeas, por aquello de la globalización, el buen rollito y las alianzas entre las civilizaciones.

La Unión Europea deberá esforzarse mucho más en la mejora sustancial de las condiciones económicas de los países africanos exportadores de inmigrantes. Sólo así podrá corregirse este drama humano. Lo demás es tratar de ponerle fronteras al océano, porque por cada avión de repatriados que despegue de Nivaria, varios cientos de cayucos siguen siendo calafateados a la espera de singladuras más propicias.

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