Cada vez que se termina una manifestación, sea quien sea el convocante, se desata una implacable guerra mediática de números y cifras, un encarnizado combate contable sobre la cantidad y densidad de asistentes. Y es que la calidad es un parámetro mucho menos interesante en esta sociedad competitiva. Incluso la magnitud de la afluencia es considerada más importante que el motivo de la convocatoria. Juguemos un poco con un ejemplo práctico: tomemos los datos publicados en los medios de comunicación respecto a la manifestación del pasado 10 de marzo contra los beneficios penitenciarios recibidos por el superkiller De Juana Chaos. El Manifestómetro, blog que se precia de contar siempre si son cinco o seis… salvo si no son cinco o seis, calculó un número estimado de asistentes entre 240000 y 320000. Por su parte, el Partido Popular (convocante de la protesta) estableció la asistencia en 2 millones y medio de almas. La Comunidad de Madrid fue más comedida (2125000 personas) y la Subdelegación del Gobierno contabilizó 342665 asistentes.
Como resulta prácticamente imposible saber cuántos fueron en realidad a la marcha en cuestión (a no ser que alguien los contase de uno en uno), ni cuántos estuvieron presentes durante la duración completa del acto de protesta, ni cuántos fueron por allí a curiosear al principio y luego se marcharon, para nuestro ejemplo cometamos una incorrección matemática y calculemos la media de los datos aportados en la prensa. Grosso modo, me salen en la cuenta 1105533 prójimos. O si utilizamos un sistema contador similar al de los jueces de gimnasia o los de patinaje, despreciamos la cifra mayor y la menor, y la media de asistentes se situaría ahora en 557533.
Sea como fuere, el Secretario General del PSOE afirmó que el número real de asistentes es mucho menor que el de las víctimas mortales de la Guerra de Irak. ¿Lógica aristotélica? Si bien su razonamiento es cierto, resulta que en España se mueren por cardiopatía isquémica cada año aproximadamente unos 40000 paisanos (22352 hombres y 17090 mujeres), 8 veces menos gente que la que el otro sábado acudió a la manifestación de Madrid. Pero aunque parezcan poquísimos, resulta que esta enfermedad representa la primera causa de mortalidad en los varones y la segunda en las mujeres de nuestro país. Y si nos detenemos en analizar la mortalidad en España por cáncer de pulmón, nos encontramos que 171735 ciudadanos (153161 hombres y 18574 mujeres) fallecieron entre 1978 y 1992 por dicha causa, aproximadamente la mitad de los manifestantes del 10 de marzo de 2007 en la capital de España. Teniendo en consideración ese mismo período de tiempo, 743 inocentes fueron asesinados por la banda terrorista ETA, aproximadamente 500 veces menos que los que se manifestaron bajo el lema - España por la libertad. No más cesiones a ETA - contra la concesión del segundo grado a De Juana Chaos. Y desde 1992 hasta el día de hoy, aún tuvieron que derramar su sangre otros 194 prójimos. Más o menos ya decía Bertrand Rusell que con las matemáticas somos capaces de rebatir lo que no nos interesa oír.
Finalizo esta espesa relación de guarismos luctuosos recordando a Francis Bacon, el filósofo y estadista ejemplar, que en su obra Nuevo Organum rechazaba la lógica aristotélica y combatía los errores que a su juicio con frecuencia comete el intelecto humano. Él los denominó ídolos, y los hay para todos los gustos: de la tribu (conducen a la falsedad embaucados por nuestros sentidos), de la caverna (errores dependientes de nuestra propia subjetividad), del mercado (provocados por las confusiones del lenguaje) y del teatro (derivados de las falsas teorías, que como avezados actores engañan al público).
Un ¡hurra! Pues por este filósofo británico de tan apetitoso e hipercolesterolémico apellido.
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