Cuentan por ahí ciertos enredadores de la ciencia una curiosa parábola. Defienden que el icono protagonista de la etiqueta del Anís del Mono tiene la cara de Charles Darwin como chanza de la teoría de la evolución; ya saben, aquel científico chalado que argumentaba de manera peregrina que los hombres somos descendientes de los primates. Pura y dura simplificación de especie.
Resulta que, en mis ya distantes tiempos de estudiante, una parte de la modernización de la enseñanza en la facultad de medicina compostelana se basó en la implantación sistematizada de las evaluaciones mediante exámenes tipo test. Atrás quedaron entonces las profusas exposiciones escritas, en las que uno debía pormenorizar los efectos de la digital o relatar la transmisión eléctrica del impulso cardíaco. Los aciertos y los fallos obtenidos en una amplia batería de escuetas preguntas de respuesta múltiple, se convirtieron en la prueba necesaria que ahora todos debíamos superar para alcanzar la suficiencia. Recuerdo que al finalizar una de ellas, varios compañeros nos reunimos en un café cercano y habitual, para comprobar cuántas contestaciones correctas teníamos cada uno. De paso, también podríamos deducir anticipadamente de esa plantilla nuestras probables calificaciones.
Medio en serio, medio en broma, un avispado colega nos contó que el punto de corte para establecer el aprobado se calculaba con una fórmula secreta, cuyo singular factor determinante radicaba en el número trece. Pero ¿por qué precisamente trece? Sencillamente porque esa era la media de respuestas acertadas al azar por un grupo de monos adiestrados en unos laboratorios de experimentación. Cuando los comentarios jocosos del grupo estaban a punto de finalizar, el último de nuestros compinches atravesó cabizbajo el umbral del local. No parecía que le hubiera ido muy bien en el examen y tampoco tenía mucho interés en comprobar su destreza y capacidad. Todos le animamos a que así lo hiciera; nuestra sorpresa fue mayúscula cuando este condiscípulo corroboró que tenía exactamente trece aciertos.
Degustan suculentos cacahuetes en Japón tres parejas de chimpancés adiestrados por sus investigadores. Acaban de demostrar mejores capacidades cognitivas que algunos seres humanos con cuyas habilidades fueron contrastados. En otras palabras, en estos originales experimentos, los simpáticos micos evidenciaron poseer una superior memoria numérica a corto plazo. Sostiene mi irreverente Aloysius que nos vayamos preparando, pues a su juicio indefectiblemente nos encontramos en el albor de una nueva era, aquella que tal vez nos lleve a sobrevivir en los devastados páramos de aquel profético planeta de los simios.
Resulta que, en mis ya distantes tiempos de estudiante, una parte de la modernización de la enseñanza en la facultad de medicina compostelana se basó en la implantación sistematizada de las evaluaciones mediante exámenes tipo test. Atrás quedaron entonces las profusas exposiciones escritas, en las que uno debía pormenorizar los efectos de la digital o relatar la transmisión eléctrica del impulso cardíaco. Los aciertos y los fallos obtenidos en una amplia batería de escuetas preguntas de respuesta múltiple, se convirtieron en la prueba necesaria que ahora todos debíamos superar para alcanzar la suficiencia. Recuerdo que al finalizar una de ellas, varios compañeros nos reunimos en un café cercano y habitual, para comprobar cuántas contestaciones correctas teníamos cada uno. De paso, también podríamos deducir anticipadamente de esa plantilla nuestras probables calificaciones.
Medio en serio, medio en broma, un avispado colega nos contó que el punto de corte para establecer el aprobado se calculaba con una fórmula secreta, cuyo singular factor determinante radicaba en el número trece. Pero ¿por qué precisamente trece? Sencillamente porque esa era la media de respuestas acertadas al azar por un grupo de monos adiestrados en unos laboratorios de experimentación. Cuando los comentarios jocosos del grupo estaban a punto de finalizar, el último de nuestros compinches atravesó cabizbajo el umbral del local. No parecía que le hubiera ido muy bien en el examen y tampoco tenía mucho interés en comprobar su destreza y capacidad. Todos le animamos a que así lo hiciera; nuestra sorpresa fue mayúscula cuando este condiscípulo corroboró que tenía exactamente trece aciertos.
Degustan suculentos cacahuetes en Japón tres parejas de chimpancés adiestrados por sus investigadores. Acaban de demostrar mejores capacidades cognitivas que algunos seres humanos con cuyas habilidades fueron contrastados. En otras palabras, en estos originales experimentos, los simpáticos micos evidenciaron poseer una superior memoria numérica a corto plazo. Sostiene mi irreverente Aloysius que nos vayamos preparando, pues a su juicio indefectiblemente nos encontramos en el albor de una nueva era, aquella que tal vez nos lleve a sobrevivir en los devastados páramos de aquel profético planeta de los simios.
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