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19 diciembre 2007

MENTIRAS PIADOSAS


XOSE VILAMOURE: "Autorretrato con dous elementos de coidado"
Hoy porto en las alforjas de la duda unos capciosos interrogantes: ¿pueden los pacientes engañar a sus médicos?; ¿resulta lícita esta actitud?; ¿deberían abstenerse de hacerlo? Para contestarlos, puntualiza mi muy truculento Aloysius que necesariamente hemos de considerar unas premisas básicas: los médicos actuales, especialmente los de cabecera, nos hemos convertido en innovadores agentes gestores de la salud de aquellos usuarios que el sistema sanitario pone a nuestro cargo. En otras palabras, y desde un punto de vista más tradicional, veníamos entendiendo la figura del galeno como la del abnegado vocacional que siempre trabaja en beneficio de los enfermos. Sea de una manera o de otra, resulta entonces ciertamente absurdo tratar de confundir al técnico que debe solucionar nuestros problemas. Pero, ¿puede existir alguien que obtenga menos beneficios de su salud que de su enfermedad?

En el año 1963, el director americano Sam Fuller presentó su polémica película “Corredor sin fondo”, donde narraba la trágica experiencia de un periodista que, fingiendo ser un conflictivo y desequilibrado enfermo mental, conseguía su internamiento en una institución psiquiátrica para desentrañar un caso abierto, un crimen sin resolver. Recordamos que el propio Fuller había iniciado su vida profesional como periodista especializado en sucesos. Quién sabe si, tal vez influenciado por dicha ficción cinematográfica, el psicólogo americano David Rosenhan diseñó a principio de los años 70 un curioso experimento: junto a ocho colaboradores suyos, él mismo consiguió ser internado en diferentes clínicas psiquiátricas de los EEUU; una vez dentro de ellas, todos los enfermos ficticios se comportaron normalmente. La finalidad de esta singular experiencia fue verificar si los conocimientos de los prestigiosos psiquiatras de la época estaban a la altura de su supuesto poder social. Tan iconoclasta como Fuller, Rosenhan dejó escrito que el diagnóstico médico no se hacía en función de la persona sino en función del contexto, convirtiéndolo en algo susceptible de cometer grandes errores, y por lo tanto, nada merecedor de confianza.

No resulta infrecuente que los médicos tengamos que enfrentarnos a lo largo de nuestra vida profesional con algún paciente simulador de diversas dolencias. Algunos de ellos fingirían conscientemente para conseguir algún beneficio o renta a costa de su patología. Otros exagerarían sus síntomas o su discapacidad, considerando que el dolor, por ejemplo, es subjetivo y difícil de cuantificar. Y quizás los menos, se convierten en simuladores como consecuencia de un padecimiento especial, entre ellos los afectados por el Síndrome de Munchausen (pacientes profesionales o adictos a los hospitales), un enigmático trastorno mental en el que el enfermo inconscientemente desarrolla síntomas o signos patológicos. Dicen los expertos que alrededor del 15% de los pacientes derivados a las consultas del psiquiatra tras haber sufrido un accidente laboral simulan o exageran sus trastornos. También dicen que el 75% de estos casos son hombres. ¡Ay, el verdadero sexo débil y sus arrechuchos!

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