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13 diciembre 2007

LA ENFERMEDAD DE DRÁCULA


Sostiene el sombrío Aloysius que mientras cada vez se cierran más cines en nuestro país, no entiende cómo hasta el momento consiguen sobrevivir también las librerías. Siguen diciendo por ahí los cenizos de siempre que los españoles leemos muy poco. Y además todas las encuestas tozudas se empeñan en demostrar nuestras carencias en materia educativa. Lo triste del caso es que los responsables políticos en estas cuestiones siguen mirando hacia otro lado, como si la cosa no fuera con ellos. Veremos lo que el futuro nos depara como colectivo.

Siguiendo con temas literarios, el crítico colombiano Santiago Gamboa opina con gran acierto que la obra del escritor Alfredo Bryce Echenique ha aportado a las letras peruanas, tradicionalmente tristes en homenaje a la poesía melancólica de César Vallejo, unas grandes dosis de humor, ternura, afecto y curiosidad. Hace muchos años me encandilé con la lectura de “La vida exagerada de Martín Romaña” y el despiadado retrato que allí se hacía de los falsos progres del mayo del 68. Para mí, se trata de un libro a la altura de los ideados por el mejor Rabelais. Pero Bryce Echenique, entre muchas, también escribió otra magnífica novela. Bajo el sugestivo título de “La amigdalitis de Tarzán” nos relata la bella historia de un amor que consigue sobrevivir gracias al correo. Proustiano, me acordé que cuando era niño me preguntaba qué hubiera sido del Rey de los Monos si un buen día se levantase afónico.

Algunas veces, como ejercicio de descarga de la tensión provocada por el devenir cotidiano, acudo a la ironía y me planteo cordialmente ciertas disparatadas cuestiones. ¿Y si en lugar de la ronquera de Tarzán, nos ocupamos de la historia clínica de Drácula, el vampiro por excelencia, el insaciable consumidor de sangre humana, el famoso personaje de ficción fruto de la imaginación del escritor irlandés Bram Stoker? La leyenda nos cuenta que Drácula se mantenía vivo aunque realmente estaba muerto; es decir, no estaba ni vivo ni muerto, sino que de esa especie de limbo equidistante entre la salud y la enfermedad al se había condenado a vivir eternamente, sólo podríamos sacarle clavándole una estaca de madera en su negro corazón o mediante un certero disparo con una bala de plata. La posterior decapitación del “supuesto” cadáver o su incineración nos asegurarían el final de la amenaza.

Si el insigne conde transilvano viviera hoy en día dedicándose a morder las yugulares de sus paisanos de forma indiscriminada, podría encontrarse con la desagradable sorpresa de verse contagiado por una hepatitis (especialmente peligrosas la B y la C) o un SIDA. Se estima que sólo en Europa Oriental hay 1.5 millones de personas infectadas por el VIH, especialmente en los territorios abarcados por la antigua URSS y su área de influencia. Si el vampiro extendiera su zona de actuación a África (donde se estima que los infectados alcanzan los de 25 millones) o a Asia (7.5 millones, especialmente en China, Indonesia y Vietnam) lo tendría mucho más crudo. Sirva este afable divertimento para seguir manteniendo viva la atención sobre una patología que todos debemos ayudar a prevenir.

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