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07 abril 2011

EL FUTURO DE LA REPRODUCCIÓN



Mis hijas están muy preocupadas por el fin del mundo. Y es que la magnitud de la catástrofe sufrida recientemente por Japón ha despertado de su letargo los vaticinios más sombríos sobre el destino de la humanidad. Juegos de cifras e ingeniosos sudokus considerando el día, el mes y el año de los atentados de las Torres Gemelas, combinaciones con la fecha del devastador terremoto y posterior tsunami japonés, el punto y final del calendario maya… todo parece coincidir anunciando el Armagedón.
Algunos que ya vamos cumpliendo años hemos tenido la oportunidad de sobrevivir a otros días del fin del mundo que ciertos profetas del terror y la desilusión ya habían anunciado durante el siglo pretérito. La historia nos ha enseñado desastres infinitamente más terribles que el cataclismo japonés: varias guerras mundiales, el holocausto judío, la extinción de los dinosaurios, la explosión de la bomba atómica… La literatura y el cine están repletos de obras empeñadas en hacer desaparecer de la faz de la Tierra cualquier vestigio de la raza humana. Quizás no estemos contentos con nosotros mismos, con nuestro pasado y con la herencia que le vamos a dejar a las generaciones futuras.
Lo que sí parece claro es que con la tragedia de Fukushima ha llegado el final de los tiempos para la energía nuclear, por lo menos tal y como la venimos explotando hasta el día de hoy.
En biología, algunos expertos piensan que la posibilidad de mejorar el genoma humano permitirá en este planeta el desarrollo de una nueva especie de hombres y mujeres que nacerán libres de enfermedades y con sus capacidades físicas y mentales potenciadas hasta límites hoy en día insospechados.
La clonación de animales (como la famosa oveja Dolly) representó un punto de inflexión en la reproducción humana. El 29 de mayo de 2005 publiqué en La Región un artículo titulado “El combate de las amazonas” en el que especulaba con la desaparición del sexo masculino en un mundo futuro donde las técnicas de clonación permitieran que las mujeres no necesitasen a los hombres para perpetuar la especie.
En el año 2008, científicos británicos de la Universidad de Tyne (Newcastle) consiguieron transformar células madre procedentes de la médula ósea de una donante en espermatozoides. El perfeccionamiento de esta técnica permitiría avanzar en el tratamiento de la infertilidad. Pero, si los espermatozoides naturales, procedentes del varón, puede sustituirse perfectamente por aquellos otros obtenidos a partir de células madre femeninas, ¿qué nos espera en el futuro? 


Mis hijas se han quedado más tranquilas, porque el fin del mundo, como el  “Soberano”, es cosa de hombres.

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