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13 junio 2012

1, 2, 3... CLONANDO, CLONANDO



Confieso que la clonación de la oveja Dolly me provocó grande estupor; desde entonces he escrito diversas divagaciones sobre el tema. En una de ellas, me manifesté favorable a la clonación de los linces y de los mamuts, en el primero de los casos para salvar a un felino actualmente en vías de extinción, hágase extensivo este ejemplo para todas las demás especies en similares circunstancias, y en el segundo de ellos, precisamente para intentar la recuperación de aquellos gigantescos paquidermos extinguidos hace más o menos 3000 años, si bien existen serias dudas sobre la capacidad técnica para conseguir semejante hazaña y sobre la oportunidad ética de resucitar a un animal cuyo hábitat también ha desaparecido, convirtiéndolo en una sofisticada atracción de feria. Como los dinosaurios de “Parque Jurásico” (Steven Spielberg, 1993), más o menos.

A finales del pasado siglo XX, me cautivó la lectura de “Vuelta al Edén. Más allá de la clonación en un mundo feliz” (Editorial Taurus), el polémico libro de Lee M. Silver, Catedrático de Biología Molecular de la prestigiosa Universidad de Princeton (Nueva Jersey, EEUU). Me fascinó especialmente el concepto de reprogenética, la posibilidad de “diseñar la vida de formas que eran inimaginables hasta hace pocos años”. 

El Dr. Silver opinaba que en un futuro no muy lejano la manipulación genética será inevitable e imposible de controlar por los gobiernos ni la sociedad, ni siquiera por los científicos que la hayan empleado. Fascinante y perturbador a la vez. Algunos padres, con suficiente poder económico, podrían dotar a sus descendientes con una estructura genética que les hiciera inmunes a múltiples enfermedad infecciosas actuales, al cáncer, al asma o a la diabetes, por ejemplo, pero también para que fueran más inteligentes, más fuertes y mejores deportistas. 

Serían humanos enriquecidos genéticamente, una especie diferente del actual homo sapiens. En la gran pantalla, la película “Gattaca” (Andrew Niccol, 1997) se basaba en una línea argumental de semejantes características.

En junio de 2003, el controvertido filósofo utilitarista Peter Singer, en su día punta de lanza del movimiento que exige un trato ortodoxo para los animales, se manifestó favorable a la modificación genética en aras de conseguir la felicidad del ser humano. Teniendo en el punto de mira tal anhelo ancestral, la procura de la felicidad, me asaltan serias dudas sobre la ética de la clonación de un hombre de Neandertal, tal y como han propuestos algunos investigadores.

En 2010, científicos alemanes del Instituto Max Planck consiguieron secuenciar el genoma de estos homínidos, empleando de fragmentos de su ADN recuperados a partir de huesos encontrados en Croacia, con una antigüedad de 38000 años. En teoría, sería más fácil clonar a uno de ellos que a un mamut, pues este embrión de Neandertal podría desarrollarse perfectamente dentro del útero alquilado a su madre Homo sapiens.

Y ahora piensen por un momento; aunque tal hazaña científica fuera posible, ¿cómo afrontaría ese ser un mundo completamente distinto al que en su día fue habitado por sus semejantes? ¿Podría sobrevivir él o ella a nuestras enfermedades actuales? Sostiene Aloysius que sería inmoral y cruel experimentar así para generar tamaña infelicidad. 

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