Sostiene Aloysius que las últimas
noticias sobre los avances en la clonación le han obligado a repasar diversas
cuestiones relacionadas con la reproducción asexual y con la bioética que tenía
aparcadas bajo una pila de libros y papeles. De nuevo ha recordado toda una
serie de interesantes cuestiones y acalorados debates.
En el reino animal,
existen procedimientos que permiten la creación de nuevos seres sin la intervención
de un padre y una madre, o mejor dicho, de los gametos o células sexuales
procedentes de los progenitores, capaces de engendrar un nuevo ser. Las
esponjas y las estrellas de mar, o cierto tipo de gusanos, pueden reproducirse
sin tener que recurrir al sexo.
En la especie humana, los gemelos univitelinos
se generan por la división no sexual del huevo o cigoto, siendo toda la camada
idéntica y del mismo sexo, pues todos estos individuos proceden de la unión del
mismo óvulo y espermatozoide, y por supuesto, comparten idéntica carga genética.
Nos encontramos ante verdaderos clones naturales. Los clones son copias del
mismo individuo.
El temor a la clonación en humanos se basa en el temor a un
posible uso malicioso que de este procedimiento pudieran hacer determinados
gobiernos totalitarios, exactamente tal y como ocurre, por ejemplo, con la
energía nuclear. Una vez más, nos enfrentamos a la paradoja del cuchillo, instrumento
que sirve tanto para cortar pan como para acabar con la vida de un semejante.
En
la experimentación, la bioética es la encargada de establecer premisas y
barreras. Las reticencias a la clonación estaban determinadas por el empleo de
células madres obtenidas a partir de embriones desarrollados exclusivamente
para la investigación. Estas células madre pueden ser totipotenciales, capaces
de generar completamente un nuevo individuo, tal y como ocurre en el caso de
los gemelos univitelinos que anteriormente mencionábamos, o bien pueden ser
pluripotenciales, capaces de generar la mayor parte de nuestros tejidos (piel,
músculo, sangre, neuronas…), pero también tumores. La frontera entre unas y
otras se establece en el paso de mórula a blástula, es decir, en la
transformación y desarrollo de una pequeña pelota de 16 células embrionarias
con capacidad de diferenciación.
Pues bien, la clonación permite conseguir células
madre embrionarias casi idénticas a las de un embrión gestado naturalmente,
pero creadas artificialmente en un laboratorio, a partir de la transferencia
del núcleo (con todo su material genético) de una célula adulta (en este caso
de la piel) a un óvulo sin fecundar.
Desde la aparición de la famosa oveja
Dolly, obtenida mediante clonación reproductiva, estos procedimientos se han
ido desarrollando progresivamente en nuestros laboratorios, con mayores o
menores dificultades y éxito. En realidad, de lo que estamos ahora hablando es
de la clonación terapéutica, destinada a la obtención de líneas celulares
capaces de reemplazar a aquellas otras dañadas por patologías como la diabetes,
el Parkinson o muchas otras enfermedades neurodegenerativas.
La pregunta sería
entonces: teniendo la seguridad y el conocimiento necesarios para curar de esta
manera tantas enfermedades, ¿sería ético no emplear estas células madre
obtenidas sin utilizar embriones? El debate está servido.
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