Resulta evidente que la mayoría
de nosotros utilizamos las redes sociales de manera cotidiana. En el sentido más
amplio, comprar unas entradas para un concierto a través de Internet o
conversar mediante las aplicaciones y la mensajería de nuestros teléfonos y
ordenadores se ha convertido en algo inherente a nuestra existencia. ¿Cómo podíamos
vivir antes sin todos estos avances en las comunicaciones? A los más jóvenes
podrá parecerle increíble, pero muchos sobrevivimos en este planeta antes de
Internet, la web 2.0 y las apps para los móviles.
Sostiene Aloysius
que en el espacio de un diminuto microchip hoy en día cabe el saber enciclopédico
de la humanidad. Las apuestas para dirimir discusiones culturales ya no tienen
el aliciente de antaño, por culpa de Google. Cada día tengo menos claro cómo va
a terminar esta fascinante aventura. Quizás no finalice nunca, y todo esto siga
creciendo hasta el infinito, de forma exponencial. Probablemente, en unas pocas
décadas, nuestra sociedad cambiará tanto que cuando los recién nacidos actuales
se jubilen, nuestro mundo será completamente distinto.
Por supuesto, todo aquello
relacionado con la medicina tampoco ha podido mantenerse al margen de tanta vorágine.
Desde hace unos años, en la relación clásica entre médico y pacientes, resulta
habitual que me consulten dudas previo asesoramiento en Internet. En
aproximadamente 0.18 segundos, Google es capaz de encontrar 73.2 millones de
resultados sobre la palabra “enfermedad”, y en 0.30 segundos, 552 millones
sobre la palabra “salud”. Aquí, como en los western,
los buenos ganan por goleada.
Pero dejando a un lado el uso lúdico de la red de
redes, es cierto que los profesionales de la medicina utilizamos cada día más
las medios de comunicación sociales para la relación con nuestros compañeros y
también con nuestros pacientes. Los grupos y las comunidades de pacientes están
proliferando en las redes sociales. La historia clínica informatizada, aunque
siempre mejorable, ha supuesto un avance en la atención primaria y
especializada de salud. Existen sencillas y variadas aplicaciones para los teléfonos
capaces de mejorar la calidad de vida de los enfermos y ayudar a sus cuidadores
y familiares.
Pero estos geniales instrumentosde comunicación, como algunos cuchillos, tienen doble filo. Conozco el ejemplo
protagonizado por un residente de cirugía norteamericano, que durante una
intervención grabó con su móvil a un especialista insertando un tubo en la
garganta de un paciente cuyo rostro era totalmente visible. Posteriormente,
colgó ese vídeo doméstico en YouTube, en un foro destinado a médicos en prácticas.
Además de las consideraciones éticas, este tipo de actuaciones involuntarias y
desprovistas de toda malicia, llegada la ocasión pueden acarrear incómodas
implicaciones jurídicas. Los que saben mucho sobre estas innovadoras cuestiones
recomiendan siempre la máxima cautela respecto a la confidencialidad, el
anonimato, el consentimiento expreso del paciente, la discreción y un exquisito
respeto en la relación médico – paciente.
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