Sostiene el dicotómico Aloysius
que existe dos tipos de prójimos: los que van al médico y los que no. Dentro de
los primeros, establece una clara y sencilla división: los que hacen caso de la
indicaciones facultativas y los que no. Dentro de los pacientes obedientes,
también diferencia otros dos subtipos: los que regularmente toman sus medicinas
y los que no.
Al final, resume todas estas dualidades en usuarios del sistema
sanitario que necesitan fármacos o no… Pero ¿qué hacemos con aquellos que no
necesitando medicamentos deciden tomarlos? ¿Es lo mismo que un sujeto sano
ingiera píldoras con aportes adicionales de vitaminas, que un culturista
consuma anabolizantes, que un deportista se dope, que se le administren hormonas
a mujeres sanas para retrasar su proceso natural de menopausia, que un varón demande
el uso lúdico de esas populares pastillas que todo el mundo conoce contra la
disfunción eréctil, o que una mujer, rebosante de salud pero en edad fértil,
necesite la prescripción de píldoras anticonceptivas? ¿Resultaría ético negarle
asistencia médica a un diabético que hace caso omiso de las recomendaciones terapéuticas
y ni siquiera respeta la dieta? ¿Resultaría aceptable no prescribirle a un
paciente bronquítico crónico los inhaladores que necesita para poder seguir
respirando malamente porque no le da la gana (o no es capaz) de dejar de fumar
cigarrillos? ¿Y si a un prójimo o prójima le vedamos el tratamiento para
curarse, por ejemplo, unas purgaciones (u otras enfermedades más graves de
transmisión sexual) porque mantiene contactos carnales de riesgo sin la debida
protección de los preservativos? ¿Son los drogodependientes y los alcohólicos
pacientes o enfermos, o debemos considerarlos, como en el siglo XIX, unos
viciosos que sólo viven para mantenerse en un estado constante de ebriedad?
Todas
estas cuestiones forman parte del eterno debate sobre fármacos y necesidad. Un
ejemplo. A propósito del TDAH (Trastorno por déficit de atención con
hiperactividad) se ha suscitado una polémica muy reciente. Parece ser que el
Dr. León Eisenberg, el psiquiatra que descubrió esta controvertida patología,
confesó 7 meses antes de fallecer que se trataba de una enfermedad ficticia. Sin
embargo, el Dr. Rojas Marcos, prestigioso investigador y Profesor de Psiquiatría
de la Universidad de Nueva York, ex - presidente ejecutivo del Sistema de Salud
y Hospitales Públicos neoyorkinos, ha solicitado a la Organización Mundial de
la Salud (OMS) la declaración del Día Anual de Sensibilización sobre el TDAH,
mucho más prevalente en los Estados Unidos que en Europa.
Para rematar esta
controversia, el otro día escuché decir a un experto que los niveles idóneos de
LDL-C, el colesterol malo, el responsable de infinidad de muertes por patología
cardiovascular, deberían aproximarse a los que tenemos durante los primeros años
de nuestra vida. Existiendo hoy potentes fármacos capaces de reducir en nuestra
sangre los niveles del colesterol pernicioso, me pregunta el contumaz Aloysius
si, aun estando completamente “sanos”, ¿deberíamos tomar estos medicamentos
para conseguir niveles de LDL-C por debajo de los 70 mg/dL para prevenir el
desarrollo de futuros infartos de miocardio o ictus cerebrales?
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