Manos al volante, conducía
contemplando la carretera. También las piernas de ella. Recorría con miradas furtivas el trayecto azulado de sus venas, evocadas bajo aquel fino recubrimiento de
piel tersa y dorada. Mientras tanto, el zarco asfalto plomizo se prolongaba hasta horadar el
parabrisas en un punto tan lejano del horizonte, allá, donde remotamente les
esperaban un hogar, apenas una casa, la dirección de un domicilio escrita en un sobre,
una pequeña placa metálica sobre la frialdad de un buzón. Apartar la vista para
concentrarse en el pilotaje, devorando el camino con la misma dilación con la
que ella plegaba una y otra vez el reborde de su vestido, allí, justamente donde la tela de la ropa se empeñaba en desvelar el umbral de la lujuria. Cuatro ruedas y un tanque de gasolina mediado, con
dos tremendos embusteros a bordo, jurando no mentirse jamás.
06 julio 2014
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