¿Puede la práctica musical
provocar enfermedades? La otra tarde, a la espera de que cayera una copiosa
nevada, el siempre inquisitivo Aloysius me interrogaba sobre estas cuestiones.
Todavía conservo
un antiguo artículo del British Medical Journal, publicado en diciembre de 1999
por Sanjay Kinra y Mona Osaka, especialistas británicos en Salud Pública y
Medicina Social, en el que se planteaban la hipótesis de que la práctica del
saxofón podía resultar perjudicial para la salud del intérprete.
Desde hace años,
mantengo viva mi afición por el jazz. He tenido la oportunidad de escuchar a las
más grandes figuras internacionales del género, muchas de ellas dentro del Café
Latino, en Ourense. Allí fui testigo de una impactante actuación, la de la última
formación que acompañara al genial Charlie Mingus: el pianista Don Pullen, el
batería Dannie Richmond y el saxofonista George Adams.
De este último, vestido
para la ocasión con una amplia túnica africana, recuerdo su compacta y alta
figura combada hacia atrás en un difícil escorzo, mientras realizada un solo
interminable con su saxo tenor. Me preguntaba entonces cómo sería capaz aquel músico
de hacer sonar su instrumento respirando a la vez. La respuesta está en el
viento, en una técnica excepcional, denominada respiración circular, que
permite soplar exhalando el aire de los pulmones a la vez que se inhala por las
fosas nasales.
El trompetista Dizzy Gillespie, todo un clásico, era capaz de
almacenar gran cantidad de aire en su cuello y mejillas, adoptando una
espectacular deformación en su rostro mientras tocaba su instrumento. Algunos
investigadores ya habían alertado sobre la posibilidad de que se desencadenaran
accidentes vasculares cerebrales por culpa de estos esfuerzos. Para producir
las notas más agudas, trompetistas y asimilados deben realizar con los labios una
presión equivalente a un peso de 20 kilos, lo que a la larga puede llevar a la
pérdida del tono muscular bucal obligándoles a abandonar su profesión.
Retomando
el artículo de Kinra y Osaka, los investigadores realizaron un estudio de
cohortes incluyendo 813 famosos músicos de jazz nacidos entre el 1 de enero de
1882 y el 30 de junio de 1974. De todos ellos, 349 (un 43%) fallecieron durante
el periodo de seguimiento del estudio, finalizado el 15 de febrero de 1998. Detectaron
que los saxofonistas presentaban el mayor riesgo de muerte.
Encontraron otras
diferencias significativas en contra de los músicos de origen estadounidense y
de los que habían sido líderes de sus correspondientes bandas o multiinstrumentistas. Los que tocaban dispositivos de metal o madera también padecieron una
mortalidad significativamente mayor que los vocalistas, por ejemplo.
El
incremento de la presión ejercida sobre el cuello al soplar implica una reducción
del flujo sanguíneo al cerebro, pudiendo causar una isquemia, además de bloqueo
venoso, que incrementa el riesgo de tromboembolismo. De todas las maneras, la
respiración circular no pudo ser evaluada.
Parece ser entonces que lo más sano
sería cantar bajo la ducha. Con agua caliente, por favor. Y de soplar, más bien
poco. En todos los sentidos. Y ahora nos vamos a escuchar al incombustible John
Coltrane.