Estos días de
conmemoración de “Regreso al futuro” (Robert Zemekis, 1985) acabo de recuperar
unas informaciones del pasado. Que yo recuerde, nunca he estado en el madrileño
barrio de Orcasur (Usera), que parece un lugar donde cada día resulta más
difícil vivir. En línea recta se encuentra a unos 15 kilómetros del distrito de
Salamanca. En el año 2007, la esperanza de vida de un vecino de Orcasur apenas
rebasaba los 70 años, la misma que para los mejicanos o los salvadoreños, por ejemplo.
Sin embargo, sus paisanos de los barrios más prósperos de Madrid solían
soportar esta cotidiana existencia nuestra hasta los 80 años, como los suizos o
los japoneses. Las viejas canciones nos dicen que 10 años apenas son nada.
¡Caramba si lo son! La cosa viene de antiguo. En 2004, un informe municipal ya
alertaba que vivir en Usera, Villaverde o en el Puente de Vallecas era
perjudicial para la salud. Sus índices de desarrollo humano, una combinación
entre la esperanza de vida, la renta per cápita y el nivel de estudios, se
situaba en límites inferiores a lo aceptable. Las vecinas de los distritos más
deprimidos entonces padecían fundamentalmente artritis, varices y depresión.
Las patologías masculinas más frecuentes eran la hipertensión y las enfermedades
de la próstata.
En repetidas
ocasiones le he escuchado decir a Aloysius que existen tres tipos de mentiras:
las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas. Parece ser que se lo
copió a Mark Twain. Pues bien, en abril de este mismo año, otro medio de
comunicación publicaba que la esperanza de vida de los madrileños era la más
alta de España, 84.2 años, con la tasa de mortalidad nacional más baja, apenas
583 fallecimientos por 100000 habitantes. Pongamos que hablo de Madrid, donde
los prójimos desaparecen a causa de tumores y enfermedades del aparato
vascular, como en el resto del país.
Prosigamos con
algunos datos. Si le hacemos caso al más reciente estudio de Indicadores Demográficos Básicos
del Instituto Nacional de Estadística (INE), la provincia de Ourense resulta la
más longeva de Galicia. Nuestros paisanos alcanzan una media de 86 años y
medio, superando a coruñeses, lugueses y pontevedreses. Y eso que ellos tienen
mar. Y lo resaltamos porque la esperanza de vida de los ourensanos es exactamente
la misma que la de los zamoranos y leoneses, provincias interiores vecinas con
un entorno orográfico, un tejido social y unos parámetros económicos muy
parecidos, en especial no tan boyantes. Parece ser que una alimentación más
saludable y natural, donde muchos de los productos que consumimos todavía se
cultivan con esmero en el entorno doméstico rural, junto con un ritmo de vida
más sosegado, pudieran justificar nuestro éxito evolutivo. Y digo nuestro
haciéndolo personal pues es mi deseo alcanzar tal senectud para no estropear en
el futuro tan fabulosas estadísticas vitales.
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