Cuentan que David
Ogilvy, una de los personajes que más dinero han ganado en el mundo gracias a
la publicidad, sostenía que de cada cinco personas que leen un titular sólo una
leerá después el texto completo. Hoy vamos a hacerle caso. Probablemente, por
el momento, el encabezamiento de esta colaboración es el más extraño de todos
los que he escrito en mi vida. Probemos si semejante particularidad consigue
que alguno de los lectores prosiga hasta la última palabra.
La saga de “La Guerra
de las Galaxias” tiene infinidad de fans y seguidores, ávidos consumidores de
información y de lo que sus avispados productores denominan “merchandising”, pura y dura promoción
comercial. Sin ser un devoto confeso de la serie, tengo que reconocer mis
simpatías por aquellos dos autómatas de la primera película, ambos asexuados,
el pequeño R2-D2, con su lenguaje chirriante y su estrambótica pinta de barril
sofisticado, y el dorado androide C-3PO, un existencialista de bruñido metal y
desesperante expresión gangosa. Estos días ambos retornan a mi memoria a
propósito de las predicciones del británico Ian Pearson, prestigioso matemático
y futurólogo, que describe un escenario situado en torno al año 2050 donde las
relaciones sexuales entre humanos y robots serán algo cotidiano. Sostiene el
suspicaz Aloysius que quizás Pearson tenga razón, pues su empresa Futurizon suele acertar el 85% de sus
predicciones. Al respecto, esta opinión no es la única pues David Levy, especialista
en inteligencia artificial, ya publicó en el año 2008 su ensayo “Amor y sexo
con robots”, nada más y nada menos de 336 páginas dedicadas a las relaciones de
los humanos con sus creaciones tecnológicas.
Siempre resulta un tópico
mencionar que la ficción supera la realidad, pero en Japón ya están trabajando
en un línea de robots sexuales, aplicando la tecnología más avanzada a una
especie de féminas de látex de un realismo tan espectacular como inquietante, que
superan exponencialmente los encantos de aquella modesta muñeca hinchable,
oscuro objeto del deseo de Michel Piccoli en “Tamaño natural” (Luis García
Berlanga, 1973), e incluso a la inanimada Bianca de “Lars y una chica de
verdad” (Craig Gillespie 2007) Sin alcanzar el sex appeal de la bellísima y taimada autómata de “Ex
Machina” (Alex Garland, 2015), el solitario protagonista de “Her” (Spike Jonze,
2013) se enamora perdidamente de un sistema operativo, entelequia virtual
dotada de la sensual voz de una cariñosa mujer, que obliga a la reflexión de lo
que serán nuestras vidas en el futuro donde las relaciones afectivas de los
humanos cambiarán radicalmente, mucho más que nuestra propia evolución física,
a pesar de los avances en genética y en la conquista de otros planetas.
Y para
ese lector de cada cinco que amablemente haya llegado hasta aquí, le
recomendamos la lectura de un libro científico sobre el sexo, “S =EX2”
del bioquímico y divulgador Pere Estupinyá, omnívoro de la ciencia y que además
sostiene que el sexo no resulta imprescindible para ser feliz. A buen seguro,
en ediciones futuras deberá añadir un capítulo dedicado al sexo con robots.
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