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02 octubre 2015

S = EX2 Y C-3PO


Cuentan que David Ogilvy, una de los personajes que más dinero han ganado en el mundo gracias a la publicidad, sostenía que de cada cinco personas que leen un titular sólo una leerá después el texto completo. Hoy vamos a hacerle caso. Probablemente, por el momento, el encabezamiento de esta colaboración es el más extraño de todos los que he escrito en mi vida. Probemos si semejante particularidad consigue que alguno de los lectores prosiga hasta la última palabra.

La saga de “La Guerra de las Galaxias” tiene infinidad de fans y seguidores, ávidos consumidores de información y de lo que sus avispados productores denominan “merchandising”, pura y dura promoción comercial. Sin ser un devoto confeso de la serie, tengo que reconocer mis simpatías por aquellos dos autómatas de la primera película, ambos asexuados, el pequeño R2-D2, con su lenguaje chirriante y su estrambótica pinta de barril sofisticado, y el dorado androide C-3PO, un existencialista de bruñido metal y desesperante expresión gangosa. Estos días ambos retornan a mi memoria a propósito de las predicciones del británico Ian Pearson, prestigioso matemático y futurólogo, que describe un escenario situado en torno al año 2050 donde las relaciones sexuales entre humanos y robots serán algo cotidiano. Sostiene el suspicaz Aloysius que quizás Pearson tenga razón, pues su empresa Futurizon suele acertar el 85% de sus predicciones. Al respecto, esta opinión no es la única pues David Levy, especialista en inteligencia artificial, ya publicó en el año 2008 su ensayo “Amor y sexo con robots”, nada más y nada menos de 336 páginas dedicadas a las relaciones de los humanos con sus creaciones tecnológicas. 

Siempre resulta un tópico mencionar que la ficción supera la realidad, pero en Japón ya están trabajando en un línea de robots sexuales, aplicando la tecnología más avanzada a una especie de féminas de látex de un realismo tan espectacular como inquietante, que superan exponencialmente los encantos de aquella modesta muñeca hinchable, oscuro objeto del deseo de Michel Piccoli en “Tamaño natural” (Luis García Berlanga, 1973), e incluso a la inanimada Bianca de “Lars y una chica de verdad” (Craig Gillespie 2007) Sin alcanzar el sex appeal   de la bellísima y taimada autómata de “Ex Machina” (Alex Garland, 2015), el solitario protagonista de “Her” (Spike Jonze, 2013) se enamora perdidamente de un sistema operativo, entelequia virtual dotada de la sensual voz de una cariñosa mujer, que obliga a la reflexión de lo que serán nuestras vidas en el futuro donde las relaciones afectivas de los humanos cambiarán radicalmente, mucho más que nuestra propia evolución física, a pesar de los avances en genética y en la conquista de otros planetas. 

Y para ese lector de cada cinco que amablemente haya llegado hasta aquí, le recomendamos la lectura de un libro científico sobre el sexo, “S =EX2” del bioquímico y divulgador Pere Estupinyá, omnívoro de la ciencia y que además sostiene que el sexo no resulta imprescindible para ser feliz. A buen seguro, en ediciones futuras deberá añadir un capítulo dedicado al sexo con robots.



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