Nuestro cráneo, a modo de recio yelmo protector, alberga el ordenador bioquímico natural más fascinante descubierto hasta el momento. En el medio de ese estructurado amasijo de sesos se encuentra una diminuta zona denominada hipotálamo, encargada de la coordinación de una serie de funciones vitales como la sed y el hambre, la temperatura corporal, el sueño, los diversos estados de ánimo, la líbido y la copulación, la micción y la defecación.
El hipotálamo se encuentra unido a una glándula fundamental, la hipófisis, que a su vez descansa en un recodo interno de nuestro cráneo sugestivamente llamado la silla turca del esfenoides. La hipófisis se encarga a su vez de la secreción de las hormonas básicas que regulan entre otros el crecimiento, el funcionamiento de las gónadas, la actividad del tiroides y de las glándulas suprarrenales.
Leyendo a Rabelais interpreto que probablemente los hipotálamos de Gargantúa y Pantagruel no funcionaban ni medianamente bien, dado sus descomunales tamaños corporales, su procacidad y su bien documentada afición por todo tipo de excesos en el comer y en el beber.
Produce nuestro cerebro unas sustancias de estructura química y funciones muy parecidas a las de la parte activa de ciertas drogas que se encuentran en el opio y en el cannabis: los opioides endógenos (implicados en la transmisión del dolor por el sistema nervioso) y los endocannabioides, que se liberan en las situaciones de estrés y pueden actuar como mediadores en el hipotálamo para activar su respuesta neurológica y endocrina. De esta manera también se puede investigar la relación entre dicha respuesta y otras funciones hipotalámicas, como por ejemplo la regulación del apetito.
Recientemente se destacaba una información sobre la posible relación existente entre la dopamina y sus receptores específicos en otra área cerebral (los ganglios basales) en la génesis de la anorexia, patología que afecta cada año en el mundo a innumerables mujeres.
Pienso que está cercano el momento en el que la ciencia descubra una senda veraz dentro de esa intrincada espesura que suponen nuestras neuronas y que nos lleve a alcanzar la curación de muchas de las enfermedades que hoy en día nos torturan.
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