Me pregunto muchas veces qué haría yo si teniendo que sobrevivir en la más penosa necesidad cotidiana alguien me ilusionara con un país vecino donde de la tierra manan leche y miel (Éxodo 3:8), a tan sólo unos kilómetros de distancia y con una frontera protegida por apenas tres metros de vallas metálicas.
A su vez me muestro intrigado por la situación que se crearía en los confines de estos territorios de la Unión Europea si en lugar de varios centenares fueran millares o millones los que, espoleados por la hambruna y acompañados por sus mujeres y por sus hijos, se lanzaran como desesperados kamikazes contra el alambre espinado que separa de Marruecos a Ceuta y Melilla.
Como los riñones de nuestra sociedad apenas funcionan, alguien me comenta una imaginativa solución; establezcamos una gran máquina de diálisis humanitaria que separe la pobreza y la explotación en este imparable flujo migratorio.
Pero seguro que todos aquellos que se benefician de tanta desgracia demostrarían su oposición gritando potentes al unísono: ¡las pelotas del marrano!...
A su vez me muestro intrigado por la situación que se crearía en los confines de estos territorios de la Unión Europea si en lugar de varios centenares fueran millares o millones los que, espoleados por la hambruna y acompañados por sus mujeres y por sus hijos, se lanzaran como desesperados kamikazes contra el alambre espinado que separa de Marruecos a Ceuta y Melilla.
Como los riñones de nuestra sociedad apenas funcionan, alguien me comenta una imaginativa solución; establezcamos una gran máquina de diálisis humanitaria que separe la pobreza y la explotación en este imparable flujo migratorio.
Pero seguro que todos aquellos que se benefician de tanta desgracia demostrarían su oposición gritando potentes al unísono: ¡las pelotas del marrano!...
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