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09 octubre 2007

MEDICINA TRANSITIVA


"ORIGAMI KRANICH" by origami - kunst
Anda empecinado mi muy satinado adlátere Aloysius en darme en la vida unas cuantas lecciones: de golf, de bachata, de origami, de mus y de telequinesia. Sus esfuerzos resultan vanos, pues hay quien para todas estas artes se define como zurdo de las dos manos. Pero, cuando me despisto un poco, aparece con un manual de matemáticas modernas.


La otra tarde, le tocó a la propiedad transitiva, algo así como que si un punto (A) está unido mediante una flecha con un punto (B), que a su vez está relacionado con otro punto (C), es rigurosamente cierto que entre (A) y (C) también ha de existir una relación. Y aunque me cueste admitirlo, tiene toda la razón, el muy ladino.

La medicina, en algunas ocasiones, se parece mucho a las matemáticas. Y no sólo en las operaciones básicas, como sumar dos o más fármacos para tratar mejor una enfermedad, restar calorías de la dieta para que el usuario pierda peso, multiplicar por dos los esfuerzos necesarios para terminar una guardia en buenas condiciones físicas y mentales, o dividir nuestra atención en partes proporcionales para que cada paciente disponga del tiempo necesario para contarnos sus preocupaciones. También existe la propiedad transitiva en la medicina.

Acaba de publicarse en "The Journal of Sexual Medicine" un trabajo de investigación realizado por diferentes especialistas de EEUU, Canadá y Alemania, sobre los beneficios que supone para la pareja femenina el tratamiento de la disfunción eréctil de su partenaire masculino. Algunos dirán, ¡vaya sofisma!, pero la cosa tiene su intríngulis.


En primer lugar, porque no existen apenas estudios que valoren estas cuestiones. En segundo lugar, porque el estudio empleó la metodología de ensayo comparativo multicéntrico, controlado con placebo, doble ciego y aleatorizado. Para entendernos, se reclutaron pacientes de varios centros sanitarios localizados en diversas áreas de países diferentes. A unos, se les suministró el medicamento en cuestión, mientras a los demás se les daba un placebo (una sustancia sin ningún efecto farmacológico). Ni los pacientes, ni el propio médico investigador, podían conocer de antemano qué estaba tomando cada sujeto (si era fármaco o placebo). Y por último, los pacientes fueron distribuidos en un grupo o en otro en base al azar. El tratamiento se mantuvo durante 6 meses y, por supuesto, las parejas no podían tomar ninguna medicación estimulante del sexo.

Los resultados obtenidos a partir de la aplicación de diversos cuestionarios de calidad del funcionamiento sexual indicaron que las mujeres de los pacientes tratados con el fármaco notaron mejoría en su propio deseo sexual, en su excitación sexual objetiva, en su lubricación genital y en su orgasmo, de manera estadísticamente significativa frente a aquellas señoras cuyos compañeros solamente tomaron placebo.


Queda entonces demostrado que si resulta satisfactorio el tratamiento (A) para la disfunción eréctil suministrado al sujeto (B), y este mismo sujeto (B) se relaciona íntimamente de vez en cuando con su paisana (C), el tratamiento (A) seguramente resultará provechoso para la sexualidad de la paisana (C). Ni al mismísimo Bertrand Russell le quedaría un razonamiento tan niquelado.

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