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30 octubre 2007

VIDAS PARALELAS


GEORGE BASELITZ: Two Meissen Woodsmen
(Zwei Meißener Waldarbeiter), 1967
Pudiera resultar extraño que los medios de información no hayan publicado el nombre de la joven ecuatoriana víctima del salvaje ataque racista que ha tenido lugar estos días pasados dentro de un vagón de los Ferrocarriles Catalanes, en Barcelona. Se trata de una menor de edad y por ello sólo conocemos los datos de su padre, un obrero de Guayaquil llamado William Morla. Tampoco han visto la luz los apellidos de Sergi Xavier, su brutal agresor. En el lugar de los mismos, tan solo dos iniciales - M.M. -, y nada más. Esto se debe a que los psiquiatras que le han examinado dicen que padece un grave trastorno psiquiátrico, agravado por el hecho de haberse criado en el seno de una familia desestructurada, sin madre, con un padre alcohólico y bajo la responsabilidad de una abuela con muchas limitaciones. La adicción crónica a las drogas y al alcohol ha completado la devastación de su personalidad. Desde los 11 años llevaba el interfecto a tratamiento en diferentes instituciones públicas. Ahora, con 21 años cumplidos, el resultado de esas terapias se me antoja nulo. Algo ha fallado. Algo falla.

Con demasiada frecuencia, en determinadas patologías, el efecto del tratamiento farmacológico resulta menos alentador que el simple apoyo social. Desgraciadamente, ahí está una muestra de lo dicho, y luego todos nos llevamos las manos a la cabeza. Durante el pasado año 2006, la OGN SOS Racismo ha denunciado 158 casos de xenofobia en Cataluña, de los cuales 89 fueron agresiones. Y no todos los energúmenos estarían tocados del ala, digo yo. Por Madrid, deambula estos días en su silla de ruedas Miwa Buene Monake, el súbdito nigeriano al que una bestia parda dejó tetrapléjico en otra agresión racista.

Como a los que asistieron inmutables al holocausto judío en la Alemania nazi, en el caso de Barcelona muchos son los que ahora acusan de cobarde al joven argentino que presenció la agresión. Me pregunto, ¿qué hubiésemos hecho cualquiera de nosotros en su lugar? Me cuenta Aloysius una conmovedora historia. Su protagonista se llamaba Kitty Genovese y tenía entonces 38 años. La noche del viernes 13 de marzo de 1964 regresaba a casa desde su trabajo en el neoyorquino barrio de Queens. Un rufián llamado Winston Moseley la atacó, la vejó y la cosió a puñaladas durante 35 minutos. A lo largo de todo ese dramático período de tiempo, y a pesar de sus desesperados gritos de auxilio, nadie acudió en su ayuda. De los 38 testigos que observaron el crimen, solamente uno llamó a la policía. Una vez que la ambulancia recogió el cadáver de la mujer, todos volvieron a dormir placidamente a sus camas. Este horrible asesinato despertó la curiosidad de dos psicólogos sociales experimentales, John Darley, de la Universidad de Nueva Cork, y Bibb Latané, de la de Columbia. Basándose en situaciones artificiales similares, realizaron una serie de experimentos, y descubrieron que somos incapaces de ayudar al prójimo por la presencia de otros observadores. De esta manera, elaboraron sus teorías sobre el efecto espectador, la ignorancia pluralista y las 5 fases de la conducta solidaria; es decir: 1º/ que el que pueda prestar auxilio se dé cuenta de lo que está sucediendo; 2º/ entender que el suceso requiere intervención; 3º/ asumir la responsabilidad personal; 4º/ decidir qué acción emprender y 5º/ actuar en consecuencia. ¡Qué fácil!, ¿verdad?

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