Estos últimos días de las vacaciones de agosto mis lecturas han estado pivotando entre el tomo I de la "Historia de las creencias y las ideas religiosas", de Mircea Eliade, y "El espejismo de Dios", del polémico Richard Dawkins. En este aspecto, como en otros muchos del conocimiento, procuro recabar información de fuentes opuestas para conseguir una posición aventajada en la libertad de mis críticas.
Coincidiendo con ello, acabo de leer en la edición digital de Science Now un artículo firmado por Elizabeth Pennisi sobre la posible relación entre las enfermedades epidémicas y las creencias religiosas.
La autora glosa un trabajo de David Hughes, biólogo evolucionista de la Universidad Estatal de Pensilvania. Estudiando el comportamiento de la población de Malawi respecto a la epidemia de SIDA padecida actualmente en este país africano, Hugues y colaboradores llegaron a la conclusión que las modernas religiones pudieron expandirse a la par que las enfermedades infecciosas.
Una de las preguntas que se planteó Hughes es por qué el cristianismo hace un especial hincapié en la asistencia de los enfermos, a pesar del riesgo de enfermar (o incluso morir) asumido por el propio cuidador.
En Malawi, el SIDA representa la principal causa de muerte en adultos. El 30% de sus habitantes que se definieron como cristianos afirmaba atender a este tipo de enfermos, frente al 7% entre los musulmanes.
Entre los siglos VIII y el II antes de Cristo surgieron varias religiones modernas; simultáneamente, la humanidad fue asentándose en ciudades en cuyo desarrollo influyeron notablemente epidemias como la polio, el sarampión o la viruela, capaces de diezmar a estas poblaciones en sus dos terceras partes.
Para el judaísmo, la enfermedad era un castigo divino. Pero la irrupción del cristianismo, con sus preceptos sobre el amor al prójimo y el ejemplo del propio Jesucristo, garantizaba una autopista hacia el Cielo para aquellos que sacrificaban su propia vida cuidando al prójimo, en el sentido más amplio recogido por la propia parábola del buen samaritano.
Volviendo a la situación de Malawi, los investigadores detectaron que muchos de sus habitantes abrazaron la fe cristiana en los últimos 5 años, integrándose en la iglesia pentecostal o en otras similares, ya que la probabilidad de recibir auxilio en su seno era mayor para los enfermos de SIDA, y el estigma de la enfermedad mucho menor.
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