Alan J. Pakula dirigió en 1982 a
Meryl Streep, Kevin Kline y Peter MacNicol en la taquillera película inspirada
en la novela homónima del escritor William Styron. Es la historia de una mujer torturada
por una terrible decisión tomada en su pasado, transformada en un doloroso
estigma, un cruel tormento para el resto de sus días. Elegir entre el
matrimonio con un amante o con otro; elegir entre salvar la vida de un hijo u
otro.
Esta semana, la lectura de un artículo que me ha remitido el indeciso
Aloysius ha evocado mi recuerdo de aquel film en el que Meryl Streep fue
galardonada con el Óscar a la mejor actriz protagonista. Y es que, a pesar que pensemos
lo contrario, los procesos neurológicos que intervienen en nuestra toma de
decisiones son de tipo irracional en la mayoría de las ocasiones, enormemente
influenciados por la competencia entre determinadas áreas de nuestro cerebro.
Al parecer, decidir es un
proceso altamente complicado en el que intervienen zonas cerebrales incluso
contrapuestas. Vayamos por partes. Para algunos investigadores, la evolución
humana se debe precisamente al singular desarrollo de la corteza frontal, el centro
de control del pensamiento analítico, de nuestra razón. Platón comparaba las
pasiones y emociones humanas con caballos desbocados que el auriga (la razón)
debía domesticar y mantener a raya. Si embargo, al gran Pascal se le atribuye
el dicho de que el corazón atiende a razones que la razón desconoce. ¿Quién
tiene entonces la razón, ambos, ninguno?
Este complejo mecanismo neurológico
es el mismo que empleamos al elegir un postre de una carta como a la hora de
decantarnos por un candidato en unas elecciones. La corteza frontal está
implicada en el control de las emociones; es el cerebro ejecutivo de Golberg, el
director de orquesta. Los síntomas provocados por las lesiones de este áraa cerebral
se conocen desde la antigüedad: apatía e indiferencia, retardo mental y motriz,
pérdida de la iniciativa, déficit emocional, pérdida de la autocrítica y
conductas descontroladas socialmente inadecuadas. Pero, para complicarlo todo,
resulta que solamente prestamos atención a lo que nos interesa, transformando
en ruido de fondo todo lo demás. Sostiene Johan Leher que silenciamos nuestra “disonancia cognitiva mediante la ignorancia
autoimpuesta”, y esto vale tanto para los forofos de un equipo de fútbol como
para los fanáticos de cualquier religión o corriente política.
Pero el profesor Philip Tetlock,
de la Universidad de Berkeley (California), insiste en que este mecanismo de
defensa que salvaguarda nuestras cogniciones también es empleado por los especialistas
en evaluar la evidencia. Los verdaderos expertos no rechazan los datos
disonantes, sino que los incorporan a su proceso cognitivo, aceptando y
aprendiendo de sus errores en tiempo real.
Apliquen ahora este cuento a las
agencias de calificación crediticias, a los amamantadores de la prima de
riesgo, a los augures apocalípticos de la economía mundial y se asombrarán tanto
como lo hizo el profesor Tetlock con sus experimentos: un chimpancé, apretando
un botón al azar, superaba las predicciones políticas y financieras de un
selecto grupo de 284 expertos. Entonces, será mejor que decida Sophie… o la
Mona Chita.
1 comentario:
Tiene que ser horroroso enfrentarse a ese tipo de situaciones en las que cualquier elección es horrible.
Publicar un comentario