A diferencia de en otros lugares, la sociedad española no se había enfrentado al dolor cotidiano tal vez desde los años más duros del terrorismo etarra, cuando atentados, muertes, heridos y dolor formaban parte de nuestra macabra contabilidad diaria. En estos días conmemoramos la década transcurrida desde el aparente final de un horror nunca jamás deseado.
Afrontamos ahora el frío que vendrá con la mayor parte de la población española inmunizada contra el SARS-CoV-2, y con la esperanza de que la campaña de vacunación antigripal sea al menos tan exitosa como en el pasado año. Precisamente, la experiencia acumulada sobre la capacidad mutagénica de los virus de la gripe estacional y la Covid-19 nos obligan a continuar siendo muy prudentes. En concreto, ya se ha detectado en nuestro país la variante Delta Plus del coronavirus SARS-CoV-2, cuyas mutaciones son capaces de proporcionarle mayor supervivencia. Los expertos estiman que incluso puede ser un 10% más contagiosa que las otras variantes.
Habrá que ver cómo podría afectar a inmunizados y no inmunizados. No olvidemos que la aplicación de dosis adicionales de las vacunas contra la Covid-19 ya se ha puesto en marcha, con la intención de proteger primordialmente a la población con una salud más frágil. Por lo tanto, todavía toca más resiliencia, individual y colectiva.
También para afrontar los devastadores efectos de la erupción volcánica de La Palma, que cada día se lleva más vidas por delante, aunque todavía no se hayan contabilizado víctimas mortales. Nos despertamos con los dramas y el sufrimiento de los que lo han perdido todo, despojados cruelmente de sus bienes y recuerdos por una lava incandescente que avanza inexorable hacia el océano. Algunos medios de comunicación comentaban los pasados días el incremento de viajeros con destino a la Isla Bonita desde las otras Islas Canarias, desde la propia Península y desde otros países, que llegaban a las inmediaciones de lo que antes fueron tierras de prosperidad para contemplar en directo la sobrecogedora experiencia de un volcán en activo.
Evaluaremos cómo esa supuesta inyección económica redunda en beneficio de aquellos otros palmeros que ahora deben subsistir gracias la caridad y solidaridad de sus prójimos. Complicada situación la de todos ellos. Quizás en un futuro no muy lejano, la mayoría podrá rehacer sus vidas, pero nunca sobre aquellos paisajes ahora convertidos en un chamuscado e infausto malpaís. Y como siempre, con cada desgracia, proliferan los desalmados que quieren hacer negocio: bolsitas de plástico con 20 gramos de ceniza supuestamente vomitada por el volcán. Ojalá se apague pronto. Y de paso, que asimismo desaparezca el virus. Resiliencia al límite.