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09 mayo 2007

EL MEDICO DE LOS POBRES

Ciencia y Caridad (Pablo Ruiz Picasso, 1897)
Óleo sobre lienzo; 197 x 249'5 cm; Museo Picasso. Barcelona. España.
© Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, A Coruña, 2005.

Conozco a muchos compañeros que son médicos de los pobres. Yo, sin ir más lejos, también soy uno de ellos. De los pobres, de los ricos, de los gordos, de los flacos, de las putas, de los enanos, de los locos, de los cuerdos, de las mujeres, de los hombres, de los homosexuales, de los toxicómanos, de los ancianos, de los adolescentes, de los músicos, de los gitanos, de los obreros, de los inmigrantes, de los enfermos y de los sanos, de los buenos, y también de los malos...


Pero no es a este tipo de médico al que me voy a referir. Hoy en día es una bicoca trabajar para un sistema sanitario de cobertura universal. Además, a fin de mes siempre te ingresan la nómina. Pero este lujo asistencial los ancianos del lugar todavía lo recuerdan demasiado reciente.


Hablamos de los esforzados médicos del tiempo pasado, que trabajaban en unas condiciones que hoy se nos antojan heróicas. Médicos disponibles las 24 horas del día, todos los días del año. Cuando una enorme mayoría de nuestros prójimos no tenían para pagarse las atenciones médicas, cuando enfermar era un lujo, ahí estaban estos profesionales todoterreno. Por su culpa se dice que la medicina es una profesión vocacional.

En Ourense acaba de abandonarnos uno de ellos. Como muchos de nuestra generación, en mi infancia yo también fui paciente suyo. Afortunadamente no fue por falta de recursos económicos familiares, sino por la confianza que mis padres depositaron en su arte y ciencia de sanar, de confortar.


Tenía el Dr. Gallego su consulta abierta justo enfrente al Jardín del Posío. A cambio de nada, atendía a todo aquel que llamaba a su puerta. Recuerdo que aguardé junto a mi madre mucho tiempo sentado en una sala de espera abarrotada. La numerosa cola incluso se extendía fuera de aquella habitación. Mi asma me llevó a sus manos. Me auscultó. Le dijo a mi madre que si quería que mejorase mi enfermedad debíamos trasladarnos a una ciudad de clima frío y seco. "A León, por ejemplo". Por supuesto, no aceptó ninguna paga por sus atenciones.


Hace dos años estuve metido en las gestiones oficiales para concederle la Medalla de Oro de la Sanidad de Galicia. Hablé con su hermana. Me confirmó que estaba muy enfermo y que apenas salía de casa. También me hizo desistir del empeño honorífico, pues él nunca aceptaría ningún tipo de homenaje.


Un paciente mío regentó durante mucho tiempo una tienda de fotografía. Un día, el Dr. Gallego entró allí para hacerse unas fotos de carnet. A la hora de pagar, el dueño no quiso cobrarle. "Usted tampoco me cobraba a mí cuando iba a su consulta", le dijo. El Dr. Gallego insistió en pagarle y así lo hizo: "Una cosa no tiene nada que ver con la otra", sentenció.


Mi amigo Pastor Outeiral se quedó con las ganas de hacerle un retrato. "Tenía la cara de los médicos de antes". Un día se lo encontró en una cafetería, acompañado por unos familiares. Al reconocerlo, se le acercó para saludarlo. "Usted es el Dr. Gallego, ¿verdad?". "Lo fuí, es cierto", le contestó amablemente el anciano galeno. Y luego, declinó amablemente la petición de ser "inmortalizado" por el artista.


Ha habido otros muchos médicos de los pobres: el Dr. Esteban Maradona (1895-1995), que atendía y educaba a indigentes e indios en Argentina, y que fue dos veces candidato al premio Nobel de la Paz, el médico santo de Nápoles Dr. José Moscati (1880-1927), con su predilección por los enfermos pobres, el Dr. Carlos Showing Ferrari (1893-1995), benefactor de los enfermos necesitados del Perú, el beato venezolano Dr. José Gregorio Hernández, que murió atropellado mientras iba a buscar las medicinas necesarias para tratar a una anciana pobre, el cubano Dr. Armando Carnot Veulens (1884-1926), médico de los obreros y de los deposeídos..., y tantos y tantos otros.

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