Alguien se ha atrevido a mencionar en alto la palabra maldita, la que conjura a todos los demonios capaces de condenar a un estadista al rincón más olvidado del averno político, aquella capaz de hacer perder las elecciones a cualquier osado candidato a gobernante. Su sonido es tan terrible que no me atrevo a pronunciarla.
Ya se está convirtiendo en un aburrido soniquete afirmar que contamos con una de las mejores sanidades públicas del mundo. Se han alzado voces protestando porque consideran que demasiado hace nuestro sistema sanitario con los medios económicos de que dispone. Otros más escépticos, ponen el ejemplo de los Estados Unidos y aseguran que mayor inversión no es sinónimo de mejor atención sanitaria.
El caso es que desde hace un tiempo empezamos a darnos cuenta que el tejido cobertor de la sanidad ha encogido. Si tiramos de él para arriba, para cobijarnos el cuello cuando hace frío, los pies se nos quedan congelados, a la intemperie.
La otra tarde el meticuloso Aloysius asistía a una discusión de cafetería. Un tertuliano, jubilado dependiente de la mutualidad de funcionarios del Estado, defendía el copago en los medicamentos porque a él ya le viene afectando desde hace tiempo. Otro pensionista bramaba contra la injusticia del copago y a favor de la gratuidad, porque para eso llevaba cotizando toda una vida. Un tercero, partidario de terceras vías, se mostraba a favor de un copago ponderado, donde un trabajador activo con una nómina de mil euros mensuales tuviera un mayor descuento a la hora de pagar los medicamentos, mientras que los pensionistas con las más altas pensiones tuvieran que desembolsar algo en cada receta. Ponía el ejemplo de las multas de tráfico, totalmente injustas en su opinión, porque ante idénticos delitos, a un obrero le supone un palo mayor pagar 500 euros que esa misma cantidad a un infractor de rentas elevadas.
Tal vez existan otras soluciones. Disponemos de ciertos medicamentos de uso generalizado que resultan tan baratos que cuesta entender cómo siguen estando financiados por la sanidad pública española. Ponemos un ejemplo: una caja de ibuprofeno conteniendo 40 comprimidos de 600 miligramos tiene en la farmacia un precio de venta al público de apenas 2 euros. Y encima existen muchas marcas con este mismo principio activo no amparadas por las recetas oficiales, es decir, que aquel prójimo que las solicite en la farmacia, las paga a tocateja. Se llaman especialidades OTC y se compran sin receta médica. Algo similar ocurre con el paracetamol.
Para terminar el litigio de los parroquianos, el pendenciero Aloysius echó más leña al fuego lanzando unas llamaradas envenenadas: mientras unos nos preocupamos por el copago sanitario, la Unión Europea planea gastarse 5 millones de euros en Ipads para los diputados, para que se lleven la oficina allá a donde vayan.
No nos quejemos, que nuestro Senado patrio se acaba de gastar 6000 eurazos en intérpretes para que el Presidente de la Generalitat de Catalunya se comunique con sus señorías en catalán, gallego y euskera… Con tanto trabajo ¿se habrán olvidado nuestros próceres de la lengua de Cervantes que a todos nos enseñaron en la escuela?
No hay comentarios:
Publicar un comentario