Siempre ha sido Aloysius más partidario de Quevedo que de Góngora. Dicen los eruditos que Don Francisco sostenía que nadie ofrece tanto como el que nada puede cumplir. También ensalza aquella famosa frase del presidente Adolfo Suárez, la del puedo prometer y prometo, algo que echamos muy en falta en estos tiempos hechizados por falsos augures. Para no desdecir a tan admirables caballeros, prometí escribir sobre la disfunción eréctil y lo prometido es deuda.
Hace años, cuando abordábamos esta patología en la facultad de Medicina se llamaba impotencia masculina, y recuerdo pasar por ella casi de puntillas. Sin embargo otros compañeros estudiantes de Derecho, venían a preguntarme sus dudas relacionadas con la impotentia coeundi y la impotentia generandi y me obligaban de paso a profundizar en tan escabrosas cuestiones.
Los romanos ya distinguían entre los varones incapaces de mantener un coito y los ineficaces para procrear. En la primera de las situaciones, el trastorno debería afectar al complejo mecanismo hidráulico que posibilita la erección del miembro viril. En el segundo, la escasez de espermatozoides o las alteraciones en la forma y en la movilidad de los mismos sería la responsable. Nos encontraríamos más bien entonces ante un caso de esterilidad, y no de impotencia.
Recuerdo también la primera vez que se sentó delante de mí un paciente afectado por una cardiopatía coronaria y que necesitaba unas recetas de alprostadil. Para no caer en conflictos de intereses, intentaré escaparme de los nombres comerciales. El alprostadil era entonces el único fármaco aprobado para el tratamiento de la disfunción eréctil de tipo vascular, neurogénica, psicógena o mixta. Incluso podría emplearse para confirmar su diagnóstico con certeza. Su principal inconveniente: debe administrarse mediante inyección en cuerpos cavernosos del pene del propio afectado antes de mantener relaciones sexuales. Vaya hándicap.
Como otro recurso, los urólogos especializados colocaban prótesis viriles mediante complicadas intervenciones quirúrgicas no exentas de indeseables efectos secundarios.
En la década de los 90 comenzaron a comercializarse un grupo de fármacos capaces de mejorar estos trastornos. Su fama se extendió como la pólvora, apoyados también por campañas publicitarias masivas y efectivas. Todos recordamos al futbolista Pelé, que a lo largo de su carrera marcó más de 1200 goles en competiciones oficiales, invitando a los hombres a consultar sus problemas de erección con su médico. Eran los tiempos dorados del sildenafilo y sus atractivos comprimidos romboidales de color azul. Yo los hubiera preferido verde esmeralda, por aquello de identificarlos más con la esperanza. Un poco más tarde llegarían el vardenafilo y el tadalafilo, quedándose por el camino el hidrocloruro de apomorfina.
En Méjico, escogieron a la exuberante actriz argentina Margarita Gralia para encender la llama del vardenafilo desde su espléndida madurez. Y desde entonces, ebrios de modernidad, hemos pasado al uso recreativo de todos estos medicamentos; algunos atletas del sexo incluso los combinan con la dapoxetina, empleada para el tratamiento de la eyaculación precoz. Un poco de sentido común para el club del hombre ariete.
Estudios muy recientes nos alertan sobre la importancia de la disfunción eréctil como marcador precoz del riesgo cardiovascular. Ya se sospechaba en los diabéticos, pero ahora este hallazgo va a obligarnos a los médicos a no pasar tan de puntillas sobre tan importantes cuestiones.
Y para los excépticos, aquí les ponemos el remedio que recomendaba n los irreverentes de "Siniestro Total" contra la disfunción eréctil...
Hace años, cuando abordábamos esta patología en la facultad de Medicina se llamaba impotencia masculina, y recuerdo pasar por ella casi de puntillas. Sin embargo otros compañeros estudiantes de Derecho, venían a preguntarme sus dudas relacionadas con la impotentia coeundi y la impotentia generandi y me obligaban de paso a profundizar en tan escabrosas cuestiones.
Los romanos ya distinguían entre los varones incapaces de mantener un coito y los ineficaces para procrear. En la primera de las situaciones, el trastorno debería afectar al complejo mecanismo hidráulico que posibilita la erección del miembro viril. En el segundo, la escasez de espermatozoides o las alteraciones en la forma y en la movilidad de los mismos sería la responsable. Nos encontraríamos más bien entonces ante un caso de esterilidad, y no de impotencia.
Recuerdo también la primera vez que se sentó delante de mí un paciente afectado por una cardiopatía coronaria y que necesitaba unas recetas de alprostadil. Para no caer en conflictos de intereses, intentaré escaparme de los nombres comerciales. El alprostadil era entonces el único fármaco aprobado para el tratamiento de la disfunción eréctil de tipo vascular, neurogénica, psicógena o mixta. Incluso podría emplearse para confirmar su diagnóstico con certeza. Su principal inconveniente: debe administrarse mediante inyección en cuerpos cavernosos del pene del propio afectado antes de mantener relaciones sexuales. Vaya hándicap.
Como otro recurso, los urólogos especializados colocaban prótesis viriles mediante complicadas intervenciones quirúrgicas no exentas de indeseables efectos secundarios.
En la década de los 90 comenzaron a comercializarse un grupo de fármacos capaces de mejorar estos trastornos. Su fama se extendió como la pólvora, apoyados también por campañas publicitarias masivas y efectivas. Todos recordamos al futbolista Pelé, que a lo largo de su carrera marcó más de 1200 goles en competiciones oficiales, invitando a los hombres a consultar sus problemas de erección con su médico. Eran los tiempos dorados del sildenafilo y sus atractivos comprimidos romboidales de color azul. Yo los hubiera preferido verde esmeralda, por aquello de identificarlos más con la esperanza. Un poco más tarde llegarían el vardenafilo y el tadalafilo, quedándose por el camino el hidrocloruro de apomorfina.
En Méjico, escogieron a la exuberante actriz argentina Margarita Gralia para encender la llama del vardenafilo desde su espléndida madurez. Y desde entonces, ebrios de modernidad, hemos pasado al uso recreativo de todos estos medicamentos; algunos atletas del sexo incluso los combinan con la dapoxetina, empleada para el tratamiento de la eyaculación precoz. Un poco de sentido común para el club del hombre ariete.
Estudios muy recientes nos alertan sobre la importancia de la disfunción eréctil como marcador precoz del riesgo cardiovascular. Ya se sospechaba en los diabéticos, pero ahora este hallazgo va a obligarnos a los médicos a no pasar tan de puntillas sobre tan importantes cuestiones.
Y para los excépticos, aquí les ponemos el remedio que recomendaba n los irreverentes de "Siniestro Total" contra la disfunción eréctil...
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