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11 mayo 2010

VACUNAS


Sostiene el persuadido Aloysius que un físico amigo suyo le ha asegurado que sería posible viajar en el tiempo, pero solamente en una dirección, hacia el futuro. Desde Einstein y su teoría de la relatividad conocemos todas estas cuestiones, si bien viajar al pasado siempre resultaría más fascinante, por aquello de enmendar los errores cometidos.

Últimamente, cuando escucho hablar sobre las vacunas, cuando leo ciertas noticias publicadas en los medios de comunicación, o cuando participo como mero espectador en algún foro de debate, he tenido la impresión de haber adquirido esa mágica facultad que me posibilita desplazarme hacia atrás en el tiempo.

Recientemente han coincidido en un corto espacio de tiempo las intervenciones de dos compañeros, excelentes médicos y además estupendas personas, defendiendo la utilidad de las vacunas.

El primero de ellos, un alergólogo, resumía los avances obtenidos en el tratamiento del asma y de determinadas rinitis crónicas desde que se extendió el empleo de las vacunas de extractos desensibilizantes. Mientras le escuchaba, me acordé de Vivaldi, de Marcel Proust, del Ché Guevara… Me pregunté cómo pudieron llevar unas vidas tan productivas atacados periódicamente por esa incómoda opresión que te impide respirar. Recordé mi propio pasado y repasé métodos terapéuticos tan dispares como las duchas matutinas con agua fría (supongo que para provocar una descarga adrenérgica que abriera los bronquios de para en par), las cataplasmas de mostaza o aquellos inhaladores que te canjeaban asfixia por taquicardia, tos por temblor.

El segundo, un ginecólogo, trató de convencer a una audiencia formada mayoritariamente por público en general de la conveniencia de vacunar a las adolescentes contra la infección por el virus del papiloma humano (VPH). Nuevamente me transporté al pasado, pues cuando realizaba mi tesina de licenciatura sobre el cáncer de cuello uterino comenzaba a sospecharse la estrecha relación entre virus, la patología maligna del cérvix y las verrugas genitales (condilomas acuminados).

Pero también existe una corriente antivacunación. Responsabilizan a estas terapias como la causa de enfermedades, del autismo por ejemplo. En muchas ocasiones, la culpa no recae en la propia vacuna, sino en los adyuvantes añadidos para estimular la inmunogenicidad. Otras veces las dudas surgen porque las vacunas no son vistas como un medicamento, sino más bien como un próspero y lucrativo negocio para la industria farmacéutica.

http://www.vacunacionlibre.org/

Sumergido en esta vorágine de elucubraciones, se me quitaron las ganas de viajar por el tiempo. Me centré en el presente. Y me encontré un brillante artículo de Juan Gervás comentando los principios bioéticos de Tavistock. En ellos todavía persisten el derecho del ser humano a recibir atención sanitaria cuando lo necesite, la responsabilidad individual y colectiva para mejorar el bienestar de la población, la promoción de la salud, el deber de aliviar el sufrimiento, la preocupación por las minusvalías y el sempiterno primun non nocere, en otras palabras nunca lastimar gratuitamente.


http://www.actasanitaria.com/actasanitaria/frontend/desarrollo_noticia.jsp?idCanal=23&idContenido=19112

Para los interesados en conocer cómo serán las vacunas del futuro:

http://sonicando.wordpress.com/2008/09/25/las-vacunas-del-futuro/

Por cierto, Edward Jenner, el descubridor de la vacuna contra la viruela, falleció el 26 de enero de 1823, apenas un año antes de que Beethoven estrenase su Novena Sinfonía...


1 comentario:

Francisco Doña dijo...

Mi más sincera enhorabuena por esta entrada. Interesante tema. Muy bien expuesto. Oportunos enlaces: controvertido el primero; magistral, como siempre, el de Gervás; sugerente el último. Y como postre un trocito de tarta de la 9ª de Bethoven... ¡Genial!