Parece ser que los que dormimos la siesta somos mejores pagadores porque satisfacemos nuestras propias deudas de sueño. Esta opinión ha sido copiada de la columna que Isabel Lozano firmaba el pasado 1 de abril en ABC. La periodista, a su vez, la había extractado de una información previa publicada en el diario francés Le Monde. ¿Se dan ustedes cuenta cómo viajan las noticias por el mundo moderno?
Sin embargo, en el país más siestero por antonomasia, hay quien todavía duda de los beneficios de la cabezadita posprandial. El pasado año, en el marco del XXXIX Congreso Nacional de la SEPAR (Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica), el neumólogo Fernando Masa señaló que la apnea obstructiva del sueño es la responsable de la necesidad que muchos prójimos nuestros tienen de dormir la siesta. Esta enfermedad, caracterizada por ronquidos y respiración encasquillada, afecta a unos 2 millones de españoles. Destacamos también que este trastorno es responsable de la hipertensión arterial que suelen padecer estos enfermos. Y no debemos olvidar que el 30% de los españoles habitualmente se echa un sueñito después de comer, por lo menos durante 30 minutos.
En el año 2000, un estudio realizado en Costa Rica (con sus resultados publicados nada más y nada menos que en el prestigioso International Journal of Epidemiology) nos informaba del incremento del riesgo de padecer un infarto de miocardio entre aquellos sujetos que más dormían la siesta (en cantidad y en calidad). Los investigadores atribuyeron entonces este hallazgo a una respuesta cardiovascular perjudicial idéntica a la que acontece en las primeras horas del día, donde el riesgo de sufrir eventos cardiovasculares mortales también se encuentra incrementado.
Pero, como ocurre con muchas otras cuestiones de la Medicina, la luz reveladora de la epidemiología a veces no nos ilumina con todo el esplendor deseado. A principios del corriente año, la BBC se hacía eco de un estudio realizado en Grecia durante 6 años, involucrando a 25000 sujetos de ambos sexos. Los investigadores concluyeron que el riesgo de morir por un infarto agudo de miocardio se reducía en un 34% entre aquellos que habitualmente tomaban la siesta. Y los más beneficiados eran los trabajadores masculinos (el descanso del guerrero), con importantes reducciones de su riesgo cardiovascular (que llegaron incluso a alcanzar el 64%).
SIESTA también han sido las siglas del estudio realizado por un grupo de especialistas de la Sociedad Española de Cardiología, encabezados por el profesor Dr. Juan Carlos Kaski, del Hospital S. George´s de Londres, de cuyas admirables cualidades científicas y personales he podido aprender en varias ocasiones. En este trabajo multicéntrico, en el que participaron investigadores gallegos de los hospitales Juan Canalejo y Clínico de Santiago, trataba de identificar los marcadores de inflamación y la estratificación del riesgo en pacientes afectados por síndromes coronarios agudos. En este caso, la relación entre siesta y patología cardiovascular se limita a un mero juego de palabras. Como divertimento del lenguaje es también el identificar fiesta y siesta.
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