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15 abril 2007

NO TUVE OPCIÓN




La otra tarde me crucé con Antón Reixa delante de una juguetería de la calle de Santo Domingo. Él paseaba distraído, tocado con su habitual chapeau. Hacía calor y ninguno de los dos llevábamos gafas de sol. Y eso que en esos días, en Ourense hizo un sol de carallo. Entre varios animales de plástico expuestos en el escaparate, un Tiranosaurius Rex de llamativos colores cítricos abría sus fauces amenazadoramente. De repente, se me vino a la memoria la letra de aquella canción de Os Resentidos, en la que aseguraban que los sikh (sij) tomaban las chiquitas de pie en el mostrador, y que sus turbantes tienen un lagarto pintado (que también mueve el rabo, como el de la famosa saya da Carolina). Literaturas aparte, los sikh constituyen una minoría religiosa monoteísta de la India. Sus varones se dejan crecer el cabello y la barba, y se los recogen con un peine debajo de un característico turbante. Mi camaleónico Aloysius tiene un amigo sikh que trabaja en el mostrador de la British Airways en el aeropuerto londinense de Heathrow. Gracias a él me he enterado de la historia del monumento que los británicos dedicaron a todos aquellos animales que perdieron sus vidas en las guerras donde participaron las tropas de Su Graciosa Majestad. La princesa Ana lo inauguró en el 2004.

Y es que ha habido víctimas de todas las especies: mulas que sufrieron el corte de sus cuerdas vocales para que sus rebuznos no alertaran al enemigo, luciérnagas que servían de linternas para leer los mapas de orientación en la oscuridad, audaces palomas mensajeras que cruzaban las líneas enemigas portando órdenes e instrucciones militares, perros salvavidas que buscaban supervivientes entre los escombros de los bombardeos, nobles caballos que sirvieron como veloz montura, sobrios burros de carga, bueyes, elefantes e incluso gatos que viajaban en los navíos para mantener alta la moral de la tripulación (como el minino superviviente en “Alien”). En el grupo escultórico reza el lema “No tuve opción”, y está situado en un lateral de Hyde Park, cerca del famoso Speak Corner, donde cualquier hijo de la Gran Bretaña puede despotricar y dar públicamente la tabarra, siempre y cuando en su discurso crítico no ofenda a la Corona.

Siguiendo en Londres, en pleno Whitehall existe otro monumento muy especial, esta vez dedicado a las mujeres británicas que participaron en la II Guerra Mundial. Dicen las malas lenguas que la erección de esta estatua es posterior a la del monumento a los animales.

Las reivindicaciones feministas y la lucha por los derechos de las mujeres han tenido siempre en Gran Bretaña un buen caldo de cultivo. En 1792, Mary Wollstonecraft publicó su obra “Vindicación de los derechos de la mujer”, cuyas ideas fueron satirizadas en otra obra anónima titulada “Vindicación de los derechos de las bestias”, atribuida al famoso filósofo de Cambridge Sir Thomas Taylor. Ya ven ustedes cómo se las gastaban entonces ciertos académicos. En la Nacional Portrait Gallery de Londres, está colgado un delicado retrato de la escritora pintado en 1797 por John Opie (ver imagen superior). Ese mismo año, Mary Wollstonecraft fallecía precozmente como consecuencia de las complicaciones sufridas al traer al mundo a su hija, la novelista Mary Shelley, creadora del famoso monstruo de Frankenstein.

Ya ha llovido desde entonces, pero todavía hay quien niega la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. También campa a sus anchas algún que otro especieísta, defensor de la supremacía de la especie humana sobre las demás que pueblan el planeta. Y es que mejor no iría a todos si esta categoría de paisanos tan pragmáticos encontrase su retiro definitivo en las feraces tierras de la sabiduría. No tienen más opción.

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