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29 abril 2009

GRIPES



Un hospital de campaña en la epidemia de gripe de 1918 - 1919


Generalmente, cuando uno toma la decisión de comentar cuestiones relacionadas con las enfermedades infecciosas no es conveniente alarmar, pero tampoco banalizar. Esta premisa también debe respetarse en el caso de la gripe. Comunmente, cuando nos referimos a ella, pudiera parecer que nos encontramos ante una enfermedad benigna, cuyos síntomas, en la mayoría de los casos, no van más allá de un malestar catarral acompañado de fiebre y dolores musculares y articulares, o ante una patología previsible, frente a la cual disponemos de un amplio arsenal terapéutico, basado en la potencia de las vacunaciones y en los modernos fármacos antivirales.

La realidad es bien distinta, pues la gripe o influenza es una de las enfermedades infecciosas más contagiosas capaz de provocar, en situaciones de epidemia, una mortalidad nada desdeñable. Desde la década de los años 70 del pasado siglo XX, algunos investigadores reportan 40000 fallecimientos anuales, solamente en los Estados Unidos de Norteamerica. En ese misma geografía, esta patología sustrae cada año de las arcas estatales unos 12 billones de dólares. ¿Dónde radica la peligrosidad de los virus gripales? Fundamentalmente, en su alta capacidad de mutación, lo que a veces dificulta la prepación de vacunas específicas contra los mismos. Las epidemias estacionales, que se repiten cada otoño e invierno, suelen ser controladas con las campañas poblacionales de inmunización, destinadas especialmente a los individuos más susceptibles de padecer las complicaciones gripales: mayores de 65 años o enfermos crónicos e inmunodeprimidos. Como regla general, un adulto sano debería superar la infección a base de reposo, hidratación y fármacos antitérmicos y analgésicos.

Pero si la amenaza para nuestra salud proviene de un virus nuevo, mutado, el problema adquiere una mayor magnitud. Además del hombre, los virus gripales pueden infectar diversas especies animales, como las aves y los cerdos. Determinados virus pueden saltar desde el reservorio animal al hombre, como ocurrió en 2003 – 2006 con la denominada gripe aviar, en el Sudeste Asiático. Si el virus animal es capaz de mutar al infectar al ser humano, entonces resultaría mucho más factible la transmisión entre las personas a través de las secrecciones respiratorias y de la tos. Así podría originarse una epidemia o una pandemia.



El brote actual de la mal llamada gripe porcina está causado por la cepa H1N1 del virus de la influenza. E insisto en lo incorrecto de la denominación pues este virus no se ha detectado en los animales ni se transmite por el consumo de carne de cerdo. El H1N1 fue el causante de la pandemia que asoló el planeta entre 1918 y 1919, provocando entre 50 y 100 millones de víctimas mortales. Está claro que la situación sanitaria no era entonces la misma que en la actualidad, si bien el impacto de esta enfermedad entre los sectores más deprimidos de la sociedad, privados del acceso a los servicios generales de salud, podría resultar altamente preocupante.


Aquella gripe también tuvo un calificativo inexacto. La gripe española ni siquiera se originó en nuestro país. Fue traída a Europa por las tropas norteamericanas acantonadas en Fort Riley (Kansas – EEUU), que aguardaban su traslado a los sangrientos campos de batalla de la 1ª Guerra Mundial. España, todavía lamiéndose las heridas provocadas por la pérdida de las últimas colonias de ultramar, no participó en el conflicto, y nuestros medios de comunicación escaparon de la censura militar para informar sobre aquella devastadora epidemia.

Sostiene Aloysius que el genial Guillaume Apollinaire falleció en aquella pandemia. Él dejó escrito: “recogí esta brizna en la nieve, recuerda aquel otoño. En breve no nos veremos más. Yo muero, olor del tiempo, brizna leve. Recuerda siempre que te espero”.

Todos nosotros, también esperamos mejores noticias.

20 abril 2009

RESVERATROL



Hace algún tiempo, Aloysius el sibarita me regaló un breve libro de Philippe Delerm titulado “El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida”. Con permiso, recomiendo su lectura a los melancólicos y a los optimistas. Los pequeños placeres de la vida. Cierta mañana, un longevo paciente ourensano me reveló que tal vez, tras estos modestos goces, permanezcan ocultas las fuentes ignotas de la salud y la felicidad. Una idea sugerente que me hizo cavilar. Me lo estaba asegurando un nonagenario en pleno uso de sus facultades mentales. Me contó que el único alcohol que había tomado durante toda su vida se limitaba a una copa de buen vino tinto con las comidas. Una costumbre, una licencia que duraba décadas.

He escuchado muchas veces a Neil Diamond, y más tarde a UB40, cantar las excelencias del vino en “Red red wine”. Ahora, recientes y prestigiosas investigaciones parecen corroborar el supuesto papel benéfico para la salud cardiovascular de algunas sustancias presentes en él. Concretamente nos estaríamos refiriendo a los taninos, componentes naturales que proceden de la maceración de la piel de las uvas negras. Ahí radican también otros compuestos químicos (ácidos fenólicos, flavonoides y resveratrol), valiosos antioxidantes, capaces de prolongar la longevidad y la calidad de vida humanas.

El resveratrol no es exclusivo de las uvas. Otros alimentos son ricos en él, como las ostras y los frutos secos, especialmente nueces y cacahuetes. En un futuro no muy lejano podría convertirse en una potente arma preventiva para combatir el cáncer y la obesidad. Pero, ¿dónde está el truco? De cada litro de vino tinto se extraen aproximadamente entre 1.5 y 3 milígramos de resveratrol. Las dosis terapéuticas barajadas para un hombre de 70 kilogramos harían necesario el consumo diario de 750 a 1500 botellas de vino, una barbaridad digna de los descomunales Gargantúa y Pantagruel. Sin lugar a dudas, la síntesis farmacéutica nos aportará la solución práctica. Ya he podido constatar la amplia oferta de píldoras de este antioxidante en Internet.

Para finalizar, el luciferino Charles Baudelaire, como exégeta de la ebriedad, dejó escrito en “Las Flores del Mal”: “Mueble dulce en secretos, lleno de cosas ricas: vinos, perfúmes, néctares, que harían delirar mentes y corazones”. Líricas aparte, no debemos olvidar que el vino es una bebida alcohólica, y que consumos que superen los 30 gramos de etanol diarios podrían causar serios problemas de salud, afectando al correcto funcionamiento de hígado, cerebro y corazón.

15 abril 2009

DR. HOUSE CONTRA DR. MATEO



Lo confieso. De todos esos quiméricos colegas míos capaces de desnudar su alma en las pantallas del cine y la televisión, mi favorito es el Dr. Joel Fleischman, aquel jovencito judío de Nueva York obligado por el destino a ejercer la medicina en el pintoresco pueblo de Cicely, perdido en la Alaska más remota. Espero que algún lector guarde tan buenos recuerdos de aquella serie televisiva titulada en España “Doctor en Alaska”.

A mediados de los 80, finalizados mis estudios en la Facultad de Medicina de Santiago de Compostela, un buen día me senté delante del espejo y le dije a mi pálido reflejo: “ya está; ya eres médico; ¿y ahora qué?”. Ahora vendría lo bueno. De mis primeros destinos como sustituto en la Ourense rural de aquel entonces, guardo muy gratos recuerdos y alguna que otra simpática anécdota digna de figurar en el guión de cualquier popular serial.

Impugna el taimado Aloysius mi hipocresía, pues estima que lo que a mí me hubiera gustado ser es el Dr. Ross, el singular pediatra de la serie “Urgencias”, encarnado por el atractivo y deseado George Clooney. A nadie le amarga un dulce. Atrás quedaban también los tiempos en los que el Dr. Marcus Welby había llenado las escuelas de medicina de futuros aspirantes a galenos.

Hoy vivimos en la era del Dr. House, esa especie de robot enciclopédico médico hospitalario que todo lo sabe y resuelve. Esta serie televisiva pudiera estar transmitiendo valores erróneos a la sociedad, como por ejemplo pensar que es mejor ser un buen médico que una buena persona. La realidad nos despierta de este espejismo, pues según el Barómetro Sanitario 2008, el 86% de los ciudadanos encuestados estimó que los médicos españoles del sistema sanitario público realizan adecuadamente su trabajo, confiando plenamente en ellos. La labor asistencial de Atención Primaria y de los servicios de Urgencias resultó de paso altamente apreciada.

Simultaneamente a estos datos del Barómetro, los medios publicaron las estadísticas sobre la asignación de las plazas de médicos en la última convocatoria MIR. Y una vez más, la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria estuvo entre las menos valoradas por los aspirantes. Tal vez la esplendorosa luz de los hospitales siga resultando más cautivadora para los médicos del futuro. Quizás el Dr. House y su grupo de detectives facultativos continúen venciendo al Dr. Mateos y su esforzada tropa de médicos de cabecera en esa hipotética batalla que cada jornada se desarrolla en los duros campos de la vocación y de la dedicación profesional. Y es que poco o nada ayudaron fichajes tan patéticos como el Dr. Nacho Martín (Emilio Aragón) de “Médico de Familia” o el Dr. Ulises (Miguel Angel Muñoz) en “El síndrome de Ulises”. Y como decía Obi – Wan Kenobi, que la Fuerza nos acompañe.

08 abril 2009

OKURIBITO


El entrañable Aloysius es conocedor de mi desmedida querencia por el País del Sol Naciente. Él mismo me ha regalado florilegios de haikus, libros de Mishima y de Murakami, películas de Kurosawa y me ha invitado a cenar deliciosos sushis y sashimis en el Kiotori, un acogedor restaurante japonés de la Rue Monsieur le Prince, en el Barrio Latino de París. Mediante la magia del origami, ha intentado enseñarme geometría fabricando colibríes, grullas, mariposas y complejos poliedros plegando papeles de vistosos colores. Él es el responsable de que hoy escriba estas líneas sobre “Okuribito”, el film de Yojiro Takita ganador del Óscar 2009 a la mejor película en lengua no inglesa.

Lo peor que le puede ocurrir a un ser humano es que lo despierten bruscamente del sueño de su vida. Eso le ocurrió a Daigo Kobayashi, el protagonista de esta aventura. Violoncelista de una sinfónica en Tokio, en cada función se abstraía felizmente tocando la Novena Sinfonía de Beethoven. Pero, en tiempos de crisis, la orquesta se disuelve, Daigo se desprende de su amado instrumento y regresa con su esposa a sus orígenes en Yamagata, al norte del Japón. Allí encontrará trabajo en una peculiar agencia de viajes: una funeraria especializada en preparar a los difuntos para su travesía hacia la eternidad. La sensibilidad del virtuoso músico colisiona con la crudeza de su nuevo empleo de embalsamador. Pero, poco a poco, irá aprendiendo el delicado oficio que el Sr. Sasaki, su maestro, le enseñará con sosegada dedicación.

¿Por qué les cuento hoy esta historia? Porque recientemente he leído en “La Región” las causas de las defunciones en Galicia durante el año 2007. Nuestra tasa de mortalidad supera los 1100 fallecimientos por 100000 habitantes. Por si esto fuera poco, me ha alarmado que el 27% de los decesos provocados en España por cardiopatía isquémica e infarto agudo de miocardio hayan ocurrido en nuestra comunidad autónoma. A pesar de los esfuerzos realizados por nuestra sanidad, las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la primera causa de mortalidad entre los españoles y la segunda entre las españolas. En Galicia, más de lo mismo, y así continúa la sangría en nuestra población por culpa de patologías que podemos (y debemos) prevenir.

En plena efervescencia primaveral, el insondable Aloysius me ha echado una bronca monumental por andarme entreteniendo con la muerte en vez de ensalzar el triunfo de la vida. Le contesto que un crítico cinematográfico, refiriéndose precisamente a “Okuribito”, ha dejado escrito: no debemos enemistarnos con la muerte, porque es más compañera nuestra de lo que nos creemos.

01 abril 2009

MAREA ROJA


"Blood diamonds" by angelo-gr, en Flickr TM


En Galicia estamos habituados a sufrir las consecuencias de la llamada marea roja, un fenómeno periódico causado por la excesiva proliferación de diversas algas microscópicas, algunas de las cuales son productoras de toxinas nocivas para la salud humana. Estas sustancias tienden a acumularse en la suculenta carne de los moluscos filtradores de agua marina, mejillones, almejas, ostras o vieiras. Las toxinas pueden ser amnésicas, como las del desafortunado caso de las famosas vieiras furtivas, paralizantes o gástricas, éstas últimas responsables de ciertas gastroenteritis agudas.


El ICTEMAR (Instituto Tecnolóxico para o Control do medio Mariño) se encarga de la vigilancia de estas mareas rojas y de evitar sus posibles repercusiones en las bateas instaladas en las áreas costeras de explotación acuícola. La primavera y el verano son las épocas del año más peligrosas, debido a la mayor luminosidad y estabilidad del océano.

Pero, en esta primavera recién despabilada, no es mi deseo hablar de las algas ni de los moluscos tóxicos. Prefiero hacerlo de los Árboles del amor (cercis siliquastrum) que con sus brotes comienzan a pintar de color rosa la Rúa do Paseo, en Ourense. Me apunta el quisquilloso Aloysius que esta especie es hermafrodita y que además es conocida como algarrobo loco, ciclamor o Árbol de Judas. Qué más da.


Prefiero hablar de otra marea roja, una inmensa ola solidaria que debería inundar nuestros corazones. Me estoy refiriendo concretamente a la donación de sangre, que justo antes del inicio de las vacaciones de Semana Santa adopta un valor especial. Lo saben bien los responsables del CTG (Centro de Transfusión de Galicia) que han comenzado a llamar la atención de todos nuestros paisanos. Primero han concienciado a los universitarios, que han respondido de manera excelente, pues en la vida siempre hay algo más que exámenes parciales, libros, apuntes y botellón. Y los siguientes debemos ser el resto de la sociedad. Porque no debemos olvidar que, salvo ciertas limitaciones, cualquiera puede ser donante de sangre, porque precisamente cualquiera puede necesitar una transfusión (una enfermedad, una operación, un accidente). En algo tan sencillo radica la grandeza de tamaña generosidad.

El otro día sonó mi teléfono portátil. Desde el CTG una voz amiga me recordó que ya puedo volver a donar mi sangre. Y entonces me acordé de aquellas palabras que un día dicen que pronunció el genio Salvador Dalí: cada gota de agua, un número. Cada gota de sangre, una geometría.