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22 diciembre 2015

LA SALUD DE LOS REFUGIADOS


La salud y la enfermedad de los millares de refugiados que continúan agolpándose a las puertas de la vieja Europa, escapando de la guerra y la miseria desde Oriente Medio, Asia y África, representan una nueva preocupación para las autoridades sanitarias internacionales. La solidaridad y el altruismo, también la precaución y el instinto de autoprotección, se han convertido en los principales estímulos motores de estas actuaciones. No debemos olvidar que varias organizaciones no gubernamentales soportan una parte considerable de tan ingente carga asistencial, y no sólo en el ámbito médico, psicológico y sanitario.

Otra vez los Balcanes, todavía pendientes de cicatrización las heridas provocadas por  sus recientes bárbaras guerras fratricidas, se han convertido en un camino de esperanza para demasiados prójimos quizás en la procura de una vida mejor. Y para ellos, lo mejor significa nuestra normalidad. Según Médicos sin Fronteras, las patologías que demandan una mayor atención son las lesiones dermatológicas (ampollas y úlceras) y musculares en las extremidades inferiores y las infecciones respiratorias que afectan a uno de cada cuatro niños y adultos atendidos. Estas enfermedades se multiplicarán exponencialmente con la llegada de las lluvias y las bajas temperaturas, en personas procedentes de tierras mucho más cálidas. Una incógnita adicional resulta el estado de vacunación de todos estos niños, especialmente los más pequeños. Y ¿qué podemos pensar de la salud mental de aquellos que se han jugado la vida a bordo de inestables embarcaciones para después recorrer a pie incontables kilómetros por rutas nada fáciles ni amistosas, con una alimentación y unas reservas de agua más bien escasas, expuestos a todo tipo de maltrato y violencia?

Además de los problemas materno-infantiles y de las patologías crónicas que puedan afectar a las personas mayores, las organizaciones sanitarias se deben enfrentar a una elevada incidencia de enfermedades infecciosas, algunas de ellas supuestamente controladas en nuestro entorno, como la tuberculosis, por otra parte endémica en varios países de procedencia de los refugiados. Los expertos sanitarios recomiendan una estrecha vigilancia especial para esta patología, sobre todo en los casos de tuberculosis latente, cuando el individuo está ya infectado pero todavía no ha desarrollado la enfermedad, especialmente en los niños y los adolescentes. Tales directrices deberían aplicarse desde el primer momento de la acogida, mediante un diagnóstico y tratamiento precoces que impidan la progresión de la enfermedad, su diseminación y futuras secuelas. 

La tuberculosis es solo un ejemplo, pero como ella hay muchos más. El Comité Regional de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya se ha puesto manos a la obra. Buena falta nos hará, porque ni la enfermedad (ni la muerte) distinguen de fronteras. Tampoco las detienen las más sofisticadas barreras de cemento, alambre y concertinas.

18 diciembre 2015

MÉDICOS PORTEROS


No se me había ocurrido nunca antes, lo confieso. Cuando nos referimos a los médicos de atención primaria empleamos una serie de eufemismos para destacar nuestro papel en la sanidad pública: agentes gestores de la salud, puerta de entrada en el sistema sanitario, primera línea de combate contra las enfermedades, promotores de hábitos saludables…, pero nunca me habían comparado con el portero de un equipo. Y esta vez no ha sido el inefable Aloysius, sino Eric C. Schneider, uno de los autores del estudio “Primary Care Physicians in Ten Countries Rport Challenges Caring For Patients With Complex Health Needs”, un informe en el que se reflejan las tribulaciones de los médicos de familia de los 10 países más industrializados del planeta cuando han de enfrentarse a los pacientes con patologías crónicas múltiples. Me imagino que, si a los médicos de familia de Ourense nos hubieran solicitado nuestras opiniones probablemente estaríamos de acuerdo con la mayoría de nuestros compañeros internacionales.

El símil deportivo sale a cuenta porque si no existe un equipo operativo y coordinado con el personal de enfermería, los trabajadores sociales y los médicos de atención especializada y urgencias, al final de la temporada probablemente estaremos jugándonos el descenso de categoría en la última jornada. Los autores del informe, pertenecientes a países anglosajones y nórdicos acostumbrados a gestionar la economía de la salud con un mayor celo económico, nos enfrentan a una situación en la que el número creciente de pacientes con enfermedades crónicas, el envejecimiento demográfico y unos avances sanitarios y asistenciales que han conseguido que nuestras vidas se prolonguen cada vez más, provocan tensiones financieras y de capacidad en los sistemas de atención primaria. Pero, ¿es posible mantener nuestras porterías a cero?; ¿hasta dónde podremos dilatar nuestros récords de imbatibilidad?; ¿podremos mantenernos en la Champions League de los sistemas sanitarios públicos? Centrándonos en el informe, la dificultad para la coordinación es una denuncia universal. Mientras sólo el 25% de los médicos de Canadá y EEUU se consideran capacitados para coordinar la atención de los pacientes con múltiples patologías crónicas, el 92% de nuestros colegas holandeses indicaron un elevado nivel de confianza respecto a sus cuidados paliativos. Dato curioso y relevante, pues este mismo porcentaje cayó hasta el 25% de los facultativos suecos. 

Si nos centramos en la gestión de la atención a los pacientes con problemas de salud mental, menos del 50% de los médicos de todos los países encuestados confesaron tener la suficiente preparación para afrontar este reto; los peores porcentajes correspondieron a Alemania (14%) y Suecia (6%) Llegado el caso, el 69% de los médicos holandeses aseguraba recibir la comunicación del alta hospitalaria de sus pacientes, particularidad en la que se está avanzando en nuestro Servizo Galego de Saúde. En Noruega, Canadá, EEUU y Suiza, este porcentaje desciende hasta el 30%. Sin embargo, en la coordinación con los servicios sociales, los médicos británicos se llevan la palma, seguidos de los holandeses. Este informe no es solamente descriptivo. Aporta recetas para el éxito. Habrá que estudiarlas… y aplicarlas.



11 diciembre 2015

HISTORIAS MÉDICAS


La otra tarde debatía con mi muy quisquilloso Aloysius sobre la siguiente cuestión: si para analizar y entender la realidad empleamos cada día el método científico como único procedimiento racional, ¿por qué buscamos entonces en otras ocasiones formas no racionales para lo mismo? 

Pongamos un sencillo ejemplo. Cuando utilizamos en nuestros hogares un electrodoméstico básico, como una cafetera, un aspirador o una televisión sabemos que una vez conectado el cable a la red eléctrica mediante un enchufe, al pulsar el interruptor de inicio, salvo caso de avería, la máquina se pondrá en marcha y realizará el cometido para el que fue fabricada. Para que ese sencillo aparato haya llegado a nuestras manos, a lo largo de décadas varias decenas de personas han aplicado la sistemática metodológica científica hasta conseguir la excelencia tecnológica necesaria. La práctica diaria suele demostrarnos que la ciencia funciona, para cocinar nuestros alimentos y también para el tratamiento de nuestras enfermedades.

Pero no siempre ha ocurrido así, ni siquiera a la hora de sumergirnos en las procelosas aguas de la Historia de la Medicina. Existe un periodo que nos llama especialmente la atención, iniciado durante la segunda mitad del siglo XIX. Existe una película, “Dr. Ehrlich´s magic bullets” (William Dieterle, 1940), cuyo título nunca ha sido traducido a nuestro idioma excepto en Venezuela (“La bala mágica”), donde se realiza un amplio repaso de lo que supuso para la humanidad el descubrimiento de la teoría infecciosa de las enfermedades y sus tratamientos, gracias a los descubrimientos de Louis Pasteur, Robert Koch, Emil Von Behring, Emil Roux y Paul Ehrlich, entre tantos otros.

Pero, una vez demostrada esta teoría, hubo quienes encaminándose por la misma senda se extraviaron para nunca alcanzar la meta. Porque despreciaron esa valiosa brújula que se llama método científico. 

El Doctor Bernard Holmes fue uno de ellos. Comenzó a interesarse por la psiquiatría cuando su propio hijo Ralph desarrolló un cuadro de dementia praecox, patología hoy en día conocida como esquizofrenia. En 1916 creyó haber descubierto la causa de la enfermedad, afirmando que una obstrucción intestinal producía una determinada proliferación bacteriana que diseminaba por el organismo del paciente una toxina responsable de la dolencia. Ni corto ni perezoso, aplicó al desdichado muchacho un tratamiento quirúrgico basado en  lavados e irrigaciones intestinales realizadas a través de un orificio practicado en su apéndice intestinal. Y a pesar de que Ralph falleció 4 días después, su padre continuó porfiando en la defensa de su teoría. Ocultó a la ciencia el deceso de su hijo. Entre 1916 y 1919, intervino bajo el mismo procedimiento a otros 22 pacientes, siendo el causante de 2 fallecimientos adicionales. Por supuesto, ninguno de los supervivientes fue aliviado de su enfermedad mental. Su nefasto ejemplo fue seguido por el Doctor Henry Cotton del cual, si nos dejan, hablaremos otro día.