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22 marzo 2016

SOBRE LA DIVERSIDAD


Todavía pendientes de sacudirnos el estupor y el enojo han depositado encima de nuestras conciencias los atentados de Bruselas, por el momento el último capítulo de esta guerra que se viene librando desde hace tiempo entre dos concepciones antagónicas del mundo en Oriente Medio y más allá de sus fronteras, el circunspecto Aloysius me ha hecho llegar un artículo sobre la diversidad correspondiente a un número digital de la revista Scientific American, firmado por Katherine W. Phillips en octubre de 2014.

Resulta que la diversidad nos hace más inteligentes. El hecho de aproximarnos a las personas que son diferentes a nosotros fomenta nuestra creatividad y eficiencia laboral. Por casualidad estábamos debatiendo sobre los conceptos de divergencia y convergencia, que en la propia vida nos dirigen hacia destinos bien diferentes. Aún formando parte del mismo árbol, y originándose en un tronco común, las hojas y las flores que brotan en las ramas más distantes nunca son idénticas, y los frutos maduran dependiendo de la luz del sol que les alcance. Sin embargo, las aguas que nacen en manantiales distantes llegan a confluir en los ríos más caudalosos.

La historia de la península ibérica, tierra en la que dejaron su impronta múltiples distintas civilizaciones resulta un arquetipo de cómo la diversidad fraguó y fortaleció reinos y naciones. Los jóvenes estados del norte, centro y sur de América constituyen otro ejemplo de convergencia dentro de la diversidad, fruto de procesos raciales, sociales, económicos y culturales no exentos de conflictos y dificultades. Con la globalización y los movimientos demográficos causados por los desastres naturales y los conflictos bélicos la diversidad ha ido anidando cada vez más cerca de nuestros confortables hogares. Está ampliamente demostrado que resulta mucho más fácil alcanzar el éxito cuando las personas se constituyen en grupos para la resolución de problemas aportando puntos de vista, opiniones y perspectivas diferentes. Las personas dispares según raza, género y otras dimensiones enriquecen con sus experiencias particulares cualquier cuestión. 

Precisamente la diversidad resulta más útil para aquellos que se encargan de valorar la innovación y las nuevas ideas. A lo largo de miles de años, en la evolución de los primates los grupos endogámicos se fueron extinguiendo uno tras otro, siendo la convergencia de la diversidad la que consiguió la supervivencia de aquellos que mejor se adaptaron a las condiciones del medio. Cuando se añade la diversidad social a un grupo las nuevas perspectivas inducen cambios en los comportamientos sociales.

Ojalá éstos sean positivos, pues el odio y la incomprensión se gestan en los guetos donde se agrupan aquellos que no entienden ni aceptan los beneficios de la diversidad, pero también entre todos los demás que los condenan a sobrevivir en dicho aislamiento.

19 marzo 2016

JERARQUIAS, SALUD Y EVOLUCIÓN HUMANAS


Así se titula un librito firmado por Richard Wilkinson, reflexiones sobre las desigualdades económicas y sociales y su impacto sobre la salud individual y colectiva, dentro de un campo específico de la teoría de la evolución. Para entendernos: los países con grandes diferencias de ingresos entre ricos y pobres poseen unos índices de mortalidad. mayores Por si fuera poco, ocupar un estrato bajo en la jerarquía social representa una intensa fuente de estrés, y precisamente dicho estrés nos convierte a los humanos en seres más vulnerables a las enfermedades.

Traemos estas reflexiones a propósito de varias cuestiones. La primera se refiere a la proyección de la película “La mujer del chatarrero” (Danis Tanovic 2013) dentro del II Ciclo de Cine y Medicina, interesante colaboración entre el Cineclube Padre Feijoo y el Colegio Oficial de Médicos de Ourense. Así fueron las peripecias padecidas por una familia gitana en Bosnia Herzegovina en la procura de la asistencia sanitaria suficiente en un sistema enfermo de injusticia y discriminación.

La segunda nos recuerda un espectáculo bochornoso, el de una pandilla de aficionados al fútbol humillando a unas mendigas en la Plaza Mayor de Madrid. Que fueran holandeses o no resulta anecdótico, pues comportamiento similares se han producido en diferentes latitudes y ocasiones.

La tercera nos transporta a un lugar remoto en la frontera entre Grecia y Macedonia, un río de aguas turbulentas que un grupo desesperado trata de cruzar para sobrevivir, prójimos que se desplazan transversalmente entre los niveles más bajos de la jerarquía social, niños de ojos brillantes que asoman sus cabecitas por las puertas de unas tiendas de campaña que navegan a la deriva sobre el barro y la miseria de los confines de nuestra Europa. Mientras tanto, sobre las moquetas de Bruselas, se negocia cuánto vale cada deportación y cuántos inmigrantes entran en el reparto de nunca acabar y cuántos serán devueltos a la cárcel en ese macabro Juego de la Oca que es su vida, a la espera de una nueva oportunidad que nunca llegará.


El libro de Wilkinson habla de salud y evolución. Viendo cómo se está gestionando esta crisis resulta difícil explicar el concepto de evolución. La influencia del estrés en los primeros años infantiles repercute en el desarrollo ulterior. No estamos hablando solamente del frío, el hambre, la pobreza, la desnutrición, el miedo o la sed. Nos referimos a la exposición a un medio ambiente tan hostil donde unos humanos se ven obligados a vivir mientras los demás dirigimos nuestra mirada hacia el cielo, disimulando, o hacia la punta de nuestros lustrosos zapatos, avergonzados.

13 marzo 2016

MI HERMOSA LAVANDERIA


Éste es el título de una exitosa película de los años 80, por otra parte década sumamente reivindicada en la actualidad, con los británicos Hanif Kureishi como guionista y Stephen Frears como director. Por cierto, Frears vino al mundo en Leicester, una ciudad enclavada en el centro de Inglaterra y cuyo equipo de fútbol puede dar este año la gran campanada en la Premier League. Acabo de descubrir en Ourense un nuevo local social. Se trata de una hermosa lavandería que funciona con monedas y que la verdad parece estar teniendo muy buena aceptación entre nuestros vecinos. 

La otra tarde, mientras me quedaba ensimismado contemplando la fuerza centrífuga de una de aquellas máquinas, me preguntaba cuántas horas de investigación habrían hecho falta para conseguir una lavadora tan perfecta. Hasta en los detalles más simples y sencillos vivimos rodeados por los avances de la ciencia y la tecnología. Y entonces vinieron a mi memoria los procesos de desarrollo farmacológico capaces de diseñar las modernas insulinas que cada día permiten mantener el control de la enfermedad y mejorar la calidad de vida de los diabéticos.


Al igual que los fabricantes industriales procuran ingenios capaces de lavar y secar en poco más de media hora 15 kilogramos de ropa sucia, ahorrando agua y energía, empleando además productos químicos biodegradables respetuosos con el medio ambiente, los laboratorios farmacéuticos invierten interminables horas de esfuerzo procurando medicamentos cada vez más eficientes. Además de la satisfacción profesional el éxito económico también resulta un poderoso aliciente. En los últimos años, la ingeniería genética ha permitido sintetizar insulinas recombinantes a partir de bacterias, mamíferos y vegetales, algo que hace unos años, incluso dentro de las facultades de Medicina, sonaría a ciencia ficción. 

¿Y cuáles serían las características de esa insulina supuestamente perfecta, la más parecida a la secretada en condiciones normales por las células beta de nuestro páncreas? Si les preguntamos a los diabéticos seguramente nos responderán que lo ideal sería no tener que pinchársela. Ha habido intentos para lograrlo (insulina intranasal) y quizás en un futuro muy cercano pueda conseguirse una insulina de ingesta oral. 

Pero centrándonos en la realidad, sería muy interesante disponer de insulinas que minimizasen el riesgo de hipoglucemias, los temidos bajones de azúcar que provocan tanto daño a estos enfermos, que fueran flexibles en sus horarios de inyección, máxime en un mundo globalizado en donde el tiempo para recorrer grandes distancias resulta más breve a cada instante. Y por supuesto un perfil plano y eficaz, que le asegure al paciente diabético que va a conseguir el mismo efecto terapéutico con cada dosis inyectada. La centrifugadora acaba de terminar. Ahora toca recoger la ropa.

06 marzo 2016

NO VENGAN A EUROPA


La tragedia de los refugiados que huyen de la miseria y la muerte desatadas en Oriente Medio no parece tener fin. Lo advertíamos durante el verano. Con la llegada de las bajas temperaturas sus condiciones de vida empeorarían sustancialmente, resguardados del relente por apenas unas frágiles tiendas de campaña, ateridos, explotados, maltratados, incomprendidos. En algunas capitales europeas ya se han desatado brotes de racismo y xenofobia. Los refugiados se están convirtiendo en los enemigos de los menesterosos nacionales. Cuestión de ecología, pura y dura, competencia de primates humanos por unos recursos ciertamente insuficientes. 

El señor Tusk, presidente del Consejo Europeo, ha pedido a los emigrantes económicos que no vengan a Europa. Ya lo advertía el Gran Combo de Puerto Rico: no hay cama para tanta gente. Como si fuera tan fácil discernir entre un refugiado político y uno económico. Sería temerario que los prójimos abandonaran sus hogares y sus vidas anteriores por un único y sencillo motivo. 

Los que huyen de las masacres de Siria e Irak lo hacen con lo puesto. Alcanzan las costas griegas esquilmados por los traficantes de carne humana. ¿Qué diferencia hay entre los pobres de solemnidad original, como los que desertan de las penurias africanas o afganas de aquellos otros que saltan por la borda de países que desde hace años navegan al garete, como Yemen o Libia? No vengan a Europa, por favor. Se lo rogamos desde nuestra opípara comodidad. 

Martin Scorsese, en “Gangs of New York” retrató magistralmente a unos desalmados que insultaban, amenazaban y agredían a las hordas de inmigrantes que a mediados del siglo XIX desembarcaban diariamente en los puertos de la Gran Manzana procedentes de Europa. ¿Se imaginan que entre 1854 y 1859 los irlandeses mayormente procedentes de los condados de Sligo, Cork o Kerry, acuciados por la gran hambruna originada tras la plaga de la patata y la avaricia de los terratenientes británicos, haciendo caso a las advertencias hostiles de los norteamericanos nativos hubieran tomado el rumbo de regreso a casa? ¿O los millares de suecos que por aquellas mismas fechas se marcharon hacia el Nuevo Mundo escabulléndose de la represión religiosa y las malas cosechas? ¿Y qué decir de los judíos alemanes, rusos y polacos que partieron en masa desde CentroEuropa hacia los Estados Unidos por motivos raciales y económicos? ¿Y los sicilianos y napolitanos, abuelos y padres de los actuales italoamericanos? 

La Península Ibérica, por unas u otras razones, ha sido territorio de emigración. Portugueses, gallegos, andaluces, extremeños, vascos, castellanos y catalanes, partieron en navíos (y también en aviones, trenes y otros medios de transporte) hacia las pujantes naciones americanas y europeas en la procura de una existencia mejor para ellos y para sus familias. ¿Quién era mejor o peor, el que dejaba atrás la casa paterna escapando de la represión política o aquel otro que emprendía la incierta aventura de la emigración con los bolsillos vacíos? ¿Fueron todos acogidos con mayor o menor hospitalidad o los recibieron con pancartas pidiéndoles que no fueran a Europa o a América?