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19 diciembre 2020

UNA REALIDAD PARTICULAR


Nos aproximamos al final de este aciago e inquietante 2020 con demasiada incertidumbre. Hay quien anhela que el cambio de guarismo en el calendario traiga la esperanza y el olvido. Ojalá. La realidad particular podría ser que, después de estas Navidades, las camas de los hospitales vuelvan a llenarse con enfermos COVID-19, mientras su presión asistencial todavía no se ha relajado. 

Está previsto que la vacunación contra esta pandemia comience en España la víspera de los Santos Inocentes, pero sus efectos beneficiosos tardarán semanas, incluso meses. Entretanto, más mascarillas, higiene y distanciamiento social. 

Nuestra experiencia personal, durante todos estos meses, confirma los descubrimientos de los expertos y afianza sus recomendaciones. La enorme mayoría de los pacientes atendidos en la consulta de atención primaria se infectaron en reuniones familiares, especialmente después del verano, cuando se suavizaron las restricciones después del confinamiento. Exceso de confianza. El elemento en común fue la transmisión respiratoria, probablemente en forma de aerosoles, en espacios cerrados y escasamente ventilados. 

También constatamos la gran variabilidad de respuesta ante la infección por el SARS-CoV-2. En una misma unidad familiar hubo contagiados, sintomáticos y asintomáticos, y no contagiados, cuestiones relacionadas con la inmunidad personal y la carga viral del portador. Asimismo, los más jóvenes padecieron una enfermedad más benigna, con síntomas controlables con antitérmicos y analgésicos. 

Otros pacientes más frágiles, diabéticos, hipertensos, obesos o inmunodeprimidos, necesitaron hospitalización, incluso en la UCI. Por desgracia alguno desarrolló un curso evolutivo fatal, falleciendo por la enfermedad o sus complicaciones. Casos contados, pero no por ello menos dolorosos. Un recuerdo muy especial para sus familias, en esta Navidades tan tristes para ellas. 

Precisamente esta realidad particular vivida, a pesar de su sesgo inevitable, debe activar nuestra alerta ante lo que podría repetirse en las próximas semanas. Aún a riesgo de resultar cansinos, apelamos una vez más a la responsabilidad individual, porque la realidad es tozuda. Las reuniones grupales en nuestra provincia, relacionadas con tradiciones como la matanza, han provocado brotes epidémicos en algunos ayuntamientos, de la misma manera que otras reuniones familiares a finales del verano. Ojalá no ocurra lo mismo durante estas entrañables celebraciones. 

Sigamos el ejemplo de lo más pequeños de la casa, que cada día acuden al colegio respetando escrupulosamente las normas sanitarias, aún a costa de pasar frío. Responsabilidad y disciplina. Porque de sobra conocemos las consecuencias contrarias.



14 diciembre 2020

ACORDES Y DESACUERDOS


Parafraseamos hoy el título de la película de Woody Allen. En 1999 convirtió al actor Sean Penn en un genio del jazz que, debido a su desorganizada vida personal y sentimental, nunca alcanzó la élite de su profesión. Y lo hacemos para reflexionar sobre el advenimiento de una tercera oleada de la pandemia de COVID-19, cuando algunos países todavía no se han recuperado de los embates de la segunda. 

Curiosidades del calendario, esta tercera plaga podría coincidir con el Adviento, el período durante el cual la liturgia cristiana se prepara para la Navidad. Como en tiempos pasados, se alzan de nuevo las voces de los expertos advirtiendo del riesgo de diseminación del coronavirus SARS-CoV-2 en relación con las aglomeraciones sociales. Incluso hay quien, especialmente enfadado, no entiende como la humanidad es capaz de tropezar varias veces en la misma piedra. 

Nos guste o no, asumiendo el desgaste económico y social que conlleva, el distanciamiento social y las medidas de protección han demostrado su valor como barreras ante la propagación de esta enfermedad infecciosa, transmitida de humano a humano, fundamentalmente por vía aérea. En tales cuestiones reina la armonía entre las autoridades sanitarias, si bien es cierto que todo cambiará en muy poco tiempo, debido a las campañas de vacunación masiva. Hay quien se ha atrevido a pronosticar una inmunidad de rebaño del 70% en España para el verano. 

Pero, mientras tanto, la realidad es bien distinta. En Italia contabilizan la cifra más elevada de defunciones del continente europeo. La todopoderosa Alemania acaba de dictar sus medidas sociales más restrictivas, en plenas fiestas navideñas. En nuestro país, después de la tímida apertura social de los puentes de primeros de diciembre, se constata un repunte de nuevos casos infectados. En Ourense, coincidiendo con las reuniones comunitarias de las matanzas, alguna localidad ha visto cómo se han disparado los casos de coronavirus. Es el caso de Sarreaus, por ejemplo, donde apenas padecieron contagios en los meses anteriores. 

A pesar de todo, continúan los desacuerdos entre los diferentes servicios de salud de España respecto a las restricciones para la Navidad: número de familiares y allegados, el cajón desastre, horario de los locales de hostelería y toques de queda para Nochebuena y Nochevieja. Algo nos ha enseñado la experiencia: cuando se eleva el número de casos de infectados, apenas en una o dos semanas se notará en los hospitales y en la UCIs, cuyas camas se llenan fácilmente de enfermos, pero se vacían con mucha más lentitud. También en los cementerios. 

Porque existen más enfermedades que la COVID-19, que necesitan de los recursos sanitarios. Otra vez, de nuestra responsabilidad individual dependerá nuestra salud colectiva. Más acordes, Menos desacuerdos. 




06 diciembre 2020

ALLEGADOS


Recuerdo a mi viejo amigo, D. José Luis Penedo, sit tibi terra levis, también colaborador de La Región, que cuando tenía una duda acudía presto al Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Por eso hoy intentaremos definir el significado de la palabra “allegados”, que sin quererlo se pondrá de rabiosa actualidad. 

Porque afirma nuestra vicepresidenta primera del gobierno que los allegados son las personas que están en nuestras vidas, y que para entenderlo, no hace falta acudir a un tratado de exégesis lingüística. 

Retomando el glosario favorito del prolífico Penedo, resulta que el adjetivo allegado-allegada, dicho de una persona, significa "cercana a otra en parentesco, amistad, trato o confianza". 

Allegado o allegada también puede utilizarse como sustantivo. La cosa se complica. Y mucho. Porque ahora nos tocaría definir quiénes son nuestros parientes, nuestros amigos y las personas con las que tenemos trato y confianza. 

Confieso mi sincera envidia por las familias numerosas que antes eran capaces de reunir 50 ó 100 miembros para celebrar un evento, celos que se evaporan ya que ahora deberán tirar de calculadora para sentarse alrededor de la mesa de Navidad. Y siendo necesaria esta cruel selección entre los parientes, no digamos nada más sobre nuestras amistades. 

Deseaba Roberto Carlos tener un millón de amigos, para así más fuerte poder cantar. El círculo de nuestras amistades y conocidos, al fin y al cabo también personas de nuestras vidas, depende del tamaño del radio de nuestra popularidad, e inversamente proporcional cuanto más ariscos y antipáticos seamos. Hete aquí otro problema para contabilizar a los allegados. 

Y todo esto se puede enredar hasta el infinito, pues personas que asimismo están en nuestras vidas son los desconocidos habituales, los que nos cruzamos cotidianamente, incluso varias veces al día, sin ni siquiera saber sus nombres, pero completamente necesarios en nuestro devenir habitual porque puntuales conducen el autobús que nos lleva al trabajo o nos cobran la nota de la panadería o el supermercado. 

Porque las personas que están en nuestras vidas, según la vicepresidenta Carmen Calvo nuestros allegados, pueden ocupar el espacio de un autobús, de un tren con varios vagones de pasajeros, de un Boeing 747 (es decir un Jumbo con 660 asientos), las bancadas de una cancha polideportiva o las gradas del estadio de O Couto, por poner algunos exagerados ejemplos. 

Todavía pueden llenar muchas camas de nuestros hospitales, en el caso de padecer COVID-19, y demasiadas en las unidades de cuidados intensivos, como hemos comprobado por desgracia durante las dos primeras oleadas de la pandemia. Visto lo visto durante la desescalada, y la fuga de prójimos de las capitales durante el puente de la Constitución, mucho temor me dan estas Navidades. Y a mis allegados también.



28 noviembre 2020

ANESTESIADOS



Decía el sabio emperador Marco Aurelio que el dolor es capaz de destruirnos cuando nos resulta insoportable; pero cuando no es capaz de destruirnos, es entonces soportable. 
En la pandemia que nos está tocando vivir, el sufrimiento y el dolor se está repartiendo desigualmente. Esta inequidad afecta a los más débiles, como tantas otras enfermedades: a las personas mayores frágiles, a los enfermos crónicos y a los más desfavorecidos, en los social y en lo económico. 

Se repite la misma escenografía que en pandemias anteriores: la peste, el cólera, la difteria, el sarampión, la poliomielitis, la viruela, la gripe. En esta misma asfixiante atmósfera la tuberculosis continúa segando millones de vidas cada año en nuestro planeta. 

Esta enfermedad, en el año 2018, provocó entre 1.3 y 1.8 millones de defunciones a nivel mundial, mayoritariamente en África y América. La Gran Plaga Blanca, como fue conocida en Europa esta epidemia, comenzó con el siglo XVII para prolongarse durante dos siglos. Enfermedad nefasta y letal, en el año 1650 fue la primera causa de muerte en el Viejo Mundo, más incluso de la Peste Negra. 

Hoy, en pleno siglo XXI, atribulados contables registran otras defunciones, las causadas por la inesperada irrupción de la COVID-19 en nuestras vidas. Durante los conflictos bélicos, la sanidad militar contabiliza escrupulosamente las bajas mortales entre sus tropas. Los decesos entre la población civil ya son otro cantar. 

Ahora, de manera similar, los medios de comunicación nos presentan el cómputo cotidiano de fallecimientos ocasionados por el coronavirus SARS-CoV-2: decenas y centenas en las comunidades, millares en los países, millones a nivel mundial. 

¿Nos hemos acostumbrado a tanta aniquilación? ¿Continúa vigente la máxima de Marco Aurelio al habernos acostumbrado a semejante infortunio? ¿Estamos realmente anestesiados al respecto? 

Sostiene Aloysius que algo debe de haber cuando en las últimas semanas poco parece inquietarnos que en España contabilicemos entre 300 y 500 muertes diarias por COVID-19. 

Comentábamos el otro día la tremenda aflicción suscitada por el accidente aéreo de Los Rodeos, en Tenerife, cuando el 27 de marzo de 1977 perecieron 583 personas y 61 resultaron heridas al colisionar dos aviones Boeing 747 sobre las pistas del aeropuerto, envuelto entonces en una fatídica niebla. 

Sin embargo, ahora nuestras conciencias permanecen narcotizadas ante esta escabechina cotidiana. Un fenómeno parecido ocurre con los niños que perecen cada día en los países más desfavorecidos, víctimas del hambre, las guerras y la miseria, a pesar de que nos presenten sus dramas incluso a la hora de comer. ¿Un dolor soportable, incapaz de destruirnos?.




14 noviembre 2020

INTUICION


En los primeros momentos de la lucha contra la pandemia COVID-19, cuando conocíamos apenas nada de esta enfermedad, los médicos tuvimos que tomar decisiones siguiendo el modelo intuitivo – analítico, como en tantas otras ocasiones en nuestra práctica cotidiana, cuando nos toca enfrentarnos a un paciente nuevo o a una patología desconocida; establecemos una hipótesis diagnóstica inicial, contrastada con nuestros conocimientos y experiencias previos, para más tarde encuadrar la verdadera magnitud del problema. 

Aunque novedosa y extraña, la sintomatología típica de la COVID-19 pronto fue reconocida por todos: fiebre, tos y disnea se convirtieron en sus pilares fundamentales, encuadrados dentro de una patología respiratoria que se transmitía de humano a humano, y para la que rápidamente se desarrollaron test diagnósticos específicos.

Ciñéndonos únicamente a los síntomas, la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI) ha jerarquizado cuatro grandes grupos de pacientes COVID-19 según el pronóstico de la enfermedad. Tras una ardua labor, y partir de una serie nacional de 12000 enfermos, un grupo de 24 internistas acaban de publicar los resultados preliminares de su estudio en la revista Journal of Clinical Medicine

El objetivo, aunque ambicioso, parece sencillo: identificar por sus síntomas a los pacientes COVID-19 con peor pronóstico, para aquilatar con mayor eficacia las acciones terapéuticas más adecuadas a cada caso.

El primer grupo, casi el 72% del total, incluyó a los enfermos con la triada clásica fiebre-tos-disnea. Mayormente, se trababa de varones mayores, con múltiples patologías, entre las que destacaron la hipertensión arterial, la hiperlipemia y la diabetes. En este primer grupo, la enfermedad se manifestó con mayor celeridad. Un 10% de estos pacientes requirió ingresar en UCI y un 25% falleció, la tasa de mortalidad más elevada de todos los grupos. 

El segundo grupo, un 10% del total, presentó además pérdida del olfato (anosmia) y del gusto (ageusia), mostrando los menores porcentajes de ingreso en UCI y mortalidad. 

Un tercer grupo, en torno al 7%, presentó además dolores articulares y musculares, dolores de cabeza y de garganta. Alguno más del 10% de éstos necesitó ingresar en UCI. 

Por último, un cuarto grupo padeció además diarrea, vómitos y dolores abdominales: un 8.5% requirió ingreso en UCI y algo más del 18% falleció, siendo éste el segundo grupo respecto a la mayor mortalidad. Simplemente destacar que en la práctica totalidad de estos 12000 pacientes, la triada fiebre-tos-disnea fue una constante. 

Esta investigación forma parte de un amplio grupo de estudios todavía en marcha, relacionados con el Registro SEMI-COVID-19, que agrupa a casi 900 internistas de 214 hospitales españoles.



08 noviembre 2020

EL LIBRO DEL DESASOSIEGO

Parafraseando el “Livro do Desassossego”, del insigne Fernando Pessoa y su heterónimo Bernardo Soares. Lo hacemos conscientemente, sabedores de que el lector está saturado por tanta noticia negativa tras más de medio año de pandemia, superados una primera ola y un confinamiento, cabalgando la cresta de una segunda onda que parece no tener fin. 

El 2 de abril de este tremebundo año, los medios de comunicación nos advertían del fallecimiento de 2800 ancianos en las residencias españolas. Ahora, 7 meses más tarde, nuestro gobierno desnuda otra escalofriante cifra: entre marzo y junio, la COVID-19 se llevó por delante a 20268 ancianos institucionalizados. Una auténtica masacre. Poco más de la mitad perecieron con el diagnóstico certificado por los análisis serológicos, pero para el resto, la notificación de su deceso fue atribuida a síntomas compatibles con la enfermedad.

Gran parte de una generación está desapareciendo en silencio. Son nuestros abuelos y padres, los que nacieron poco antes de la guerra incivil que enfrentó a dos Españas antagónicas. Los que nacieron o fueron niños durante aquel sangriento conflicto fratricida, durante el exilio posterior, durante la Segunda Guerra Mundial. Los supervivientes de una posguerra exuberante de miseria y espanto. Los jóvenes que emigraron en masa, en la procura de un mundo mejor, primero hacia América: Cuba, Argentina, Venezuela, Brasil, Méjico, Uruguay, Estados Unidos. Más tarde a Europa: Alemania, Francia, Suiza, Holanda, Reino Unido. Todos con la ilusión de ahorrar para retornar a casa con el futuro asegurado, valiente generación de la morriña, dejando a los abuelos al cuidado y la educación de los hijos. Una generación invisible que se desvanece ante nuestra bovina mirada. Parten silenciosos a docenas, en funerales exiguos, sin que apenas nos demos cuenta. No son los vecinos de al lado, ni tampoco están entre los desconocidos habituales que cada día nos cruzamos en la panadería, el quiosco o el supermercado. Son los que además padecen una patología luctuosa, la soledad, ancianos y enfermos, lejos de nuestros hogares. Salvo para las familias heridas de más manera más profunda y cercana por esta pandemia, la aniquilación de nuestros ancianos parece pasar desapercibida. 

Cuando escribimos estas líneas, según datos oficiales, desde el inicio de tanta desgracia se han contabilizado en Galicia 969 decesos por COVID-19, 350 en la segunda oleada. Pero tanto dolor, tanto desasosiego nos ha ido endureciendo. En cierta manera, también inmuniza nuestras emociones y sentimientos. Muchos días, demasiados ya, perdemos en España por la COVID-19 un número de vidas equivalentes a las de aquel fatídico vuelo 5022 de Spanair, que despegó de Madrid el 20 de agosto de 2008 con 154 pasajeros y tripulantes a bordo, y que jamás llegó a aterrizar en su destino. No nos acostumbremos a tanto infortunio.




24 octubre 2020

OLEADAS

Aún reconociendo que ambas situaciones no son comparables, hemos de reconocer determinadas coincidencias entre la pandemia de gripe de 1918, la mal llamada gripe española, y la actualmente padecida y causada por el coronavirus SARS-CoV-2. 

Me ha hecho llegar el conciso Aloysius una vieja imagen de las tres grandes oleadas ocasionadas por el virus gripal en un planeta desangrado por la Gran Guerra, especialmente el Viejo Continente, una masacre que llegó a suponer en algunos países la pérdida de un tercio de su población masculina más joven. Este gráfico refleja la incidencia de la infección en grandes capitales mundiales de la época: Nueva York, Londres, París y Berlín. 

La segunda ola fue la más desmesurada y prolongada, extendiéndose entre los meses de octubre y noviembre de 1918. Las estimaciones de los expertos consideran que aquella pandemia se llevó por delante la vida de unos 40 millones de prójimos, hasta el momento la más devastadora de la historia. 

Apenas un siglo más tarde, en plena campaña de vacunación antigripal, la segunda oleada COVID-19 comienza a desbordar la mayoría de los sistemas sanitarios, sin que de momento podamos combatirla con armas tan potentes como las vacunas y los tratamientos antivirales específicos y efectivos. 

Por ello seguimos porfiando en esta cuestión fundamental: para atajar los efectos de esta pandemia sólo disponemos de medidas preventivas. En España, el uso de mascarillas continúa siendo obligatorio en todo momento y situación. 

Otros países europeos, que hasta ahora rechazaban esta opción, ha comenzado a recomendarla justo cuando sus curvas de incidencia crecen exponencialmente. 

La distancia social, voluntaria u obligatoria, doblega la curva de contagios. El ejemplo más demostrativo de esto lo vivimos durante las duras semanas de confinamiento, medida extrema que entre todos deberíamos evitar una vez más, ante sus incontestables ruinosos efectos económicos. 

Quizás después de aquellas duras semanas de reclusión, cierta falsa sensación de control de la pandemia nos llevó a relajar las medidas preventivas recomendadas por las autoridades sanitarias. Ahora toca pagar sus secuelas. 

Semejantes medidas de aislamiento exigen una especial coordinación entre las diferentes administraciones públicas en un país que se organiza en ámbitos provinciales, autonómicos y nacionales. 

A lo largo de este año hemos avanzado notablemente en el conocimiento de la COVID-19, pero todavía nos queda viajar por un tramo de túnel sombrío antes de vislumbrar la luz de la salida. Uno de estos adelantos ha sido el descubrimiento de los aerosoles como vía de contagio de esta patología. Por ello, en estos tiempos que se avecinan, ventilar y renovar el aire que respiramos en los aforos cerrados es una auténtica necesidad. Permanezcamos en alerta, en modo rompeolas.

11 octubre 2020

PROTECCION ENFOCADA


Esta misma semana se ha abierto una nueva brecha entre los expertos en la pandemia de Covid-19, instalada en nuestras vidas como un huésped desagradable del que no conseguimos librarnos. Y todo ello a raíz de la conocida como Declaración de Great Barrington, el nombre de la ciudad de Massachusetts (EEUU) donde ha sido firmada. Sus promotores más visibles han sido los epidemiólogos Martin Kulldorff, de la Universidad de Harvard, Sunetra Gupta, de la de Oxford y Jay Bhattacharya, de la de Stanford. Casi nada. Hasta la fecha se han adherido a ella 5000 científicos y unos 12000 médicos de todo el mundo. 

Su propuesta para minimizar los efectos de la pandemia se llama protección enfocada. Se trataría de proteger selectivamente a las personas más frágiles y con mayores posibilidades de enfermar de Covid-19, personas mayores y enfermos crónicos con diversas patologías. Así, los individuos más jóvenes, incluyendo a los niños, con menos probabilidades de morir por esta enfermedad, podrían continuar realizando una actividad normal, hasta alcanzar la inmunidad de rebaño. Las universidades, los colegios e institutos, así como todos los establecimientos de hostelería volverían a abrir sus puertas con absoluta normalidad. 

Los tres expertos epidemiólogos están especializados en detección de brotes de enfermedades infecciosas, evaluación de vacunas, el desarrollo de modelos epidemiológicos matemáticos y la protección de poblaciones vulnerables. 

Para las residencias de personas mayores y enfermos vulnerables proponen test diagnósticos muy frecuentes para empleados y visitantes, permitiendo trabajar solamente a aquellos con inmunidad previa, es decir, a los que hubieran pasado la enfermedad. 

Como ha ocurrido también en otra épocas de la historia de la ciencia, existen cualificados especialistas contrarios a la protección enfocada: el doctor Stephen Griffin, de la Universidad de Leeds o el doctor Simon Clarke, de la de Reading, ambas del Reino Unido. Si bien cada día menos, todavía nos enfrentamos a demasiadas incóginitas sobre la Covid-19, especialmente respecto a la duración de la inmunidad obtenida. 

¿Será posible alcanzar algún día la tan ansiada inmunidad de rebaño?. Difícil respuesta, cuando todavía no se ha iniciado la vacunación contra esta patología y ni siquiera conocemos la efectividad e inocuidad de las vacunas en las fases más avanzadas de investigación.  Por otra parte, medidas de protección enfocada ya se han ido adoptando en las residencias de personas mayores y enfermas, arrasadas por el primer embate de esta terrible pandemia. Estas actuaciones se desmoronaron cuando alguien reintrodujo el SARS-Cov-2 en dichos entornos. 

Y el problema no se ciñe sólo a la mortalidad, sino también a la magnitud de las secuelas crónicas que en el futuro padecerán muchos de los infectados, jóvenes y supuestamente más saludables.



15 agosto 2020

VIRUS EXÓTICOS


Podríamos afirmar que los virus son tan antiguos como la historia de la vida en este planeta. Los expertos han reconocido su capacidad para infectar los tres dominios celulares: bacterias, arqueas y eucariotas. 


Los dos primeros abarcan células sin un núcleo definido ni orgánulos intracelulares. 


El tercer dominio, sin embargo, comprende organismos formados por una o varias células, dotadas de núcleos. Al mismo pertenecen las plantas, los animales y los hongos. 


Hay quien reconoce a los virus un papel esencial en la diversidad natural, al haber ensamblado sus estructuras genéticas con las de los organismos que han infectado. No entraremos en profundas disquisiciones científicas que todavía están en investigación. Pero sí podemos parafrasear aquel viejo refrán de a perro flaco, todo son pulgas. El perro flaco somos los humanos, y las pulgas los virus. 


En plena pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2, que atenaza nuestro presente y futuro, un nuevo agente infeccioso viene a complicar todavía más las cosas. Nos estamos refiriendo al virus del Nilo Occidental, capaz de provocar una enfermedad detectada por primera vez en 1999 en Estados Unidos, y diseminada por el mosquito Aedes japonicus


El 80% de las personas infectadas son asintomáticas, o presentan síntomas leves como fiebre, dolor de cabeza, dolores musculares, erupciones cutáneas o inflamación de los ganglios. Pero, en un pequeño porcentaje, este virus puede dañar las estructuras del sistema nervioso, causando graves cuadros de encefalitis y meningitis, que incluso pueden resultar mortales. 


Recientemente, en un brote de meningoencefalitis en Andalucía, se ha detectado la presencia del virus del Nilo transmitido por la picadura de mosquitos infectados, capaces de causar también graves patologías en los caballos. Paradojas de la ciencia, existen vacunas contra la afección equina, pero no contra la humana. De los pacientes andaluces más graves, al menos 5  necesitaron hospitalización en UCI. 


Los huéspedes naturales del virus del Nilo son las aves, y ya se encuentra ampliamente distribuido por África, Europa, Oriente Medio, América del Norte y Asia occidental. 


Son muchas las especies patológicas de virus que pueden afectarnos. A los largo de nuestra existencia, varias han causado pandemias de elevada mortalidad: gripe, sarampión, viruela, rubeola, fiebre amarilla, dengue, hepatitis o poliomielitis. Otras han ocasionado tremendos daños en la agricultura (el mosaico de la yuca o el rayado del maíz) y la ganadería (gripe aviar, fiebre aftosa o peste bovina). Incluso han saltado desde sus huéspedes animales al hombre, como el VIH o el Ébola. 


Contra los virus clásicos, y ahora contra los más novedosos y exóticos (Nipah, Chikungunya, Nilo Occidental), la batalla continúa.

 


14 julio 2020

AIRBORNE


Durante el confinamiento tuve la oportunidad de contemplar una serie de la HBO a la que desde hace tiempo le tenía muchas ganas, “Hermanos de Sangre”, coproducida en 2001 por Steven Spielberg y Tom Hanks. 

De manera magistral nos muestra los episodios bélicos protagonizados por la Compañía Easy, del 506º Regimiento de Infantería de Paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada del ejército de los EEUU, y su heroico papel en la liberación de Europa durante la II Guerra Mundial. 

Aquellos soldados portaban en sus guerreras el distintivo Airborne, con un águila de cabeza blanca. Hace apenas unos días he leído el artículo firmado por Neel V. Paten en la prestigiosa revista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), sobre la transmisión aérea (airborne = aerotransportado) del coronavirus SARS-CoV-2, donde nos avisaba de los errores que estamos cometiendo en la lucha contra el mismo. 

Y es que más de 200 expertos han alertado a la OMS sobre este tipo de contagio, según las evidencias científicas demostradas actualmente. En realidad, se estaban refiriendo a la propagación del virus por el aire, a larga distancia, dentro de los espacios cerrados y pequeños, transportado en las pequeñas partículas denominadas aerosoles. 

El virus viaja en las gotitas que expelemos al gritar, hablar, toser o estornudar (gotas de Flügge), que se depositan en el suelo,  en los objetos y otras superficies por acción de la gravedad, pero también puede permanecer cierto tiempo suspendido en el aire (como los famosos paracaidistas) en las más pequeñas. Estos especialistas prefieren el término aerosol para definir la transmisión aérea del virus por cualquier tipo de gotita. Y si esto es así, como ha quedado demostrado en el laboratorio mediante simulaciones del flujo y la distribución de las micropartículas lanzadas al aire imitando a las exhalaciones humanas, existen además personas superpropagadoras capaces de emitir cantidades superiores del SARS-Cov-2, primordiales en este tipo de transmisión. 

No es ninguna novedad: el virus del sarampión puede permanecer en el aire durante 120 minutos horas, y la bacteria causante de la tuberculosis hasta 6 horas. De ahí la importancia del uso generalizado de las mascarillas a pesar de su incomodidad, incluso en espacios abiertos, porque reduce al mínimo la transmisión aérea viral siempre y cuando el emisor y el receptor porten dicha protección, la insistencia en guardar la distancia de seguridad y la recomendación de evitar las aglomeraciones de público. 

El vector de transmisión de esta pandemia es humano. La vía de contagio es mayormente respiratoria. Las masivas concentraciones  de personas pueden acarrear efectos letales, seguimos sin tratamiento específico y sin vacunas. Y nuestro enemigo viene aerotransportado.


14 junio 2020

BURBUJAS SOCIALES


El 4 de junio, el suplemento tecnológico que publica el prestigioso MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) se hacía eco de un artículo reciente de la revista Nature Human Behaviour, sobre las denominadas burbujas sociales y la prevención de la tristemente conocida Covid-19. 

Cuando todavía nos estamos preguntando qué va a ocurrir después del durísimo confinamiento que hemos padecido, y cómo el retorno a la nueva normalidad modificará nuestro comportamiento, un grupo de expertos sociólogos de la Universidad de Oxford estudió mediante modelos informáticos de simulación las mejores medidas para afrontar las adversas consecuencias sociales, psicológicas y económicas inherentes a la necesidad de un nuevo confinamiento total o parcial. 

La primera estrategia consideraba mezclarse solo con otras personas con un rasgo común, como ser del mismo vecindario o tener la misma edad. Podría ser útil en determinadas empresas, que así mitigarían el riesgo de transmisión generalizada. 

Una segunda táctica sería vincularse a grupos con sólidos lazos sociales, como agrupaciones de amigos que a su vez fueran amigos entre sí. 

Pero las que mejores resultados demostraron fueron las burbujas sociales, donde un grupo elige su propio círculo social y todos permanecen dentro de él. En la práctica, ya vimos como éstas dieron sus frutos durante la fase más álgida de la pandemia, evitando el contagio y la propagación de la Covid-19 en ciertas residencias de mayores donde se aislaron a la vez cuidadores e internos. 

Nos gustaría destacar que las tres tácticas anteriores resultaron más efectivas que el mero distanciamiento social aleatorio, donde restringimos el número de contactos personales, pero mantenemos el trato con prójimos de otros grupos diferentes, algo que ha estado ocurriendo en la práctica durante estas últimas semanas. 

Ahora bien, según los programas de análisis informáticos de Oxford, las burbujas sociales obtuvieron los mejores resultados: 37% de retraso de la tasa de infección máxima, 60% de disminución del pico de infecciones y un 30% menos de personas infectadas. Pero no todo es oro lo que reluce en Oxford. 

Casi a la par del artículo del MIT, el grupo dirigido por Julian Savulescu, bioeticista y director del Centro para la Ética Práctica de esta afamada universidad británica, publicó un artículo en The British Journal of Anaesthesia, donde recomienda en líneas generales a todos los países la asunción de estrategias para la asignación de los recursos sanitarios en situaciones de escasez y emergencia (como las vividas últimamente), según las posibilidades de supervivencia de los pacientes y la duración del tratamiento necesario. Sus controvertidas conclusiones son dignas de un comentario especial.

19 abril 2020

INMUNIDAD DE REBAÑO


Hace unos días, respecto a la pandemia de COVID-19 que mantiene en jaque a todo el planeta, un titular de The Economist en su sección de ciencia y tecnología destacaba que cuanto mayor fuera el número de infecciones asintomáticas en una comunidad, antes se alcanzaría la inmunidad de rebaño. 

Al leerlo, se vino a la memoria el planteamiento de algunos líderes mundiales que parecían anteponer sus intereses económicos particulares por encima de los sanitarios. Grosso modo, su tesis defendía que cuanto antes se contagiara toda la población, la mayoría superaría la enfermedad y de paso quedaría inmunizada contra el nuevo coronavirus SARS-CoV-2. Uno de los abanderados de este planteamiento fue en su día el controvertido Boris Johnson. Quizás su paso por el hospital y la UCI le hayan hecho cambiar de opinión. 

Retomando nuestro entorno con un sencillo modelo matemático, en una ciudad de aproximadamente 100000 habitantes, sin ninguna medida de aislamiento, en apenas 2 semanas se habría contagiado el 70% de la población. El 30% restante, probablemente no presentaría síntoma alguno. Del total de infectados, 56000 prójimos se recuperarían de una enfermedad leve, tras una cuarentena en sus domicilios. Pero unos 2500 tendrían que ser hospitalizados, muchos en las unidades de cuidados intensivos, en un número tal que a buen seguro provocarían el colapso total de nuestro sistema sanitario en apenas unas horas. El número de fallecidos alcanzaría seguramente varios centenares, una tragedia completamente inaceptable. 

En Estados Unidos, al principio de la pandemia, el mismísimo Donald Trump se conformaba con superar la crisis económica y sanitaria a costa de 250000 compatriotas fallecidos. Aún así, considerando el terrible supuesto que les presentamos, ¿quedaría garantizada la inmunidad de rebaño para todos los demás?; ¿estaríamos mejor preparados para soportar así oleadas posteriores de esta enfermedad? 

Como nos enfrentamos a una patología desconocida, no podemos asegurar ni siquiera cuánto durará la inmunidad de los que hayan superado la infección. Para ello serán necesarios estudios epidemiológicos capaces de cuantificar los anticuerpos presentes en la sangre de estas personas, especialmente las inmunoglobulinas de tipo G. 

En esa línea se van a desarrollar inminentemente varios estudios, probablemente uno de los más ambiciosos en nuestra comunidad autónoma gallega. Por si no fuera suficiente, sin abandonar las predicciones estadísticas, un reciente informe de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) ha revelado que el confinamiento de la población española ha reducido casi un 80% la potencial expansión de este coronavirus. Su traducción práctica representa 220000 hospitalizaciones menos, evitando 26000 ingresos en UCI y unas 46500 muertes. Nos preguntamos cuál sería el precio real de nuestra inmunidad de rebaño. Preferimos esperar por la ansiada vacuna.

04 abril 2020

EL ANTES Y EL DESPUÉS


Sostiene Aloysius que para él la cita más inquietante del gran Arthur C. Clarke (1917-2008) es “el futuro ya no es lo que solía ser”. Cada una de estas jornadas de marzo y abril, cada noche antes de dormir y al día siguiente, al despertarse, se pregunta cuándo regresaremos de nuevo a la normalidad, una realidad que jamás volverá a ser lo que era.

Ante tanta incertidumbre, he tenido la oportunidad de leer las opiniones del epidemiólogo Jacobo Mendioroz, una brillante síntesis de lo publicado en abril por Resolve to Save Lives, una iniciativa que pretende salvar millones de vidas combatiendo las enfermedades cardiovasculares y librar a nuestro mundo de las epidemias, capitaneada por prestigiosos especialistas en Salud Pública como los Doctores Tom Frieden, Cyrus Shaphar y Amanda McClelland.

Según estos expertos, ¿qué tendremos que hacer para recuperar la normalidad después de esta inmisericorde pandemia COVID-19?

1.- CRITERIOS EPIDEMIOLÓGICOS: habrán de pasar al menos 14 días constatando:
  • Descenso de casos (manteniendo o subiendo nivel de testeo)
  • Descenso de fallecimientos.
  • Descenso de casos no ligados a casos conocidos.
  • Descenso de infecciones en el personal sanitario.
2.- CRITERIOS SANITARIOS:
  • Capacidad de absorber en camas UCIs el doble de casos existentes (incluyendo personal).
  • Capacidad para testear al doble de casos (incluyendo personal).
  • Stock de protecciones para sanitarios y mascarillas para pacientes, aún doblando el número de casos.
  • Menos ingresos por COVID-19 que altas.
  • Niveles sanitarios en atención primaria y otros niveles hospitalarios semejantes a los basales.
  • Diseño de medidas de protección, aislamiento y expansión de centros sanitarios de rápida aplicación.
3.- CRITERIOS DE SALUD PÚBLICA:
  • Haber detectado al menos al 90% de los contactos de los casos y haberlos testeado.
  • Disponer de las suficientes soluciones hidroalcohólicas para colocar en los grandes edificios.
  • Tener zonas preparadas para acoger a personas vulnerables con síntomas leves.
  • Desarrollar campañas de comunicación preparadas y generales en caso de que un nuevo confinamiento fuera necesario.
Para todo esto todavía no disponemos de una fecha precisa, dependerá de CUÁNDO cumplamos esos criterios.

¿Y una vez alcanzados estos objetivos? Todavía tendríamos que:
  • Seguir lavándonos las manos.
  • No salir de nuestras casas con síntomas, y en caso de tener que salir, llevar mascarilla.
  • Desinfectar superficies.
  • Ventilar espacios.
  • Aislar contactos.
  • Evitar visitas a hospitales o residencias.
Pero sin embargo ya podremos:
  • Abrir restaurantes.
  • Abrir negocios; siempre con el mínimo personal (máximo 10 personas) y respetando el distanciamiento.
  • Las personas vulnerables y sus cuidadores aún no deberían salir.
Si todo se desarrolla satisfactoriamente y continúan cumpliéndose todas las condiciones anteriores, entonces podremos:
  • Abrir los restaurantes y los negocios.
  • Abrir lugares de reunión (máximo 50 personas).
Habrán de transcurrir entre 4 y 8 semanas más para poder salir normalmente, si se siguen manteniendo las condiciones iniciales.

Este sería el principio del fin de esta pesadilla.

Todas estas medidas han sido pensadas para la situación que actualmente estamos atravesando.

Y por supuesto, si se consiguiera un tratamiento específico o una vacuna contra este coronavirus efectiva, inocua e universal, o si la inmunidad de rebaño protege realmente a la comunicad, esta situación, tal cual descrita, podría variar considerablemente, que es lo que todos anhelamos.

12 marzo 2020

APLANAR LA CURVA



Continuamos inmersos en la epidemia COVID-19, la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus más reciente descubierto en China, y que la Organización Mundial para la Salud (OMS) acaba de calificar como pandemia, porque afecta ya a más de 100 países en el planeta. 

En nuestro entorno más cercano han comenzado a tomarse medidas restrictivas, como el cese de la actividad escolar y académica. La intención es clara: evitar la diseminación de la enfermedad entre la población, y en especial, entre las personas mayores y aquellas otras aquejadas de patologías crónicas de tipo cardiovascular, respiratorio, pacientes inmunodeprimidos y diabéticos, por ejemplo. 

Los niños y los estudiantes han sido reconocidos como posibles vectores transmisores de la infección, un numeroso colectivo que, salvando situaciones excepcionales, no está siendo especialmente afectado por la misma. 

Asimismo, se están suspendiendo actividades que reúnan a grandes colectivos de personas, sobre todo en lugares cerrados. Ya se han visto afectadas Las Fallas de Valencia, se está valorando hacer lo mismo con las procesiones de Semana Santa, se han aplazado las competiciones deportivas nacionales e internacionales, pero sigue llamando la atención de los expertos por qué no se hizo lo mismo con recientes manifestaciones multitudinarias, mítines políticos en la capital de España, quedando a la espera de lo que ocurrirá en el Reino Unido después del desplazamiento a Liverpool de unos 3000 seguidores madrileños para se testigos directos del triunfo de su equipo. 

Las autoridades sanitarias insisten en la precaución, aprovechando la experiencia de China e Italia, que nos llevan ventaja en su lucha contra esta enfermedad. Se habla de cifras de mortalidad en torno al 2%, dependiendo de los colectivos de mayor riesgo, y de un 5% de hospitalizaciones en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), donde los pacientes más graves pueden necesitar medidas de soporte respiratorio. Y si bien las altas continúan superando a las defunciones, no debemos olvidar los graves problemas que esta crisis sanitaria está ocasionando a nivel económico y social, y su mayor impacto en sociedades demográficamente envejecidas, como la nuestra en particular. 

De ahí la importancia de todas las medidas encaminadas a aplanar la curva epidemiológica de la enfermedad, evitando en primer lugar el número de contagios, y de esta misma manera, el colapso de uno de los sistemas sanitarios más eficaces del mundo. Existen teléfonos habilitados para que las personas que sospechen estar infectados, por sus síntomas y por sus contactos, activen los servicios sanitarios sin abandonar su propio domicilio, evitando acudir a los hospitales y los servicios de urgencias cuando dicha indicación no sea estrictamente prescrita. Tranquilidad y responsabilidad colectiva. Es lo que otros han hecho para vencer a esta enfermedad. Sigamos su ejemplo.

  

28 febrero 2020

MÁS CORONAVIRUS



Aseguraba Madame Swetchine (1782-1857) que los humanos siempre estamos atentos ante lo que pueda suceder, pero que sin embargo no solemos prevenirnos para nada, pensamiento ciertamente acertado para reflexionar sobre lo que está pasando a nuestro alrededor con los dichosos coronavirus. 

Porque mientras determinada histeria colectiva empieza a manifestarse por la desinformación (o el exceso de ella), resulta que en Galicia, en lo que va de año, por culpa del virus de la gripe han sucumbido más prójimos que por el COVID-19 en toda Europa. El 62% de estos fallecimientos ocurrieron en personas que, teniendo recomendada la vacuna (que además es gratuita), decidieron no aceptarla. 

Algunos suspicaces ya han empezado a hacer acopio en casa de víveres y mascarillas, por si la infección se extiende hasta nuestros pagos y nos imponen una cuarentena. Esto me recuerda al desasosegado Aloysius, preocupado por la caducidad de un yogur que iba a comerse, mientras a diario se fumaba paquete y medio de cigarrillos. 

Él mismo me ha estado reprochando que si en verdad el problema del coronavirus no tiene connotaciones apocalípticas, ¿por qué las autoridades sanitarias están montando tanto revuelo? ¿Para qué tantas reuniones de expertos, protocolos, medidas preventivas, cuarentenas, controles y aislamientos? Intentaremos darle repuesta a sus interrogantes. 

Es cierto que nos enfrentamos a una infección novedosa, aunque de características similares a la gripe y a otras enfermedades causadas en el pasado por la misma familia de virus (el Síndrome Respiratorio Agudo Grave – SARS en 2003, por ejemplo) y que los servicios sanitarios están preparados para su manejo y tratamiento. 

También es verdad que por el momento no existe una vacuna contra el COVID-19, una medida preventiva de la que esperamos disponer en un futuro no muy lejano, y que los casos más graves, con una mortalidad rondando el 15%, se han producido en personas mayores y con patologías concomitantes, si bien en muchos de estos casos resulta complicado conocer cuál fue realmente la causa del deceso.

Por lo registrado hasta ahora, esta patología está respetando especialmente a la población infantil, lo que debería tranquilizar a los padres. Pero al tratarse de una infección de reciente aparición, no existe una inmunidad colectiva, por la ausencia de anticuerpos específicos en nuestra comunidad. Tampoco existe un tratamiento típico para esta infección, asintomática en la mayoría de los casos, con una mortalidad media de aproximadamente el 2%, pero que en los menores de 50 años desciende al 0.4%. 

Por todo ello, y a pesar de ello, la puesta en marcha de dispositivos de control no está de más. Y descubrir que no debemos toser ni estornudar disparando indiscriminadamente virus y gotas de saliva al aire no es una novedad. Y lavarse las manos con frecuencia, tampoco. Más agua y jabón, y menos mascarillas.