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22 agosto 2014

MUJERES, SEXO Y ALCOHOL


Sostiene el fatuo Aloysius que durante el disparatado reinado del emperador Calígula, un bravo tribuno en la reserva, de nombre Flacio Caio Fellatius, para recuperar su virilidad, harto de ingerir diariamente una dieta especial a base de criadillas de toro, decidió mejor dedicarse a organizar unas animadas bacanales en las que las copas de vino premiaban a las féminas más generosas en favores sexuales. 

Esta historia es tan falsa como que un buen día San Agustín sentenció “in necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas”. Pero visto lo ocurrido en algunas playas españolas, durante estas vacaciones estivales que lentamente se aproximan hacia su ocaso, la realidad una vez más supera a la ficción. 

Quizás los paisanos de Magaluf prefieran no ser recordados por sus campeonatos de felaciones o por los triples saltos mortales que algunos descerebrados realizan desde los balcones de sus hoteles a las piscinas. Es la cultura del descontrol, que desde hace tiempo ha venido para quedarse entre nosotros: prácticas sexuales de riesgo, alcohol a borbotones y turismo cutre que nos han hecho recordar la historia ficticia del tribuno Fellatius.

Y es que alguna arena de la playa de Patos también tiene mi ejemplar de “S=EX2”, el estupendo libro de Pere Estupinyá gracias al cual podemos zambullirnos en la ciencia del sexo. Sostiene este divulgador científico que el estudio de la sexualidad puede servir para aprender todavía mucho más sobre neurofisiología, anatomía, psicología, psiquiatría y sociología, por poner algunos ejemplos. Y a ello se dedican en serio muchos investigadores de prestigiosas universidades, mayormente norteamericanas. 

Menciona Estupinyá en su obra una profusa revisión bibliográfica científica publicada en 2011, en la que investigadores de la Universidad de Washington y del Instituto Kinsey concluyeron que después de tomar cantidades moderadas de alcohol, la lubricación y el flujo sanguíneo vaginal de las mujeres disminuyen. Sin embargo, fueron mayoritarios otros estudios revelando que la ingesta etílica incrementa la percepción subjetiva de la excitación sexual femenina. A pesar de todo, los escépticos siguen discrepando de estas asépticas investigaciones de laboratorio, pues la realidad es otra cosa bien distinta, según el caso, según la situación. 

Con anterioridad, varios investigadores de estos mismos equipos habían realizado estudios similares con varones jóvenes. Describieron que dosis etílicas moderadas no solían interferir el mecanismo de la erección, pero que grandes cantidades de alcohol representan un seguro garante para los problemas de la turgencia sexual.

A la moda del slimming, tampones mojados en alcohol preparados para emborracharse a mayor velocidad por vía vaginal o anal, y a la instilación de diferentes bebidas alcohólicas como si fueran colirios, hay que añadir ahora una nueva costumbre, el mamading, que tanto deleite provocaría al tribuno Flacio Caio Fellatius, e incluso, al mismísimo emperador Calígula. Y si no me creen, repasen la filmografía del cineasta milanés Tinto Brass.

15 agosto 2014

EL VIRUS PERFECTO


En el año 2000 se estrenó en la gran pantalla “La tormenta perfecta”, la adaptación cinematográfica de la novela homónima del escritor Sebastian Junger. El cineasta alemán Wolfgang Petersen eligió al carismático George Clooney para encarnar al capitán Billy Thyne, un esforzado patrón de pesca que no dudó en arriesgar su propia vida y la de su tripulación intentando retornar con su navío a puerto. A pesar de la dilatada y exitosa carrera del galán norteamericano, nadie niega el punto de inflexión que en la misma representó su interpretación del pediatra Dr. Doug Ross, en la galardonada serie televisiva “Urgencias”. 

Una vez más el cine, fuente de vocaciones médicas. Hoy, parafraseando el título de aquella película, el brote epidémico de enfermedad de Ébola que a estas alturas ya ha hecho sucumbir a un millar de prójimos en varios países africanos podría representar para la sanidad actual el problema perfecto, causado por el virus perfecto. Sostiene el sapiente Aloysius que las ciencias del siglo XXI solamente han identificado al 1% de todos los microorganismos existentes en nuestro planeta. Y eso porque la enorme mayoría de éstos resulta patógena para el ser humano o los animales domésticos.

¿Por qué el virus Ébola puede representar un tremendo problema sanitario? 

En primer lugar, aunque parezca una obviedad, por tratarse precisamente  de un virus. Poco a poco la medicina ha ido desarrollando diferentes antibióticos contra las bacterias y otros microorganismos patógenos. La irrupción de ciertos virus, como el asociado a la inmunodeficiencia humana (VIH) en la década de los años 80, puso de manifiesto las enormes dificultades de los sistemas sanitarios para encontrar vacunas y fármacos eficaces frente a los mismos. Otro tanto podríamos especular respecto a la limitada pandemia de gripe A (H1N1) entre 2009 y 2010. 

En segundo lugar, el período de incubación de la infección Ébola es variable, si bien existen casos en los que puede alcanzar las 3 semanas. Esto implica que muchas personas infectadas todavía no enfermas, pueden diseminar ampliamente el virus dentro de la comunidad. Si a esta particular circunstancia añadimos la globalización, la superpoblación de las grandes urbes y la celeridad de los medios de transporte, sobran casi las explicaciones. 

En tercer lugar, el virus se transmite por contacto directo con fluidos corporales: sangre, saliva, orina, sudor y vómitos. Las condiciones de hacinamiento y de escasa higiene multiplican el riesgo de esta infección, tal y como ocurrió durante aquellas grandes plagas que diezmaron la población europea en la Edad Media. La letalidad del Ébola es rápida y extensa. Durante el brote de 1976 fallecieron alrededor del 90% de los infectados. 

Por último, su comienzo abrupto, con cefalea, fiebre elevada, dolores musculares intensos y la aparición posterior de graves hemorragias obligan a un intenso despliegue de medios destinados al precoz tratamiento sintomático de los enfermos. 

El capitán Billy Thyne nunca consiguió arribar con el “Andrea Gale” al puerto de Gloucester. Nosotros aguardamos impacientes el remedio que despeje los fatídicos negros nubarrones esparcidos por el Ébola en la singladura del ser humano sobre este maravilloso planeta.