CREA, INVENTA, IMAGINA... ¡NO COPIES!

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28 marzo 2006

ABUELAS



Dicen por ahí que tener abuela es como tener dos veces madre. Yo comparto plenamente esa idea. 


La otra mañana arreciaba el temporal en la ciudad de Vigo. Los transeuntes que deambulaban apurados por la céntrica calle de Príncipe trataban de resguardarse de la lluvia bajo sus paraguas. Me crucé con un muchacho que se apoyaba para caminar en dos muletas. Su marcha era lenta y cansina. A su lado, tapándolo con un exiguo paraguas negro, caminaba una anciana completamente empapada. ¿Quién si no su abuela sería capaz de un acto de amor semejante?.


Cuando perdí a mi querida abuela Rosa Vila, busqué consuelo en la lectura de "El Dolor" de Giuseppe Ungaretti. Este poeta ensalzó de esta manera a "La madre":

Y cuando el corazón de un último latido
haya hecho caer el muro de sombra,
para conducirme, madre, hasta el Señor,
como una vez me darás la mano.
De rodillas, decidida,
serás una estatua delante del Eterno,
como ya te veía
cuando estabas todavía en la vida.
Alzarás temblorosa los viejos brazos,
como cuando expiraste
diciendo: Dios mío, heme aquí.
Y sólo cuando me haya perdonado
te entrarán deseos de mirarme.
Recordarás haberme esperado tanto
y tendrás en los ojos un rápido suspiro.


Versión de Jesús López Pacheco


Cuando Eric Clapton perdió a su hijo (lo mismo que Ungaretti) escribió una canción titulada "Tears in Heaven", que comienza así: "Would you know my name if I saw you in Heaven"... Espero que sí.

23 marzo 2006

SINGULARIDAD


El domingo por la mañana el tiempo se amortigua de manera pasmosa; pudiera ser que las agujas del reloj se conviertan en fofas líneas desmañadas que tropiezan una y otra vez en los dorados números de la esfera. Tampoco se salvan de la quema los cronómetros digitales, convertidos en tartamudos contadores de instantes, segundos, minutos y horas. Alguien ha abierto una ventana para airear su habitación y a lo lejos puede percibirse el eco de unos acordes del “Sunday Bloody Sunday” de U2.

A mediodía me he citado con un amigo profesor de Física en una céntrica cafetería de la ciudad. Me pregunta si me suena de algo la teoría de la singularidad tecnológica y ante mi mueca de desconocimiento ufano pronuncia dos nombres: Vernor Vinge y Raymond Kurtzweil.

Vinge es un famoso matemático y escritor de ciencia ficción, ponente de la idea sobre el desarrollo de inteligencias artificiales mucho más capaces que la del propio ser humano; éstas a su vez producirían inteligencias cada vez mayores y así sucesivamente, de forma exponencial. De esta manera, dicha “singularidad” sintética acarrearía consecuencias inimaginables para nuestra especie, haciendo de paso imposible cualquier futura especulación. ¿Conseguirán borrar algún día de la faz de la tierra las máquinas inteligentes a sus propios creadores?. Tal vez ahí radica el pecado original de los osados Adán y Eva, empeñados en alcanzar el conocimiento del bien y del mal, mucho más tentador que cualquier mordisco a una apetitosa manzana.

Kurtzweil es una verdadera lumbrera: músico, inventor, empresario y científico de la computación, quizás un nuevo Leonardo da Vinci del siglo XXI. Basándose en la teoría de la singularidad de Vinge se ha atrevido a pronosticar que durante el primer tercio de este presente siglo podremos alcanzar la inmortalidad. Y todo ello gracias a la feliz conjunción de los progresos de la informática, de la biotecnología y de la nanotecnología. ¿podremos cambiar una y otra vez nuestras viejas células deterioradas por unas lozanas y flamantes?

Resulta cierto y tangible el crecimiento exponencial de los avances científicos y técnicos en infinidad de disciplinas, que cada vez se ramifican más e interaccionan entre sí para descubrirnos horizontes apasionantes. De esta manera no nos sonaría ya tanto a ciencia ficción el hecho de utilizar microrobots y nanomáquinas para combatir las enfermedades del hombre y de los animales. Estamos hablando de una medicina que actuaría a nivel atómico, infinitamente más exacta y precisa que el moderno arte de sanar.

Cuando me jubile, si es que llego allá, donaré mi vieja bata blanca del SERGAS a un estilizado robot femenino con el que ni siquiera podré jugar al ajedrez. Por cierto, Ray Kurtzweil tiene un alter ego llamado Ramona, presentadora virtual de su página web. Ni que decir que no se parece en nada a aquella Ramona Pechugona (la más basta de su pueblo) a la que cantaba en los 70 el insufrible Fernando Esteso.

16 marzo 2006

RECAPITULACIONES



Esta semana de primavera adelantada y de gresca política, con mochilas del 11 – M que desaparecen y vuelven aparecer convertidas en bolsas de deporte de mercadillo, y con el Congreso de los Diputados en pie de guerra por las acusaciones cruzadas de "carnavaleras" versus "machistas", ando un poco taciturno sumergido en mis recapitulaciones.

¿Se acuerdan de Patrick el Carpa?. Con este apelativo bautizamos a un contumaz subsahariano empeñado en saltar una y otra vez las altivas vallas metálicas de Ceuta y Melilla; este moreno reincidente, a pesar de ser detenido por las fuerzas de seguridad españolas y de ser devuelto allende nuestras fronteras, regresaba tozudo para intentar echar raíces en nuestra tierra de promisión. Bajando a pie descalzo desde Marruecos hacia un sur más tropical decidió desviarse hacia las costas de Mauritania. Me ha parecido reconocer su rostro entre los últimos recién llegados en patera a la Playa de los Cristianos, en Tenerife. Y si le pillan otra vez, seguro que regresa en la próxima remesa de paracaidistas kamikazes que de seguro lloverá sobre la Unión Europea, a rebufo de los tórridos vientos del desierto.


¿Recuerdan a la paciente anoréxica de Barcelona para la que su desesperada familia suplicaba un ingreso hospitalario, por entender que su vida corría un peligro inminente?. Tras negarse a tales pretensiones por parte de una juez de primera instancia, la Audiencia provincial de la Ciudad Condal ha ordenado el ingreso involuntario de la enferma “por su propio interés y beneficio”. Sus hermanas respirarían ahora más tranquilas si no fuera por la proliferación descontrolada en Internet de páginas web a favor de la anorexia (pro – ana) y la bulimia (pro – mia). En una de ellas he leído esta lindeza: “no comerás alimentos que engorden sin castigarte después”. Me pregunto preocupado: ¿sería bueno restringir en la red estos contenidos de la misma manera que se hace con la pornografía infantil y la violencia terrorista?.

Mención aparte me merece el campeonato nacional de macrobotellones que se organiza vía SMS y que de seguro conseguirá que en Europa pasen a llamarnos Trompilandia, el paraíso de los beodos. Desde allí ya se están organizando viajes de fin de semana con el vuelo de ida y vuelta y la borrachera incluidos a precios de saldo. Y es que parece ser que nuestros universitarios andan demasiado estresados en la época de exámenes parciales; una vez realizadas estas terribles pruebas de aptitud, qué mejor manera de borrar todos los recuerdos que un buen encharcamiento etílico neuronal. Electroencefalograma plano



Todavía andan por Sevilla intentando tapar el tufo de las meadas callejeras de los mazados con una primavera recién florecida de azahares y hierbabuena. Mientras los nuestros se alcoholizan y los papanatas de siempre hablan de un fenómeno social en vez de un problema de salud real, los universitarios franchutes están en pie de guerra contra Villepin el Demediado y sus despidos laborales a la brava.

Si los jóvenes gabachos no sucumben en ese particular pulso que ha desempolvado el Mayo del 68, pienso invitarlos a un hiperbotellón con los excedentes de cava catalán, que es mucho más sabroso y nutritivo que el champán francés. La imaginación al poder. Otra vez.

03 marzo 2006

TRASPLANTA - 2



Un tanto compungido porque han finalizado los carnavales estoy preparando una caja de inmaculados pañuelos blancos para llorar desconsolado en el entierro de la sardina.

Escribió un día el poeta Rafael Pérez Estrada:

“y todos los otoños (el ave nostálgica) pone un huevo diminuto tallado a manera de lágrima, cuyo sabor – si la crueldad osa probarlo – recuerda mucho a las iniciales de los pañuelos perdidos en los viejos arcones”.

Tienen mucha coña las iniciales bordadas en los moqueros; creo que la marca Kleenex ® está trabajando ya en ello. Pañuelos de papel de usar y tirar a modo de valiosos órganos humanos de usar y tirar: se deterioran (porque así lo determinan nuestra genética o nuestros hábitos) y después se acude a un taller de trasplantes para que nos coloquen uno nuevo. Ojalá todo fuera tan sencillo; a lo mejor en un futuro no muy lejano..., pero de momento no.

Por casualidades de la vida, estos días pasados de fiesta y máscaras me han contado unas historias especialmente emotivas de pacientes trasplantados.


Un veterano trasplantado cardiaco, cuando comenzaba a despertar de la anestesia y cobraba realidad su habitación del hospital, lo primero que pensó era si su flamante corazón albergaría los mismos sentimientos que tenía antes de operarse. Le atenazaba dicha intriga porque imagínese usted que se despertase con la sensibilidad del donante a flor de piel. Y es que ya decía Platón que el cuerpo humano es el carruaje, el yo el hombre que lo conduce, el pensamiento son las riendas y los sentimientos los caballos.

Tampoco hay mal que por bien no venga. Mientras esperaba impaciente la llegada de un nuevo corazón que le salvase la vida, un enfermo bajó a la cafetería del hospital para acompañar a su mujer en el que tal vez fuera uno de sus últimos desayunos juntos. Al pasar por delante del quiosco se le ocurrió comprar un billete de lotería. Antes de entrar al quirófano se lo entregó a su esposa, recomendándole encarecidamente que lo mantuviera a buen recaudo. Horas más tarde se recuperaba de una compleja intervención de trasplante cardíaco y unos días después le tocaron 50 kilos (de los de antes) en la lotería.

Otro trasplantado cardíaco se jactaba de su nueva buena salud; decía que si le hicieron falta 53 años de excesos con la dieta y centenares de paquetes de tabaco fumados para deteriorar completamente su propio corazón, con los debidos cuidados médicos y una vida saludable su nueva máquina conseguiría hacerle rebasar la centena de años.

En los últimos tiempos he conocido a muchos otros trasplantados: de riñón, de hígado, de corazón, de médula ósea. Todos tienen una particular visión de la vida que nos ha tocado vivir. No debe resultar nada fácil celebrar dos cumpleaños sabiendo que para que tú vivas a otro le ha tocado morir primero.


Pregúntenle a mi amigo Crónicus (trasplantado de riñón) si acaso no opina lo mismo que Charles Baudelaire: la vida es un hospital donde cada enfermo está poseído por el deseo de cambiar de cama.