CREA, INVENTA, IMAGINA... ¡NO COPIES!

Protected by Copyscape DMCA Takedown Notice Violation Search

28 septiembre 2013

MI CASA ESTÁ ENFERMA



Buenos días, doctor: mi casa está enferma; ¿qué puedo hacer por ella? Esta frase no pertenece a ningún guión cinematográfico o teatral. No es una ocurrencia de Woody Allen ni de los hermanos Coen. 

Y es que si la morada que ocupamos ha sido edificada sobre una bolsa de gas radón estamos apañados. Los neumólogos ourensanos nos lo advertían en una de sus últimas reuniones científicas. La relación de este elemento radiactivo con el cáncer de pulmón ha sido ampliamente contrastada. Sin alcanzar el dramatismo de esta enfermedad, sostiene Aloysius que algo similar ocurre cuando nuestra casa se alza sobre una corriente de agua subterránea. Y no precisamente por el riesgo de un derrumbe, sino por la radiación así acumulada. Lo mismo ocurre con las construcciones sobre fallas tectónicas y geológicas. Determinadas radiaciones y alteraciones electromagnéticas de las fuentes naturales podrían justificar síntomas como la cefalea y fatiga crónicas, variadas dolencias de tipo muscular e incluso problemas respiratorios.

Los materiales de construcción, desde una humilde teja hasta la más sofisticada y moderna pintura de interiores, deben garantizar en su composición la ausencia de elementos nocivos para la salud de los futuros habitantes de la vivienda. El empleo de elementos naturales y ecológicos (piedra, madera, fibras vegetales, ladrillos cerámicos…) ha de primar sobre plásticos, superficies lacadas, PVC, hormigón armado con mucho hierro o aditivos químicos sintéticos.

Las urbanizaciones son más habitables cuanto más alejadas se encuentren de las líneas de alta tensión y los transformadores de elevada potencia; de esta sencilla manera se minimizarían los efectos de la contaminación eléctrica. Conozco el caso de una señora que presentaba diversos problemas de salud porque la cabecera de su cama se apoyaba contra una pared por la que discurría una viga metálica, excelente conductora de electromagnetismo. No descartemos que parte del insomnio y del nerviosismo que nos acucian cada noche sean provocados por los elementos que comparten nuestro espacio vital (lámparas, televisores, radios, despertadores y otros dispositivos electrónicos) aun cuando permanezcan en estado latente mientras el astro rey no vuelve a iluminar nuestras ventanas.

La tradición arquitectónica, acumulada durante el transcurrir de los siglos, es buena conocedora las ventajas de una correcta orientación solar. Las construcciones en los países fríos disponen de amplios ventanales para aprovecha mejor la iluminación natural, además de los elementos aislantes necesarios para  conservar un ambiente cálido y confortable. 

La presencia de vegetación también tiene su importancia. La propia NASA ha demostrado el efecto purificador de las plantas de interior, capaces de eliminar en pocas horas más del 80% de algunas sustancias tóxicas ambientales, como el benceno y el tricloroetileno. 

Y es que nuestra casa es mucho más que cuatro muros y un techo. Ya lo cantaba el veterano y romántico Gino Paoli: “cuando estás conmigo, esta habitación no tiene paredes, sino árboles, árboles infinitos”.

23 septiembre 2013

LA GENOMICA Y EL PANADERO



Si fuera posible, que no lo es, me hubiera gustado conocer la opinión de Marco Virgilio Eurysaces sobre la utilidad que para su trabajo de panadero le hubieran supuesto los conocimientos actuales sobre la genómica del trigo y de otros cereales comestibles. 

Puestos a imaginar, como sabiamente nos recomendaba Don Álvaro Cunqueiro cuando afirmaba que “la verdad no es suficiente”, me gustaría poder probar hoy un pan horneado en la Ciudad de las Siete Colinas, elaborado con el mejor trigo recolectado en los confines del Imperio Romano, convenientemente triturado en los viejos molinos de la confluencia de Requeixo, Deorelle y Queixa, regatos que nutren el caudal del Río Navea. Por algo sostenía Cunqueiro que “una lengua es buena cuando sabe a pan… cuando sabe a pan fresco”.

Transcurridos 22 siglos desde el entierro del celebre panadero romano junto a su esposa Atistia, muy cerca de la Porta Maggiore de Roma, por encargo de un moderno Eurysaces nacido en Chandrexa de Queixa, yo, un humilde médico de familia, me atrevo a dirigirme a ustedes para hablarles de genómica. Espero su indulgencia perdonando semejante atrevimiento.

El pasado 25 de julio conmemoramos el nacimiento de Rosalind Franklin; si hoy viviera tendría 93 años. Esta biofísica y cristalógrafa inglesa, con su famosa Fotografía 51, contribuyó al descubrimiento de la estructura doble helicoidal del ADN, el código que contiene las instrucciones genéticas necesarias para el desarrollo y el funcionamiento de los organismos vivos y de algunos virus, el responsable último de la transmisión hereditaria. La historia posterior es conocida para todos, desde el Nobel concedido a Watson, Crick y Wilkins en 1962, hasta la secuenciación del ADN y el Proyecto Genoma Humano.

Según la genética clásica, la de las Leyes de Mendel, la mosca del vinagre, las herencias dominantes y recesivas, la de las mutaciones y la herencia ligada al sexo, durante décadas los médicos han tratado de estudiar los trastornos genéticos según su fenotipo, es decir, según sus rasgos físicos y conductuales expresados en un ambiente determinado; en la mayoría de las ocasiones estaríamos hablando de mutaciones, y estaríamos intentando descubrir los genes responsables de cada patología.

La genómica supone un avance crucial, pues trata de predecir el funcionamiento de los genes a partir de su secuencia o sus interacciones con otros genes. En cierta manera, la genómica intenta realizar una interpretación más global, incluso holística, apartándose del reduccionismo propio de otras ramas de la investigación biológica.
Como suele ocurrir siempre que la ciencia da un paso de gigante hacia delante, la genómica hubiera sido imposible sin los avances de otras disciplinas como la estadística y la informática.

Aunque actualmente se conocen más de 6000 enfermedades hereditarias monogénicas o mendelianas, como por ejemplo la hemofilia A, la fibrosis quística o la anemia falciforme, la mayoría de las enfermedades hereditarias que nos afectan son poligénicas, es decir, producidas por la interacción de distintos genes y el ambiente, como por ejemplo la hipertensión arterial, la diabetes, la esquizofrenia, la enfermedad de Alzheimer o el asma.

Por otra parte, la genómica también puede explicar por qué el mismo fármaco puede causar efectos completamente diferentes en dos individuos. La farmacogenómica será capaz de conseguir fármacos efectivos para cada enfermedad concreta, sin provocar efectos secundarios indeseables. Nada de esto será sencillo. Recientemente se ha descubierto que la mayor parte de las variaciones hereditarias asociadas a determinadas enfermedades (o al riesgo de contraerlas), se encuentran en los desiertos genómicos que algunos científicos se aventuraron a denominar “ADN basura”, y que hasta ahora nadie sabía como interpretar. Esta especie de materia oscura del genoma humano (un 98.5% de su totalidad) es el objetivo del programa ENCODE, en el que se han embarcado 400 científicos de todo el mundo.

Se abre ante nuestra asombrada mirada un futuro excepcional. El conocimiento completo de las secuencias genómicas permitirá avances hoy en día solamente soñados. Pero, como otros utensilios y técnicas al servicio del ser humano, cuenta con ventajas e inconvenientes: un cuchillo sirve tanto para cortar en rodajas los panes de Eurysaces como para herir a nuestros semejantes. Porque, al fin y al cabo, los médicos que nos sobrevendrán deberán seguir enfrentándose a las patologías provocadas por los genes, los panes… y los cuchillos.

21 septiembre 2013

PATOLOGÍA FICCIÓN



Repasando el buzón de mi correo electrónico, ese misterioso espacio virtual que a nada que me despiste enseguida se colma de ingente cantidad informativa, me topé con una reseña del blog “Primun Non Nocere” en la que su autor nos proponía la elección de un día de septiembre para dedicarlo a la Jornada Mundial de las Enfermedades Inventadas. 

Sostiene al respecto el avinagrado Aloysius la bipolaridad de la sociedad moderna occidental que, por un lado parece desvivirse en la consecución de la eterna juventud y la salud permanente, sin escatimar esfuerzos para ello, y por otro, se mantiene empeñada en descubrir una nueva enfermedad cada día, como si no fueran suficientes los males que causan tremendos dolor y mortandad a toda la humanidad. Por ejemplo, si nos referimos a los virus que afectan a los mamíferos, los expertos estiman que podrían existir al menos 320000 esperando su descubrimiento. Con que sólo el 1% de los mismos sea capaz de provocar enfermedades en los seres humanos, echen ustedes la cuenta y verán lo que nos espera.

Una de las enfermedades ficticias más criticadas es, por supuesto, el llamado síndrome post-vacacional, del que alguno de nuestros prójimos afirma no haberse recuperado todavía. Se denomina síndrome porque abarca un conjunto de varios síntomas: desde el malestar general a la tristeza, desde la astenia y la fatiga hasta la incapacidad para concentrarse. A pesar de que esta entidad patológica no cuenta con el reconocimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS), algunos se empeñan en dotarlo de un verdadera entidad patológica. Y donde hay un trastorno, probablemente haya también un remedio, un tratamiento, o varios, y seguramente algún avispado saque suculenta tajada del síndrome o del síntoma en general. 

Si no me creen, enciendan ustedes la televisión o la radio, o naveguen un ratito por la red de redes: Podrán constatar cómo se promocionan sin pudor milagrosas dietas, ungüentos, pulseras imantadas, plantillas para el calzado y hasta complejos y coloridos multivitamínicos personalizados capaces de cambiar unas moneditas por dosis crecientes de bienestar y felicidad. 

Y ¿qué decir de la banalización de la lucha contra el colesterol? Todavía hay quien cree a pies juntillas en las bondades de un pequeño comprimido que le permita seguir comiendo igual de mal que siempre a cambio de unos ajustes en las fracciones buenas y malas del colesterol en su sangre.


El otro día me comentaba un amigo que haríamos mejor en cuidar y mejorar nuestro planeta antes que embarcarnos en locas aventuras siderales para conquistar otros mundos y otros satélites. Quizás tenga razón. Algo similar opinaría él mismo respecto a los esfuerzos dedicados por los sistemas sanitarios para mantener a raya las patologías que todavía hoy continúan azotando a gran parte de la humanidad (cáncer, lesiones cardiovasculares y enfermedades infecciosas) más que en perder nuestro valioso tiempo en la procura de una amplia gama de patología ficción. Al fin y al cabo, ya conocen aquella máxima de los clásicos afirmando que los pacientes se curan, a pesar de los médicos.


14 septiembre 2013

17 SISTEMAS




Mientras repasaba con Aloysius la historia reciente de la antigua Yugoslavia, tratando de entender cómo determinadas desigualdades económicas y sociales influyen en la desintegración de las naciones, cayó en mis manos el último ejemplar de “Diario Médico”. 

Centré mi atención en un artículo que chequea la actual sanidad autonómica española, realizado a partir de datos correspondientes a 2011, los últimos disponibles aportados por nuestro Ministerio de Sanidad. Según dicha información, la esperanza de vida al nacer disminuyó en nuestro país ligeramente respecto al año anterior. Disculpen mi insistencia, pero las cifras y porcentajes corresponden a 2011, no a 2013. Así está reflejado, descartando la supuesta influencia de ciertos factores a los que algunos políticos, interesadamente, imputan ese ligerísimo descenso del parámetro (de 82.22 a 82.1 años) Curiosamente, corresponde a Madrid la mayor esperanza de vida, 83.6 años de media, mientras la peor se sitúa en Andalucía, con una media de apenas 80.7 años. 

Y empleamos “apenas” porque comparando con las estadísticas del Banco Mundial nos preocupamos por los 47 años de Afganistán y los 50 del Chad, frente a los 79 de Estados Unidos, 80 de Dinamarca, Bélgica y Finlandia, 81 años de Alemania, Austria, Portugal y Grecia, o los 83 del longevo Japón. En Galicia, alcanzamos una esperanza de vida media al nacer de 81.9 años, que tampoco está nada mal. 

Hay quien defiende que los padres de la Constitución Española, cuando diseñaron y consolidaron su proyecto autonómico, no pensaron en 17 comunidades autonómicas, varias de ellas uniprovinciales, con la duplicidad e ineficacia administrativa que este sistema quizás representa en demasiadas ocasiones. Repasando los datos sanitarios, contemplamos como existen diferencias indeseables, lo que en nuestra modesta opinión podría cuestionar este modelo de gestión.

Además, así parecen percibirlo también los ciudadanos. En 2011, un 24.7 de la población española valoraba de forma negativa su estado de salud. En 2009, este porcentaje ascendía al 30%, por lo que, en líneas generales, estaríamos mejorando. Pero, si nos centramos ahora en las diferentes autonomías, el 31% de los canarios y los gallegos se quejaba de su mal estado de salud general, frente a tan sólo el 19% de los navarros. La evolución de otros indicadores de salud también resulta curiosa, como por ejemplo el porcentaje de fumadores. Globalmente, en España cada vez hay menos fumadores, apenas el 20% en Galicia frente al 27% de Madrid y Andalucía, curiosamente las comunidades con la mayor y menor esperanza de vida. 

Otro tanto ocurre con los porcentajes de sobrepeso, en descenso a nivel nacional, pero que oscilan entre el 34% de los madrileños, pasando por el 40% de los gallegos, hasta el 42% de los cántabros, o con el porcentaje de mujeres que refieren haberse hecho una mamografía, 66% en Andalucía, 83.2% en Galicia y 88.7% de Navarra. 

Andalucía se lleva la cuchara de madera en varios apartados, destacando su gasto público más bajo y su peor ratio de médicos. Galicia, junto a Aragón y Navarra despunta en la aplicación de recursos tecnológicos sanitarios. Para finalizar, considerando la satisfacción por la atención recibida, a nivel general los españoles se muestran mayoritariamente satisfechos: un 87% de la atención primaria y un 83% de la especializada. Habrá que seguir trabajando, mucho más en unir y confluir que en separar y disentir. Disponemos de mecanismos y herramientas útiles; lo que queda es aplicarlas.

07 septiembre 2013

LA GUERRA CONTRA LA MALARIA



Destaca el sagaz Aloysius el eufónico nombre de esta patología, “mal aire”, que sirvió en un principio para designar una enfermedad típica de las tierras húmedas y pantanosas. Varias especies de un parásito denominado plasmodio vienen asociándose desde al menos 50000 años con las hembras de los mosquitos Anopheles para infectar y enfermar a los seres humanos, con grande y letal éxito. 

También conocida como paludismo, los últimos datos oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos alertan de 219 millones de casos de malaria y 660000 muertes acaecidas a nivel mundial durante el pasado año 2012. En la actualidad, esta enfermedad infecciosa continúa cebándose con la población infantil del África subsahariana, Asia y Sudamérica. 

El plasmodio es especialmente escurridizo, dificultando la consecución de una vacuna y de los medicamentos efectivos. En este aspecto, las inversiones realizadas en el tratamiento de la malaria crecieron desde los 85 millones de euros de 1993 hasta los 429 millones de 2009. Hoy en día, existen simultáneamente 50 vías abiertas en la investigación farmacológica contra el paludismo. Sólo 10 países, entre los que se encuentra España, representan el 90% del montante económico total de las donaciones de fondos públicos para luchar contra la malaria.

La lucha para la erradicación de los mosquitos representa el segundo frente en esta crucial contienda. En este sentido, se han desarrollado diferentes estrategias para combatir las larvas del insecto en las aguas estancadas, su hábitat natural. Los larvicidas han demostrado gran utilidad, siempre y cuando las ciénagas a tratar resulten accesibles y las larvas se encuentren en sus estados más primitivos. También resulta efectiva la pulverización de los interiores de las casas con insecticidas de larga duración y el empleo de mosquiteros tratados con estos productos químicos. 

Uno de ellos fue el polémico DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano), prohibido por sus efectos perniciosos para los humanos y el medio ambiente. Pero, todavía hoy, la polémica se mantiene viva. Algunos científicos e investigadores afirman sin dudar que el DDT permitió la erradicación de la malaria en zonas endémicas europeas, como Italia y Grecia, y en otras latitudes más lejanas como la India, Sri Lanka o Bangladesh, donde se han constatado importantes disminuciones en el número de casos de esta enfermedad.

Del total de las inversiones económicas realizadas en la lucha contra la malaria, el 38% se viene dedicando a la procura de nuevos fármacos, el 28% a las vacunas, el 23% se destina a la investigación básica, el 4% a productos químicos para mantener a raya al mosquito Anopheles y un 1% a modernas técnicas de diagnóstico. Los expertos consideran que, para avanzar realmente en este terreno, las inversiones en insecticidas deberían multiplicarse por 4. 

Esperemos, optimistas, el desarrollo de productos buenos, bonitos y baratos, respetuosos con el medio ambiente y las especies de insectos apreciados, como por ejemplo las abejas, y cómo no, con nuestros prójimos. No vayamos a perder la última gran batalla de una guerra que viene durando algo más de 500 siglos.